tag:blogger.com,1999:blog-24862152271402425602024-03-13T12:10:35.198+01:00El radarAnonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.comBlogger575125tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-33065642478637428662016-10-12T11:14:00.004+02:002016-10-12T11:14:57.578+02:00El compromiso de Rosa María Calaf<div align="justify">Julio Verne, en un sueño muy calculado, logró que su personaje Phileas Fogg diera la vuelta al mundo en 80 días. En 1889, la periodista norteamericana Nellie Bly se adentra en los subterfugios del periodismo gonzo al emprender otro viaje alrededor del mundo, fascinada por las aventuras del escritor francés. Creía que era posible reducir el tiempo empleado en este empeño. El viaje lo plasma en una crónica publicada con posterioridad con el título La vuelta al mundo en 72 días. El escritor argentino Julio Cortázar, que también sentía adoración por Julio Verne, pero que siempre se las anduvo al revés con el mundo, buscó la realidad dentro de él mismo en un viaje alrededor de la misma mesa. El resultado fue otro libro sorprendente: La vuelta al día en 80 mundos.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-SeMxLD0bKvI/V_3-zLV3-fI/AAAAAAAABMY/YqNo14-MrWgE9PS9gxfUXsy9TdLh2AwwgCLcB/s1600/light00563_small2.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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El mundo es la materia de la que se nutre el periodismo. También lo son, desde luego, el demonio y la carne. Pero el mundo cada día se muestra más desdibujado en los medios de comunicación. En la crisis que atraviesa el periodismo convergen circunstancias concomitantes: bajos salarios, precariedad laboral, cierres de medios, excesos de periodismo de mesa, abuso de fuentes institucionales, sobreabundancia de informaciones, proliferación de contenidos basura y, en definitiva, un agotamiento de los modelos tradicionales de periodismo.<br />
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Rosa María Calaf viene a hablaros de otro periodismo, del periodismo que ella conoció. Ella se educó en la necesidad del testimonio directo, en un periodismo cuyo objetivo era el servicio a la ciudadanía, en una empresa periodística que aún no había perdido su vocación informativa, en un periodismo en el que los contenidos no estaban supeditados a la tecnología. Ella ama a los periodistas que se hacen preguntas y lo cuestionan todo. Hoy, que hasta en las facultades confundimos qué es comunicación y qué es información, ella lo resuelve en una sola frase: “Comunicar es que yo te cuento aquello que quiero que sepas. Pero informar es que yo te cuento aquello que tienes que saber”.<br />
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Ella no quiso contar el mundo desde la esquina de su calle. Cuarenta años de profesión la han llevado a ejercer el periodismo en 183 países, muchos de ellos en situación de guerra o de crisis humanitaria. Durante décadas ha sido corresponsal de TVE en Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma, Viena, Hong Kong o Pekín. Se había licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona y en Periodismo por la Universidad Autónoma de esta misma ciudad. Su buen hacer periodístico, como corresponsal de TVE en medio mundo, lo ha visto recompensado con creces. En el año 2008 fue investida doctora honoris causa por la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona y en el año 2010 por la Universidad Miguel Hernández de Elche.<br />
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A lo largo de su carrera le han concedido además multitud de premios, entre otros: El Premio Ondas a la mejor labor profesional en el 2001; Periodista del año 2001 por el Colegio de Periodistas de Cataluña; el XXIII Premio de Periodismo Cirilo Rodríguez; o el Premio Club Internacional de Prensa a la mejor labor en el extranjero en 2006.<br />
En 14 de mayo de 2007 Rosa María Calaf recibió también el Premio Women Together, otorgado por su trayectoria profesional a favor de la lucha por la igualdad y en noviembre de 2007 recibió el premio a “Toda una vida” concedido por la Academia de la Televisión de España, un reconocimiento a su larga carrera como corresponsal.<br />
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En noviembre de 2008 se acogió voluntariamente el ERE de TVE. Su prejubilación tuvo lugar el 1 de enero de 2009. Ahora anda por el mundo, de foro en foro, contando de qué va esto del periodismo.<br />
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A Rosa María Calaf es fácil de reconocer. Aparentemente, por el mechón, plateado o dorado, que cae sobre su frente y que la define como su rasgo característico, idea del estilista Luis Llongueras. Cuando la escuchen hablar, sabrán además que es una periodista de raza –como se dice en la jerga de la profesión-, de palabra precisa, de carácter indomable, incapaz de supeditarse a otros poderes que no sean servir al ciudadano en su función de informar, adicta al periodismo de investigación, a la información bien contrastada y verificada, a la palabra justa y oportuna, a las noticias que se construyen con el conocimiento y no con la emoción. Rosa María Calaf ha sido y es una periodista honesta y rigurosa, una mujer que entiende que el periodismo no es solo una profesión, sino también y sobre todo un compromiso y una responsabilidad con los demás. Una manera, a fin de cuentas, de contar el mundo.<br />
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(Palabras de presentación previas al discurso de inauguración del curso académico en la Facultad de Comunicación por parte de Rosa María Calaf el día 6 de octubre de 2016)</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-73870266698443433312016-05-31T02:41:00.001+02:002016-05-31T02:41:10.389+02:00El último día<div align="justify">El último día nunca es hoy, sino ayer. Es ese momento en que comienzas a decir adiós sin que nadie sepa que te vas, ese instante en que abres la maleta y calculas los recuerdos que no cabrán, las vivencias que ya olvidaste, las historias que quisieras dejar sobre la mesa para siempre. El último día ya es tarde para comenzar de nuevo, para pedir perdón, para beber entre dos una botella que conservaste en un rincón durante tantos años. El último día siempre anuncia un nacimiento o un sino fatídico, la última hora de un ayer que se difumina en el aire y el primer día de otra semana que no acechas a descifrar, sombra proyectada sobre minutos inexistentes, espacios robados a un recuerdo entumecido. A veces, sobornamos los últimos minutos con descuidos torpes, con falsos simulacros de alarma y sonreímos, torpes, ante tanta improvisación ineficaz.<br />
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<center><img src="https://1.bp.blogspot.com/-3rCpjpSD_OA/V0zdalNQVdI/AAAAAAAABL4/TY8ce3PpEMM3-UVajb_4XvI92v2Gn3vGACLcB/s1600/Ventana.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Después, el avión despega sin que nadie nos diga adiós en el aeropuerto y las horas, desordenadas en el equipaje, buscan mejor acomodo para no deteriorar los papeles en los que nunca escribiste su nombre. En un cielo sin nubes, el tiempo ya no existe y el viaje solo es un pretexto para esbozar otros argumentos y caminar otras calles. En el fondo, el último día siempre es ahora, cuando estás frente a ti, hierático y frío como una estatua de mármol o como un policía uniformado. El último día siempre es una excusa y un enigma para decir volveré, aun cuando sabes que ella seguirá esperando en el arcén a que ese último día se haya extinguido para siempre o nunca haya existido.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-87523111071649896372016-05-28T17:37:00.002+02:002016-05-28T17:37:08.901+02:00Nostalgia<div align="justify">Deja la casa vacía ahora que no está. El perro se enrosca junto a los libros con las orejas gachas. En la calle alguien grita su nombre a nadie. Administro, mientras tanto, una prolongada espera sin otro objetivo que no destrozar los muebles con las huellas y los dientes. Hay momentos prestados a la incertidumbre que detesto. Afuera, la ciudad es un arco iris de posibilidades que rechazo, aun cuando sé que el éxito es cómodo y gratificante, y que hay otros cuerpos que rehúyen la melancolía y buscan con destreza profesional las probabilidades estadísticas de un encuentro inusual y reconfortante. Al otro lado de la noche, donde la lechuza acecha al incauto, una mujer avanza sola por las avenidas vacías, y los taxistas la observan como guepardos agazapados en la oscuridad.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-OL687IC6JPo/V0m65_K1MKI/AAAAAAAABLo/DMaUr5JbmAYa3yThwltjNROHWKD4FbxzACLcB/s1600/pais6.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Los bares están abarrotados de hombres sin alma y ellas huelen ese vacío a distancia y dirigen la mirada a otro ángulo de la sala donde no hay nadie. Esta mujer, a quien no conozco, es diferente. Me pide fuego, pregunta mi nombre sin intención, bebe un trago largo de un cóctel indefinible, me observa sin parpadear, tal vez esperando una respuesta, una propuesta, un adiós. Le digo que estoy esperando, no sé bien a quién, a alguien que nunca llegará. Ella sonríe verificando mis palabras, degustándolas vocal a vocal, consonante a consonante. Y después dice sí, siempre es así. Me coge de la mano y me dice ven. Afuera, también me dejo llevar. Eso fue ayer. Ahora ha salido. La espero y no sé si volverá. El perro no dice nada. Para qué. A los dos nos puede la nostalgia.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-8295239768570352272016-05-24T02:59:00.001+02:002016-05-24T02:59:03.719+02:00El pecado<div align="justify">Le mondas la piel a la noche y, como nuez sin cáscara, muestra un esqueleto desprotegido de interinidades y de reclamos, restos de un naufragio que la historia no detectó en el radar de los objetos extraviados. Le quitas la piel a la noche, y hay una mujer desnuda que borra huellas en su cuerpo que delatan la soledad, y hay matices en su mirada que ella rehúye y que le recuerdan los años de abrazos y de manos llenas de espuma. Ella quiere salir de la noche, como se cruza de una a otra habitación, con los pies desnudos, sin hacer ruido, oliendo la luz que la guía por túneles deshabitados, evitando las albercas vacías de metano y las palabras que vagan sin rumbo en el aire quemado de estas bóvedas.<br />
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<center><img src="https://4.bp.blogspot.com/-_Gendydy_J8/V0OnF2m9EhI/AAAAAAAABLY/NS-CHHoxcSkzIZVna6XDhQKVIkTPV5fXwCLcB/s1600/Paisaje7.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Afuera, engañando el paso lúgubre de las horas, hay relojes atemporales a mitad de precio, peces que se suicidan a la sombra de los astilleros, cajas vacías y sin uso donde en otros días las estrellas se veían reflejadas como un plato de lentejas diminutas y brillantes.<br />
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Ahora, ya no puede ser. La noche anda deshecha como una mayonesa que arde al sol y, en las esquinas de la mesa, donde los inquilinos inventaban sueños sin final, esta mujer abre la puerta sin miedo, por primera vez, aún sabiendo que la vida es caprichosa en sus designios. Tampoco importa ya. Ha cumplido cuarenta años sin haber mordido la manzana que dios le dispuso en la mesita de noche. Laura Restrepo mira la manzana con incredulidad, y le duele esta mujer que ignora que el pecado, el gran pecado que dios no perdona, es la desobediencia.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-59279933239976852122016-05-15T03:04:00.003+02:002016-05-15T03:04:44.210+02:00Esperando un nuevo día<div align="justify">Hay un vaso vacío, algunas ventanas cerradas, luces apagadas, una fiesta clausurada, una vida fingida, años disueltos en una edad que no aparenta, una apatía vital ancha y enigmática como el mundo que le ha tocado en suerte vivir, esquinas rotas, ángulos sin perspectiva, palabras que no son de nadie. Ayer la calle, al amanecer, era un garaje anárquico, son de claxon, bullicio de voces, una torre de babel que se disuelve en plena vía pública, diarios que anuncian catástrofes fingidas y desagravios reales. Todo un puzzle sin sentido, un cóctel desmesurado, que la mueve de un pasado que quiere olvidar a un futuro cóncavo, estéril, también gris. El color de la ceniza, se dice. El color que no es color, sin transición, escala en un aeropuerto que te transporta de un lugar que no conoces a ninguna parte, el alambre del funambulista –volatinero o alambrista, demasiados sustantivos para quien se mece o avanza en el vacío sin otro propósito que alcanzar el lado extremo de la cuerda- que se equivoca en el penúltimo paso.<br />
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<center><img src="https://4.bp.blogspot.com/-ZMGXgmj0Pkc/VzfK46nc7EI/AAAAAAAABLI/iKiPsYvrvJAytyxAwqkJ882kY3jFi4lOgCLcB/s1600/Paisaje4.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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No hay error. Nunca hay error. Solo que la hora no era la indicada, ni el augurio certero, ni la magia precisa, ni el objetivo claro. A veces, apenas un centímetro basta para perder el equilibrio, unos segundos de indecisión que rompen toda proclama, una advertencia que nadie oyó, un saludo a la persona equivocada. Después, cuando vuelva a caer la noche con su manto de incertidumbre, esta mujer recogerá del entarimado una carta olvidada, anónima, con el discurso preciso y exacto que le demanda el corazón. Pero no sabrá a quién dirigirse, ni a quién meter en la cama esa noche, con qué palabras construir una oración que solo él entienda. Así divagando, se quedó dormida. Mañana, al amanecer, ni ella sabe qué nuevas traerá el día.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-91171456600315238162016-05-09T16:17:00.000+02:002016-05-09T16:17:01.289+02:00Buscando a César Vallejo<div align="justify">Hay nubes que ennegrecen el día y palabras sueltas y ancestrales que robé de algún libro de César Vallejo y que se arrastran por la mesa como gusanos buscando el ángulo más perfecto para caer al vacío. En mi memoria reciente está el rostro del poeta, lo busco por las calles de Lima, en los versos está su sombra de criatura maniatada a su propio esqueleto. “Me moriré en París con aguacero”. Claro, en Lima no llueve. Hay aguaceros de arena en las playas próximas y de luz gris en las ventanas de los edificios del barrio de Miraflores. Lo he visto beber pisco entre el gentío, sentado en una plaza céntrica de esa Lima virreinal que él amaba a su manera, como también a París quiso a su manera y le dolió la sangre de España en la médula de sus huesos cansados.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-FeE3YgthaTM/VzCbkReA7xI/AAAAAAAABK4/vk8ddZPiAo4au9lT-MtM3xNy4IxENv4rACLcB/s1600/Paisaje11.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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“Niños del mundo,/ si cae España –digo, es un decir-…”. Él intuía que España ya había caído, sabía que también él moría sin remisión. Corría el año 1938. No quiso ver el final, se tapó los ojos con las manos, con años, con dolor, con muros de ira. En 1939 se publicaron sus plegarias contenidas en tres libros únicos. En París se desataba el aguacero que él conocía y en España la sangre llovía sin descanso hasta sepultar la historia y el futuro. En los diccionarios la palabra horizonte desapareció y un racimo de uvas rojas se desprendió hasta debajo de la tierra. Quedó, como siempre, la sombra vacía del poeta temblando junto a la ventana y a sus espaldas un aguacero de pólvora que inundó la noche de estrellas apagadas.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-91452387567165674412016-04-28T16:20:00.003+02:002016-04-28T16:20:27.339+02:00Cuando la noche...<div align="justify">Hay un curtido espacio de sombras que divide la habitación en dos mitades simétricas. A este, conforme se entra, la ventana, amplia y con vistas, muestra una ciudad caótica, un volcán milenario, el caos de un tráfico denso y ruidoso. Hay botellas blancas de escayola sobre algunos muebles que no dicen nada y una estética general que no soporta los años. Al otro lado, esta mujer acumula libros sin orden alguno, de temas varios y autores diversos. Lee por las noches, cuando el insomnio le ata las caderas a la nostalgia de otros años. Lee por matar las horas y, mientras lo hace, recompone en la memoria los días de felicidad usurpada.<br />
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<center><img src="https://1.bp.blogspot.com/-o6BUsAaAATE/VyIb4fOgUeI/AAAAAAAABKg/ua6ERaQd_EMWFEeKpkwOJiH0J5a4zTAzgCLcB/s1600/M8.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Es falso, se dice, que una mujer sea feliz sola, que se adapte a vivir lejos de la presencia de un hombre que le busca a estas horas los métodos procedentes para el descarrío personal, a estas horas en que la somete a la ceremonia invariable del amor. Conforme piensa, lee más rápido, como si la lectura detuviera el curso de los sueños y lograra paliar el deseo con palabras que se entrecruzan en su cejo sin mucho sentido. Ella sabe que no obedece a ninguna lógica estos pensamientos que la van quemando por dentro, en ese mismo lugar donde algunos hombres indagaron su identidad más profunda, allá adentro donde esconde los secretos peor guardados de su alma. Ríe ante la sospecha de que el alma se escabulla allá adentro, en lo más profundo de su sexo pero, a veces, cuando la libido le duele tanto que la enajena, lo piensa sin tachaduras, en la certidumbre de que qué mejor lugar habrá para conservar lo más verdadero de ella misma.<br />
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Cuando ya la tormenta cede, esta mujer abandona el libro, la cama y se asoma a la ventana que trae una noche en calma, con música que alguna vez escuchó en los sueños. Se viste como para ir de fiesta. Es decir, para ir de fiesta. Se enfunda los zapatos de aguja, el vestido de seda que contornea al detalle su cuerpo de ave rapaz, se maquilla sutilmente rasgos que no podría ocultar y que ahora destacan en su conjunto. Después, baja decidida a no dejar que la vida se le escape por las alcantarillas del edificio.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-75364601083115681192016-04-27T05:04:00.003+02:002016-04-27T05:04:40.019+02:00La noche (7)<div align="justify">Guzmán y Lara observan cómo el vigilante jurado rellena la petaca y bebe un trago generoso del líquido vertido. Guzmán mira a Lara y le dice que le gusta su nombre, que le gusta lo que representa su nombre. Lo que representa para él, claro. Un nombre que inevitablemente une a al escritor ruso Borís Pasternak. Es una historia tremenda, una historia de amor, una historia triste y real, dice él, como si la recordara a cada instante, como si la hubiera vivido. Cuéntamela, dice Lara. Guzmán mira a esta mujer magnética y enigmática, bella en esta noche oscura, con un mar de fondo que la embellece aún más. Igual no te gusta, dice. Pero quiero conocerla, dice ella, será como conocerte un poco más a ti. Y quién sabe, quizá también un poco más a mí. Conservo un recorte de prensa, comienza relatando Guzmán, como si fuese un pedazo de vida desgajado de la historia, como si fuese una verdad tremenda que ha hecho añicos una de las historias de amor más bellas de la literatura del siglo pasado. Ahora, por esa noticia, sabemos que Olga Ivinskaya delató a Borís Pasternak para evitar la publicación de El doctor Zhivago. En efecto, como imaginarás, dice Guzmán, Ivinskaya fue el prototipo de Lara Guishar, la heroína de esta novela, que David Lean recuperó para el celuloide en el rostro de Julie Christie. Y fue Julie Christie quien nos hizo pensar cuando éramos más jóvenes que el amor incondicional no solo es una quimera, sino también que más allá de la literatura el compromiso sobrevive pese a todos los reveses de la vida.<br />
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<center><img src="https://1.bp.blogspot.com/-roLZQYm0i54/VyAr_D_SKJI/AAAAAAAABKM/tRbbivE5oUYM7U-yLCb5eVeLQgh6gMFVgCLcB/s1600/per2.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Desafortunadamente, concluye Guzmán, la historia es más testaruda que la ficción y menos voluble que los sentimientos.<br />
No te detengas ahora, dice Lara, que el corazón se me sale dando saltitos. Guzmán prosigue. Hasta ahora se sabía que Olga Ivinskaya fue quien pasó a máquina y editó el manuscrito de El doctor Zhivago, y que entregó la copia a una pareja de periodistas italianos que visitaron Peredelkino y sacaron la copia de la antigua URSS de contrabando. La novela de Borís Pasternak apareció por primera vez en 1957, editada por Giangiacomo Feltrinelli. La historia de amor de Lara no era sino la radiografía literaria de la vida de la Invinskaya. Cuando David Lean la llevó a la pantalla, el mundo entero se sobrecogió con aquella historia de amor extraviada entre los acontecimientos que cambiaron la Rusia de 1917.<br />
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Sin embargo, dice Guzmán, Lara Guishar logró sobrevivir más allá de la revolución rusa, pero Olga Ivinskaya cayó sin pena ni gloria en el olvido unos años después. De hecho, cuando murió en 1995, los diarios apenas dedicaron unas líneas a la musa de Pasternak. La protagonista de El doctor Zhivago, por el contrario, sobrevive pese a la cuestionada calidad literaria de este imperfecto libro de amor. Ahora se sabe, además –el tono de Guzmán se vuelve casi detectivesco-, que Ivinskaya delató al escritor para evitar los campos de concentración, en los que entró ya embarazada. En la carta que Olga escribió a Nikita Kruschev, un año después de haber muerto Pasternak, le pedía que le rebajara la pena y en la misma confiesa que hizo cuanto pudo porque el escritor evitara todo contacto con extranjeros. En la misma misiva, cuando hace referencia al intento del Partido Comunista por evitar la publicación de El doctor Zhivago, Ivinskaya quiere compartir un mismo destino. Y escribe más o menos literal: “Hice todo lo que estaba dentro de mis posibilidades para evitar la catástrofe, pero estaba más allá de mi poder el neutralizarlo todo a la vez”. Más adelante, añade: “Me gustaría aclarar que fue Pasternak por sí mismo quien escribió la novela, fue él quien recibió dinero a través de un medio de su elección. No se le debería considerar como un corderito inocente”.<br />
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A Lara le gusta escuchar a Guzmán, le gusta su voz grave, seca, que narra con realismo el melodrama de esta historia que parece inventada pero que es tan real como la vida misma. No queda ahí todo, prosigue Guzmán. Cuando Ivinsjkaya escribía estas palabras, Pasternak ya estaba muerto, y acaso solo sean unas confesiones para evitar más días de prisión. No creo, dice Guzmán, después de todo, que el airear estas cartas, el tender sobre la mesa como una víctima necesaria el descubrimiento de una traición, haga añicos una historia de amor que ha sobrevivido a la ficción de la literatura y al compromiso de la historia.<br />
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Pero nunca sabe nadie, advierte Guzmán, y acaso estas dudas de traición, más que resquebrajar el pasado, consoliden la verdad sobre la fábula, la vida sobre la muerte, la necesidad de querer seguir viviendo a la represión de un aparato opresor tan poderoso como el de José Stalin. Acaso ahora que conocemos otro ángulo de la verdad, de esa verdad sobre la que se construyen las grandes mentiras, logremos reconstruir no la historia que Pasternak inventó para vender como libro, sino aquella otra que vivió al margen de los acontecimientos revolucionarios del momento y que hace unos años una simple carta pretendía saltar por los aires. Acaso, sugiere Guzmán, no se debieran publicar nunca las correspondencias entre dos personas que escriben para ellas dos, ni los originales que el autor nunca quiso publicar, ni tampoco estas cartas que solo nos llevan a adivinar que la vida goza de ciertas impurezas que empeñan toda relación amorosa, y que siempre son de prever aunque nunca aparezcan las cartas delatoras.<br />
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Hay indicios de que Ivinskaya delató a más gente, asegura Guzmán. Su hija, Irima Yemelyanova, alegó que la carta a Kruskev solo refleja una necesidad desesperada de salir del gulag por cualquier medio, recurriendo incluso a esta táctica de acusar a Pasternak. Pero Ivinskaya desconocía que estos no son privilegios que pueda asumir la amante de un escritor disidente. Porque él escribió la fábula, concluye Guzmán, pero la historia aún está por escribir.<br />
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Lara no sabe qué decir. Ella, de algún modo, también se siente la amante extraviada de Pasternak, quisiera ser también la Lara Gishar de la novela, quisiera ser esas dos mujeres a la vez, amar como ellas amaron a un solo hombre, incluso en momentos de conflicto dispares y aún no acontecidos, ser protagonista de una novela y de una vida a la par, escritura de lo vivido, vida escrita para siempre, fábulas perennes que nos sobrevivirán, la sospecha contrastada de que esas historias alguien las vivió y las quiso contar para que el olvido no las extraviara. Siente algo de frío en esta noche húmeda y negra, en esta noche distinta en la que ha roto con un destino que no era el suyo. No sabe qué decir. Tampoco sabe si debe decir algo. Ve que el guarda jurado ha dejado de beber, ve que vuelve a llenar la petaca y que después cierra la puerta del bar. Lara se acerca a Guzmán y lo besa en los labios. No se le ocurre otra cosa. Este va por Lara Gishar y este otro por Ollga Ivinskaya. Guzmán no protesta y se le queda mirando. Y este otro va por mí, dice Lara.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-908315819609839572016-04-26T02:09:00.003+02:002016-04-26T02:09:19.000+02:00El espacio que ella habita<div align="justify">Ella adivina que debajo del cielo los árboles caen tristes hacia el costado muerto de la cordillera y que, más allá, donde el cóndor muestra la perfección de un vuelo que agota el día, no hay otro espacio árido que su cuerpo desorientado. Hay un color plomo donde las aguas se bifurcan y una sensación solemne cuando la tarde cae apretada entre los riscos más próximos. Espera un aviso de la naturaleza, aun cuando ella es sorda a todo canto que no nazca más adentro de su corazón. Tiene hoy su mirada el desconcierto de los días arrasados por la monotonía y el brillo de las mañanas que nacen para no ocultarse nunca.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-0Q20_uB2Sjs/Vx6xcXt_mgI/AAAAAAAABJ8/T19FarlhgtgQwKZySbICQBNyoFuRYDKRwCLcB/s1600/Sun%2BCircle.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Está sentada en la arena, como quien espera un tren que vuelve de un país lejano o una lluvia fortuita que limpie el aire cansado de un tiempo fenecido. No le importa la espera, ni el tiempo de esta, porque el tiempo es moneda de buen canje en las estaciones largas y húmedas que no llevan más allá de la misma mirada. Ojea entre las hojas caídas un indicio de su propia búsqueda, huellas recientes que el viento no mordió, una leve sospecha quizá de que valió la pena estar ahí cuando nadie la esperaba, cuando ella misma no esperaba ya nada, cuando el tiempo del Apocalipsis no halló su camino por estas veredas sin dueño.<br />
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Quiere pensar –y piensa- que el aire manso de la tarde le basta para reordenar los pensamientos, para maniatar los huracanes deshilvanados de un destino arbitrario y fugaz. Después, cuando sea –ella no sabe-, seguirá estando aquí siempre a la espera, acaso sin esperar nada, atando las horas pasadas a esta puerta maltrecha para que no se suelten a su antojo en este desierto deshabitado que solo ella habita.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-88551890624970984422016-04-25T03:50:00.003+02:002016-04-25T03:50:23.746+02:00Cuando la tierra tiembla<div align="justify">Cuando la tierra tiembla, el mundo se descompone en millones de puntos microscópicos que se balancean sin rumbo en la misma habitación del desorden impuesto y de la ansiedad creciente y batalladora. Basta apenas una nube para que el día se oscurezca de repente y por las alcantarillas serpientes multicolores inunden las vías de un tránsito que se apaga, de un claxon que se lame su propio ruido antes de nacer. Tiembla la tierra y el reloj se come la arena que no quiere y hay un respirar aturdido sin sentido que busca la puerta de salida pero no huye, hay una indefensión en el alma que cura los días roídos entonces por el desencanto y una lluvia delgada que nadie ve y que todo lo cubre.<br />
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<center><img src="https://2.bp.blogspot.com/-G1K89kyT_cQ/Vx13lj2Xo6I/AAAAAAAABJs/HyrwE0_CAkI1uYNPsX47D1elDm-nGEGCgCLcB/s1600/Footprints%2BIn%2BThe%2BSand.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Cuando la tierra deja de temblar, todos huyen escalera abajo dejando atrás el aire estancado en los ascensores, y las calles de habitan de seres desesperados que se precipitan hasta las escombreras que todo lo cubren y retienen. Y hay entonces, sin que nadie lo busque, un silencio deshabitado de alarmas y de lloros y de auxilios, un silencio hecho de otra materia que nos habita más adentro, fabricado de puro miedo, de desconcierto extenuante, de un paisaje de fin de mundo que no concuerda con el cielo limpio y azul que se pierde en lontananza. Después todos se miran como si lo hicieran por primera vez y saben que es inevitable que la tierra tiemble otra vez sobre sus pies desnudos y desnutridos, extraviados en mitad de la nada.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-81800812369208107752016-02-14T20:29:00.002+01:002016-02-14T20:29:58.883+01:00Los sueños deshabitados (y XXXIII)<div align="justify">El hombre mira la quietud reinante en el dormitorio. La mujer le pregunta hasta cuándo se quedará con ella. El hombre observa ensimismado una tarde que es distinta a todas. Siente el cuerpo de esta mujer cada vez más próximo, como si fuera parte de él mismo. No dice nada. No sabría qué responder. Tampoco sabe si debe responder cualquier cosa.<br />
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<center><img src="https://2.bp.blogspot.com/-F8siWkKwftY/VsDVgUvdizI/AAAAAAAABJM/hMYSMfbPttU/s1600/vg1_p22994c_small%2B2.png"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Hay preguntas que no tienen respuesta, porque no las hay, o no se conocen, o no se deben tentar con premoniciones que las delimitan en su proyección definitiva. Pero sabe que esta mujer necesita una respuesta para acallar su inquietud. Y no cualquier respuesta. La mujer lo mira esperando incluso una sorpresa. No le importa cuál. Y le repite hasta cuándo se quedará allí. El hombre mira una luz extenuante que se difumina y se apaga, y solo se atreve a decir:<br />
- De momento, hasta siempre.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-39382146917592440632016-02-14T20:20:00.002+01:002016-02-14T20:20:36.391+01:00Los sueños deshabitados (XXXII)<div align="justify">Este hombre ya no sueña. Para qué, se dice. Le gusta la realidad tal como es, tal como la pinta y se pinta. Ahora mira a la ventana, se acerca a la ventana. Desde allí el cielo se abre en un atardecer que se muere. Siente un cansancio alegre que le puede y que se queda. Hay una luz gris y roja afuera, y un viento tierno que mece los eucaliptos y los cañaverales del río. Los pájaros buscan acomodo entre las ramas verdes que los ocultan, y el río, apenas quieto, espera que un barco lo cruce en mitad de esta tarde enigmática que se agota en sí misma.<br />
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<center><img src="https://2.bp.blogspot.com/-BL2bbmwC2WY/VsDTTbm7DkI/AAAAAAAABJA/v8-um6aECPc/s1600/vg1_p22994c_small%2B2.png"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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En la habitación apenas hay luz. Ve la sombra feliz de la mujer que le ama. Le gusta verla allí tirada, esperando su presencia de macho castigado y de niño desprotegido, alimentando la presunción contrastada de que esta mujer está hecha para guerras que no conocen tregua posible. Se acerca a la cama y se desnuda. Se tiende al lado de esta mujer que no dice nada, pero que quiere decir algo mientras lo tienta cautelosa y decidida.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-85917665704821196892016-02-14T20:13:00.002+01:002016-02-14T20:13:25.583+01:00Los sueños deshabitados (XXXI)<div align="justify">Hay sueños que nadie ha logrado escrutar. Son nubes que cruzan el firmamento de uno a otro lugar, pequeñas manchas que apenas dañan un cielo permanentemente azul. Son sueños deshabitados. Alguien, alguna vez, cruzó sus estancias vacías y las amuebló para ese instante, pero el óxido, que todo lo muerde, rompió el brillo de una eternidad extenuada por el miedo o la inconstancia.<br />
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<center><img src="https://2.bp.blogspot.com/-jftPLulKUVo/VsDRoyEeXMI/AAAAAAAABI0/UPLU47VV8Jo/s1600/vg1_p22994c_small%2B2.png"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Hay sueños deshabitados, espacios vírgenes por descubrir y conquistar, que no constan en los mapas primeros ni en los códices más antiguos, y que los hombres y las mujeres buscan cada noche de modo individual, cada cual por su lado. Unos y otras cruzan pasadizos secretos y oscuros, tierras pantanosas, océanos vacíos que no existen sino en esa irrealidad que construyen dentro de los sueños más siniestros. A veces, estos hombres y estas mujeres identifican sus huellas en estos sueños deshabitados y temen que la horma de sus zapatos se quede archivada para siempre en un tiempo de nadie al que temen y del que huyen. Después, al amanecer, los sueños se diluyen como nubes en el horizonte, y el verano abre unos días largos y alegres que van dando paso al olvido con un dolor menos intenso, casi imperceptible.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-74750373537914592692016-02-14T10:15:00.004+01:002016-02-14T10:15:44.756+01:00Los sueños deshabitados (XXX)<div align="justify">Este hombre se pone en pie y da unos pasos al frente. Tiene a la mujer solo a unos centímetros de distancia. La mira sin pestañear. La mujer mantiene la mirada. No quiere mirar a otro lado. El cielo se oscurece y descarga una lluvia abundante. Afuera el olor a tierra mojada impregna el ambiente y deja un aire limpio y una luz transparente que rompe el cielo negro en trozos también rojos y azules. El hombre no dice nada, no quiere decir nada. A veces, piensa, sobran todas las palabras. Curiosamente, la mujer piensa algo parecido, pero le gustaría que este hombre le dijera algo al oído. No lo hace. La abraza desde los hombros y la atare hacia él. Ella se deja llevar. Tan cerca de este hombre, huele un perfume que ya le es familiar. Ella no mueve las manos, deja caer su rostro sobre su pecho oliendo y buscando sensaciones que no le son propias ni extrañas, esas mismas sensaciones que anduvo buscando durante tantos años antes de que conociera a este hombre que no duda en desnudarla sin prisas, midiendo cada movimiento, cada gesto. Ella siente una respiración controlada, medida a su voluntad. Siente sus dedos que buscan en su blusa botones y ojales que desanudar. Cuando el hombre tira la blusa al suelo, ella busca una desnudez que no encuentra. Deja caer también un sujetador color violeta que a él le gusta. Intenta desabrocharse los vaqueros, pero él se lo impide. Prefiere hacerlo a su modo. Ella le deja hacer. Él le baja los vaqueros con parsimonia y después la desprovee de unas braguitas que antes nunca vio, y cuando ya no tiene más prendas que cubran su cuerpo la hace sentar en la cama. Ella se tiende con los brazos abiertos, apoya la cabeza en la almohada y abre las piernas. El hombre observa el cuerpo que desea y que no sabría describir con precisión si esa fuera ahora su intención.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-sZ-j6necgGE/VsBFdjz5p7I/AAAAAAAABIk/n042hWA4FeI/s1600/festivebauble0621_small%2B2.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Durante unos minutos la mira sin decir nada. Él es feliz pensando qué pensará ella, si está a su lado porque él le proporciona los gramos de placer que ella ansía o sencillamente se ofrece irrespetuosa y entera porque es el modo más eficaz de agradecer su compañía o también la recompensa gratuita por romper una soledad que ya le venía ancha a su vida dilapidada. Ahora este hombre, que durante tantos años anduvo de fonda en fonda, escudriñando mapas inaccesibles, inventando islas desiertas que habitar, evitando grutas a las que el hombre jamás se asomó, opta por quedarse quieto delante de una mujer que encuentra distinta a todas, que sabe que nunca le defraudará en un mundo en el que el trueque y la intoxicación son corriente moneda de cambio. Este hombre, que conoce los mercados y los casinos, los juegos de azar y a los prestamistas, las deudas infructuosas y las inmerecidas plusvalías con que lo oprimieron en otro tiempo de especulaciones, ha dado la espalda a ese mundo que se agota a sus pies y que ya no le interesa, cuyos beneficios toscos rechaza por fáciles o vulgares.<br />
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Mira a esta mujer desnuda sin saber exactamente qué hacer, sin tenderse a su lado y adormecerla con caricias sinuosas o volcarse sobre ella como un huracán que arrasa y devora la naturaleza que se tropieza a su paso. Posiblemente esta mujer, se dice, necesita ambas medicinas, porque la vida le ha enseñado que el deseo descontrolado y la caricia más sutil se complementan sin excluirse.<br />
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La mujer se siente observada por este hombre al que ama sobre todos los hombres de la tierra, se siente deseada, y no le importa insinuarse toda desnuda. Ahora entiende que ese cuerpo que Dios le ha dado está fabricado para hacer perder la razón a un hombre que la desea como ninguno hasta ahora lo ha hecho. No se siente sucia ni pecadora. Al contrario, nunca como ahora ha querido ser una puta decente, la puta de un solo hombre, de este hombre al que ama con un sentimiento único y diferente, para el que quiere volcar toda esta ternura que hasta ahora no era consciente que podía manejar con tanta profesionalidad. Allí tendida ha aprendido en un solo instante que este hombre ya no vagará extraviado por el mundo, porque ella es consciente de sus armas de seducción, de sus posibilidades de entrega, de su lealtad inquebrantable a un hombre al que cree habilidoso en las artes amatorias y en las trifulcas mundanas, pero al que también está dispuesto a sorprender a su manera y definitivamente. Sabe que ahora este hombre está condenado a compensar con intereses aquellos momentos que aún no ha vivido y que le iluminarán la mirada de una serenidad que siempre quiso alimentar en otras habitaciones prestadas para un momento fugaz. Ella ahora espera a que el hombre se desvista y se recueste a su lado, porque sabe también que después, cuando amanezca, ni él ni ella, querrán estar ya en ninguna otra parte.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-32814536000918822692016-02-13T10:34:00.002+01:002016-02-13T10:34:16.113+01:00Los sueños deshabitados (XXIX)<div align="justify">Cuando ella sube al apartamento, encuentra al hombre catalogando algunos libros, buscando en el desorden propio del momento un determinado orden que le permita abrir tiempo al sosiego. La mujer lo ve yendo y viniendo de aquí para allá, consciente de que entre estas cuatro paredes pretende construir su futuro. A ella le hubiera gustado que se quedara a vivir en su casa, pero entiende también que este hombre necesita un espacio personal, un rincón desde donde escribirá cuanto hasta ahora ha ido aplazando para cuando fuera posible, hasta ese momento en que toda empresa pudiera ser asumible. La mujer lo sabe, y no se le ocurre insinuar la posibilidad de que abandone esta iniciativa. Al contrario, la mujer ha optado por vivir con él, porque ama su estilo de vida, un tanto al margen del entorno, dentro y fuera de la ciudad al mismo tiempo. A veces, se pregunta si un día volverá al camino, si cuanto han construido entre los dos quedaría a este otro lado de la mampara. Pero desiste de pensamientos turbios, porque ha aprendido de una vez por todas que estos sentimientos complejos y frágiles que se asientan sobre dos personas son edificios móviles y volubles, que es necesario alimentar a cada instante.<br />
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<center><img src="https://2.bp.blogspot.com/-DD57wwyd2v0/Vr74Yip8ffI/AAAAAAAABIU/BiGkHWhk39I/s1600/amusmentpark2379_small%2B2.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Esta mujer sabe sobre todo que se quiere quedar al lado de este hombre. Se ha acostumbrado a sus noches de algarabía, a sus amaneceres placenteros, a sus desayunos copiosos. A su manera, se ha acostumbrado a vivir en un microcosmos desde el que el mundo exterior se puede observar como un óleo colgado en el salón cuyas escenas sucesivas muestran la otra cara de la vida, como si, lejos de la realidad, el mundo fuese un espacio minúsculo y abarcable en una sola mirada. La mujer ha cerrado la puerta de su casa y piensa si con esa medida ha clausurado un pasado que nunca quiso. Por momentos piensa también si algún día volverá a abrir esa puerta, porque hacerlo significará de nuevo un fracaso posible pero también inmerecido y recurrente. La llave de esa puerta simboliza también la posibilidad de una alternativa en caso de fracaso, un retiro voluntario si el jarrón de los sueños se hace añicos cualquier día. Pero abandona toda duda innecesaria que no tiene cabida en este renacer que la ha cambiado sin pretenderlo. Ella se dejó llevar allá donde siempre había levantado cadenas o muros inexpugnables. Ahora se siente a gusto sin libros de autoayuda, sin máscaras tras las que ocultar sus debilidades alimentadas con trienios de una soledad sólida que ahora rechaza y no reconoce. Se siente a gusto aquí desnuda, sin defensas, sin argumentos preconcebidos, sin posibilidad de retorno a una vida desactivada por inútil o vacía.<br />
Ha salido a la terraza. El río baja manso. El viento anuncia una tormenta de primavera que refresca el ambiente. Reluctante al vacío que habitaba, esta mujer se da la vuelta y vuelve a observar a este hombre que se ha sentado en un sillón de orejas semejante al que tenía en la habitación del hotel. Ha abierto un libro al azar, ha leído dos o tres frases a las que da vueltas en la cabeza sin otro objetivo que entretener el momento. Ahora mira a la mujer que lo mira al mismo tiempo. Recuerda ahora su primera mirada, sentado en un banco del parque, una primera mirada que la identificó sin decir más que cuanto insinuaba; o sea, que lo decía todo sin palabras y sin decirlo. Como quien extiende una alfombra sin indicar ni cuándo ni cómo se ha de pisar, si calzado o descalzo, si poco a poco o en un momento de ebullición, como si fuera una olla exprés pronta a estallar. Hay momentos que nadie sabe decodificar, que pocos alcanzan a leer la fórmula mágica de su interpretación entera.<br />
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Se trata de una sola e irrenunciable resolución, que estampa un cartel indescifrable colgado en mitad de la existencia, a un lado del camino que nunca anduvimos sin más equipaje que la decisión inalienable de que debe ser así. En ocasiones no lo es, claro está. Ese es el riesgo que alimenta la sombra negra, la duda que anida en los pasos indecisos, que nunca nos abandona cuando, lejos de aquí, deberíamos emprender el camino a sabiendas de que detrás de la mampara solo hay o puede haber un espacio abierto al vacío. Esta mujer, sin embargo, ha arrugado el miedo como si fuera un trozo de papel y lo ha tirado sin mirar adónde, y ahora entra en el apartamento, cierra la puerta que comunica con la terraza y dirige sus pasos hasta este hombre que ha dejado el libro sobre un pilar de libros y se dispone a resolver, como mejor sabe o entiende, el dilema que esta mujer le va a plantear felizmente sin titubeos posibles.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-17448082840757865562016-02-12T19:49:00.002+01:002016-02-12T19:49:32.257+01:00Los sueños deshabitados (XXVIII)<div align="justify">A la mujer le gusta el apartamento que este hombre ha alquilado, con derecho a compra, frente al río. Es un espacio blanco por el que se pone el sol al atardecer en toda su plenitud y decadencia. La mujer observa a este hombre mientras mide las paredes vacías que pronto cubrirá de estanterías. En el suelo los libros comienzan a apilarse en columnas desiguales que luchan por mantener un equilibrio quebradizo. El hombre imagina la habitación ya amueblada con un estilo sobrio y personal, un rincón donde perder las horas que solo quiere para él. La mujer sabe que él necesita su propio hábitat donde pelear con las palabras y decodificar lecturas siempre retardadas a expensas de encontrar horas sin nadie que necesita para ordenar ideas y materializar proyectos aplazados de un día para otro o quizás para nunca.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-wRd_ox_7l3c/Vr4o4oGA-HI/AAAAAAAABIE/TBz0JUqxQb0/s1600/a16_m_0839_small%2B2.png"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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La mujer prefiere bajar y pasear por la orilla de un río aún sin urbanizar que solo cede espacio a este pequeño puerto deportivo que ella acoge como propio. Le gusta caminar perseguida por algún perro cuyo dueño se ha olvidado de su potestad y que ella acoge como compañía aunque igual prefiere en estos momentos la soledad en que se cobija. Piensa por qué no se fue a vivir a casa con ella, por qué prefiere esa distancia pactada que los mantiene unidos a su pesar. Ella sabe que este hombre siempre soñó con una ventana que mira al río, una habitación alegre que dé vida donde las palabras aniden a sus anchas y la música acompañe el sonido del viento en las tardes cárdenas de una primavera tormentosa e irregular.<br />
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A esta mujer le gustaría que el hombre viviera con ella cada minuto del día, que midiera los bordes de su sombra con la mirada, que anduviese sus pasos al mismo ritmo que ella recorre cada minuto de su existencia, pero tal vez en todos estos pensamientos haya un error de cálculo, una visión distorsionada por una educación excesiva que la llevó a madurar muy poco a poco, siempre condicionada por una inseguridad que hizo mella en un proceso de madurez que la ha llevado a ser quien hoy es. Por eso, pretende acostumbrarse a la felicidad de este hombre que la hace feliz a su manera, sin condicionarla a sus lecturas ni a sus viajes ni a sus bebidas espirituosas. Posiblemente ya se haya hecho a su modo de ser mucho más que cuanto llega a elucubrar en esta tarde celeste de primavera. Y tal vez, piensa también, es que no le importa sucumbir a su encanto de hombre libre y diferente, en cierto modo romántico cuando la atenaza con sus brazos grandes y tiernos, y la envuelve en una diáspora de sensaciones en la que ella sucumbe con intención y de la que ni quiere ni pretende huir.<br />
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El río es una metáfora de la vida, esa serpiente de agua que sisea dividiendo tierras iguales y atraviesa vegas y campiñas sin desviar el cauce del lugar donde ha de desembocar. Mira el río y siempre es el mismo siendo otro, siendo tantos a la vez y ninguno al mismo tiempo. Así se siente ella embutida en ese cuerpo de infarto que le ha dado la vida y en el que este hombre quisiera volver a navegar una vez más y por siempre, orillando los bordes de la locura cuando salva correntías, accidentes geográficos que ya conoce con pericia, cavidades boscosas y húmedas en las que él indaga el origen de su sinrazón sin otra pretensión que vivir en esta enajenación que le vivifica las entretelas de sus desvaríos y los pecados más recurrentes y dispersos. Ella se sabe poseedora de ese don que es la seducción, de esa belleza maltratada por los años malgastados y apenas vividos y la soledad que todo lo marchita y oxida, como si el cuerpo fuera una herrumbre de hierros desportillados y piezas marcadas por una fecha de caducidad tal como cualquiera podría observar tras la lectura de ese manual de instrucciones que nadie ha escrito y que todos se apresuran a descifrar cuando los años se amontonan en derredor como un enjambre de abejas sedientas de sexo o de vida o simplemente de aire. Qué más da, piensa esta mujer bella y difícil cuando avanza por la orilla del río mientras un perro de dueño olvidadizo la persigue y vigila sus sueños en un mundo que vive sin sueños a la orilla de ningún río.<br />
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La mujer sabe que ha llegado el momento de quedarse allí, de medir el mundo desde el estrecho ángulo en que ahora se encuentra. El cielo se ha cubierto de nubes moradas y negras, espesas y próximas. Una llovizna ligera le dice que la primavera se impone a regañadientes aunque imperiosa, y que mañana un cielo azul intenso le recordará que vale la pena seguir adelante.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-81905642783225637412016-02-12T19:39:00.001+01:002016-02-12T19:39:16.134+01:00Los sueños deshabitados (XXVII)<div align="justify">El hombre ha decidido quedarse en la ciudad. Siempre amó ir de allá para acá, con poco equipaje, olvidando las huellas que el barro borra y que la memoria archiva desordenadas y dulcificadas, esperando el momento idóneo para un escrutinio y archivo definitivos. Pero a veces no hay un momento después para la reflexión, porque el camino se bifurca o se confunde o abre trecho a otros senderos nunca soñados. Y el pie, guiado por el corazón y el cerebro y las vísceras, da un paso al frente, y el otro pie avanza otro paso, y así sucesivamente, hasta que el lugar de partida es un punto negro en el olvido.<br />
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<center><img src="https://4.bp.blogspot.com/-Nnqz4ldQy7U/Vr4mhT1xpEI/AAAAAAAABH4/iWi-f9o1KOU/s1600/a16_m_0839_small%2B2.png"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Este hombre ha decidido quedarse en la ciudad. Sabe por qué pero no hasta cuándo. Nunca se preguntó hasta cuándo se quedaría en ninguna parte. Hay respuestas que desconocemos y que, sobre todo, no están a nuestro alcance plantearlas o responderlas, ni depende de nosotros. Todo toca a su fin, es cierto. Incluso cuando cualquiera de nosotros optamos por una dirección, no siempre es la voluntad la que decide en último lugar. El viento, aunque nos pese, sopla en nuestro interior y nunca sabemos si es levante o poniente, si procede de las arenas del desierto o de los glaciares del norte o del sur. Sabemos, y no es poco, que debemos hacer el equipaje, escribir una carta breve de despedida y partir sin añoranza y sin expectativas, como quien cruza la calle para comprar el periódico o echar una carta al buzón. No hay decisión más desacertada e inoportuna que observar desde la corta distancia el camino que uno nunca se atrevió a emprender, porque en esa decisión o en esa certidumbre acechan las dudas más hondas y la melancolía menos difusa. El cielo, a esas alturas, es un techo próximo que ahoga y el campo abierto a nuestros ojos se muestra emparedado como una habitación sin vistas.<br />
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Este hombre sabe que ahora ha llegado el momento de sentarse. Lo sabe porque el mundo ya no grita a sus espaladas y hacia donde miran sus ojos solo atina a ver circunstancias espoleadas durante años. Observa el río con su mansedumbre salvaje e inexplorada y encuentra en sus aguas turbias su propia vida que navega cauce abajo, hacia donde desembocan todos los ríos, que es el mar (Jorge Manrique dixit). Se queda pensando por qué demoró años en encontrar este lugar al que siempre quiso llegar y por qué hubo de dar tantas vueltas al mundo y a su vida hasta encontrar este rincón próximo que ya vio en multitud de ocasiones, y por qué ahora, cuando más desorientado creía hallarse, encuentra aquí las herramientas esenciales e imprescindibles de la felicidad.<br />
Escucha el timbre de la puerta y es la mujer que viene a buscarlo. Cuando abre la puerta del apartamento, ve sus ojos iluminados. Trae una botella de vino y unos sándwiches de los que a él gustan. La abraza por puro imperativo de la ley que rige los designios del hombre en la tierra, por puro placer o necesidad o instinto. Qué más da. La desviste con prisas, como si el tiempo se fuese a agotar enseguida y definitivamente. Le gusta ver su desnudez completa, recorrer su piel escrutando accidentes geográficos ya conocidos que espera identificar con la misma sensación de la primera vez. Y así ocurre, como ocurre siempre que los dos cuerpos se enlazan para buscarse y necesitarse y apaciguarse. Le hace el amor con violencia y ternura, una mezcolanza que ella conoce y requiere con premura y justicia. Esta mujer no tiene hartazgo –posiblemente les ocurre a todas, esgrime él-, si por ella fuera no habría tregua en esta guerra desaforada del amor y del sexo. La del sexo, vale, piensa ella. Y la del amor también vale, piensa ella. Pero cuando ambas sensaciones se conjugan en un mismo cóctel, piensa ella, es para morirse, coño, grita ella, no se te ocurra parar ahora, le dice al hombre, que el mundo se apaga, que todo lo que buscaba estaba aquí, coño, mueve esta barca con tus remos contra toda tempestad, cruza este océano sin agua de punta a punta, como si el espacio fuese tan etéreo como el amor, y no sucumbas a este huracán que enerva mi piel, le dice a este hombre, que trabaja con ahínco y dedicación extremos por llegar a buen puerto en esta navegación extenuante y sin regreso que arrasa cordilleras y ventiscas, cabos y golfos, estepas y llanuras, hasta avistar la meta que ya la veo porque no veo, dice ella, estoy a oscuras y veo la luz, dice ella, esto es un milagro, coño, grita ella enajenada y feliz, ahora mismo no se te ocurra salir de mi cuerpo, le dice a este hombre, quédate un momento así, que sienta dentro de mi cuerpo el peso de todo el mundo, que sienta que todo se derrumba a mi alrededor, mientras alcanzo a imaginar el río que baja mudo a este lado. La mujer abre los ojos con una sonrisa placentera e infantil, muestra una ingenuidad madura que nunca quiere perder, mira al hombre que la aborda con sus manos grandes y tiernas, y solo alcanza a decirle:<br />
- Quita de encima, coño, que me aplastas.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-68497837376747949232016-02-09T09:29:00.003+01:002016-02-09T09:29:24.174+01:00Los sueños deshabitados (XXVI)<div align="justify">De vez en cuando, este hombre piensa que vale la pena detenerse, parar un rato, cerrar los ojos, pensar estoy aquí, pensar la vida pasa, los trenes pasan, aunque en realidad somos nosotros también quienes verdaderamente pasamos. El tiempo, él lo sabe, no existe, apenas existe nada, por momentos piensa también si nosotros existimos; lo piensa, eso sí, con los ojos abiertos, mientras cruza la ciudad de punta a punta, palmo a palmo. Como consecuencia, no se trata de las secuelas de ningún sueño, para nada. Este hombre, alguna vez, vigila los sueños como un carcelero espía a los presos, no se deja sobornar a la primera, piensa que incluso nunca se dejaría sobornar, aunque lo piensa a voz en grito, porque nunca le gustó desdecirse cuando el horizonte es claro. No le gusta esquivar los caminos certeros, aunque a veces también le gusta voltear el trecho marcado y perderse por lugares ignotos que le motivan a recrear el viaje. El objetivo, obviamente, siempre es alcanzar la meta por lejos que esta quede.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-Ctt4UvBPico/Vrmi-WLhQhI/AAAAAAAABHo/FKAc4845rRs/s1600/vg1_p21229c_small.gif"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Hay días que necesita meterse dentro de él, desprenderse del contexto, aislarse de él mismo, habitar un espacio al que solo él tiene acceso, buscarse las cicatrices más profundas a las que ningún psiquiatra podría hallar diagnóstico certero. Él se mete tan adentro de sí mismo que teme por momentos no encontrar la salida porque, allá en su interior, encuentra una paz reconfortante que le ayuda a esquivar las zancadillas del destino que no ha merecido o que ni siquiera entiende. Es allí donde las dudas le atenazan con una virulencia de la que desea desprenderse lo más pronto posible. Nada le ata ya a ese espacio carcomido por sueños deshabitados donde en otros días más intensos construía un futuro a su antojo pero donde ya hoy no vale la pena tenderse a pensar en las tardes en que todo el horizonte se podía abarcar con el esplendor de las manos extendidas. Todo queda ya, pues, en el ámbito del arbitrio, como la vela de un navío desplegada al viento, con tanta agua por delante como por detrás, o como un vagabundo en mitad del desierto, rodeado de arena infinita por todas las latitudes, o como él mismo en la esquina de una ciudad cualquiera o de esta ciudad en concreto.<br />
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Él está aquí, vestido para la ocasión, sin otro proyecto que, sin dejar de ser él mismo, amar por siempre a esta mujer que conoció unos meses atrás en un banco del parque y a la que amó y ama, piensa ahora, como nunca antes había amado. Cuando descifra muy adentro de él mismo el significado de estas palabras, ese simple hecho le retrotrae a otro momento de su vida anterior en que siempre quiso creer en estos sentimientos tan comunes pero que a él le parecían pueriles o tan engañosos, tan inconsistentes tal vez que, ahora que son ya parte de su propio ser, quisiera entender que se ha extraviado en sus más arraigadas convicciones y que cualquier día un soplo de cordura le devolverá la razón que ahora le falta o le confunde y que al mismo tiempo le hace dichoso como nunca lo fue.<br />
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Siempre fue feliz, es cierto. Vivió sin arraigo a lugar alguno, con afectos medidos y eficaces que le alentaban un equilibrio interior puro y limpio y del que nunca quiso desprenderse. Hubo algunas mujeres, muchas o tal vez demasiadas, en una vida dilapidada a su antojo, construida con retazos de fiestas y de viajes, de algarabía y de melancolía bien nutrida de noches felices. También de sueños. Algunos ásperos y otros sinuosos como piel de melocotón. Todo vale cuando la juventud gobierna los días y los días por contar todavía son múltiples o indefinidos, y el placer sin límites anida en el alma como un áspid que te busca una muerte dulce y que nunca muerde pero que siempre anda ahí acechando. Cuando este hombre era joven, la muerte siempre vagaba por lugares limítrofes con la amenaza bien fundada de que nadie debe descuidar el arma que aprietan sus puños, porque la vida es tan frágil como un huevo que rueda por la mesa y una vez en el vacío poco importa la altura a la que estallen los sueños, porque antes de hacerse añicos la vida vale ya tan poco que, por momentos, pensamos o queremos pensar que un huevo, cualquier huevo, puede quedarse colgado en el aire por tiempo indefinido como a todos se les quedan los sueños propios colgados tan adentro, flotando en un océano sin esquinas al que nadie tiene acceso, solo nosotros, los dueños de ese mar ilimitado que no podemos alimentar porque nos ahoga en lo más profundo de nosotros mismos, allá donde ya no distinguimos las sombras que siempre fueron sombras de sueños imposibles. Un espacio acotado sin restricciones solo a nuestra propia alma. Que no es poco.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-49471604027108014592016-02-08T01:03:00.002+01:002016-02-08T01:03:23.626+01:00Sin engaño<div align="justify">Hay una esquina olvidada en alguna calle de cualquier ciudad, una mujer que cruza las calles de otros días y más a lo lejos –en el tiempo, claro- la posibilidad remota de poder cambiar los días vividos y, sobre todo, los momentos que dejamos pasar como si la vida se pudiera repetir a nuestro antojo. A este lado, donde el tráfico se confunde con un amanecer inhóspito, la lluvia hilvana instantes imposibles.<br />
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<center><img src="https://1.bp.blogspot.com/-7JPobCN6uIM/VrfbBWdh6tI/AAAAAAAABHY/_5eHT8UV6rU/s1600/baloons1235_small%2B2.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Esta mujer, agarrada a una memoria confundida que no es la suya, mira la ciudad de otra edad que se fue, los edificios desgastados, los ruidos muertos de los viandantes, la música apesadumbrada de los bares que huelen a aceite quemado y sudor compartido, a almanaques de días tachados y fotos color sepia que nadie recuerda. Andando sin buscar una identidad extraviada, esta mujer sabe que este no es su lugar y que el tiempo de ayer se ha diluido tan deprisa que la edad que percibe en su piel le impide doblegarse a cualquier engaño.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-64102735563476706382016-02-07T14:53:00.000+01:002016-02-07T14:53:00.653+01:00Los sueños deshabitados (XXV)<div align="justify">Cada mañana, cuando amanece, le gusta andar solo la ciudad. Antes de que la mañana se ilumine como un fósforo, sube al metro que, a esa hora, encuentra ligero de pasajeros. Y cruzando el puente, observa el río de un color metálico, como la piel plateada de un depredador de los océanos. Le recuerda el mar de Japón, de un gris grafito, o el mar de Isla de Pascua, tan distinto al verde esmeralda de Cuba o del sur de Portugal. Más tarde, ya iluminado, el río recobra un color indefinido por el lodo que arrastra hasta la desembocadura. A veces, el agua, más serena y limpia, se tiñe de un azul verdoso que a él le gusta. Observa sus anchos meandros cada mañana, y mientras lo hace, no piensa en nada, no quiere tampoco pensar en nada.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-qgRR4JodHcA/VrdL84rq78I/AAAAAAAABHI/0uisi_yq5k0/s1600/Silhouette%2BAnd%2BTextured%2BSky2.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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A esa hora en que el sol anticipa los primeros rayos de luz, la ciudad despierta con sus ruidos monótonos. Los ciudadanos van y vienen todavía ajenos al nuevo día, metidos aún en la resaca del último sueño que les dejó desconcertados hasta medio día. Cada mañana la ciudad se reconstruye a sí misma, como si el hecho de vivir fuera nuevo otra vez. Y en esa reconstrucción de su propia identidad hay también una sensación de hastío difícil de definir, pero al mismo tiempo nace también una posibilidad remota de querer cambiarlo todo, sensación que se diluye como el azucarillo en el café de desayuno que reconforta y aliena a la vez.<br />
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Este hombre, mientras desayuna, lee el periódico sentado a la mesa de un bar. A través de sus páginas, observa el mundo empequeñecido, muestra su propio desconcierto de cómo en unos cuantos titulares puede encontrar el diagnóstico a este caos internacional. Mira el periódico y viaja con la mirada por todos aquellos países que él ya conoce, y cuando lo cierra y lo deja caer sobre la mesa, un mundo diferente se le pone ante los ojos, y ha decidido que este mundo insignificante que ahora ve es el que quiere para vivir siempre al lado de una mujer que conoció hace tan solo unos meses.<br />
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Pasea por la orilla del río. Quiere vivir a la orilla del río, cerca del puerto deportivo en el que los vagabundos que navegan sin rumbo se detienen para descansar por semanas y meses, y beben cerveza con destreza mientras narran sus hazañas y describen otros puertos y a otros marineros que también beben cerveza en las tabernas de todos los puertos del mundo. Este otro hombre que bebe cerveza junto a él, y que hace y deshace nudos de mar con una soga gruesa y prieta, como si la taberna fuera el escenario de un máster improvisado, tiene una cicatriz que le atraviesa la parte izquierda del rostro hasta tropezar con la nariz. Tiene también la piel cuarteada por la quemazón del sol y siempre anda tocado con una gorra de lobo de mar, viste descuidadamente y la barba empieza a amarillearse. Tiene una expresión de hombre bueno al que la vida le ha ido mal, y los ojos destiñen una mirada de ballena acorralada en mitad del mar infinito, y esa sensación de ser libre sin conocer qué es la libertad, piensa este hombre, es tal vez una de las más condenadas confusiones a la que el ser humano se pueda sentir abocado.<br />
Allí, a la orilla del río, este hombre ha encontrado un apartamento confortable y amplio, luminoso, donde ha decidido quedarse por ahora y quizás para siempre. Después vuelve a la casa de la mujer. Ella acaba de ducharse y desprende un olor a gel que a él le gusta. Está en la cocina preparando el almuerzo con un mimo que nunca vio antes. El olor a gel y a guiso es una mezcla que a este hombre siempre le provoca sentimientos encontrados. Ella viene a sus brazos. Ya lo echaba de menos. Creo que la comida puede esperar, le dice. Él ha entendido el mensaje en todas sus versiones posibles. De cualquier manera, le dice él, tendrá que esperar. Le quita el albornoz con una ternura que ella quiere. Y él, otra vez, vuelve a sorprenderse al observar su cuerpo perfecto. Le gusta esa mancha oscura que marca su pubis en esta piel blanca, ese punto poblado de deseos al que necesita regresar ya. La tiende en la mesa de la cocina y, abriéndole las piernas, se sienta muy cerca de un mundo del que ya no pretende regresar nunca. Su sexo no huele a sexo de momento, pero a él no le importa. Puebla de besos minúsculos un espacio siempre soñado y que poco a poco intensifica con una eficacia que a esta mujer conmueve y que hasta ahora desconocía y que tampoco sabría definir. El hombre, influido por frases que leyó de Henry Miller, opera con maestría y dedicación, reconduce los ritmos cuando la respiración de la mujer se acelera sin freno, pero él no detiene la acción aunque ella le recomienda ya vale, ya vale, y él, ajeno a voces que no oye, prosigue auscultando su sexo inundado de sensaciones. Y entonces ella se incorpora feliz desprendiéndose con cierta violencia del hombre que la ama hasta hacerla enloquecer. Ya basta, le dice, quiero conservar algo de razón para el resto del día. O para el resto de mi existencia, corrige. Después, sentada aún sobre la mesa, con las piernas abiertas y cubriéndose el sexo con las manos, mira a este hombre que le pide sin prisas, y por favor, una cerveza bien fría. Ella le sonríe. Después se pone en pie y, mientras se dirige aún desnuda y feliz a abrir el frigorífico, solo alcanza a decir:<br />
-A la orden.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-89369704417479425222016-02-07T14:33:00.002+01:002016-02-07T14:33:33.697+01:00Los sueños deshabitados (XXIV)<div align="justify">La mañana amaneció limpia, pero el cielo se fue encerrando en sí mismo de poco a poco hasta que la lluvia, de granos menudos y agradables, inundó las calles de un agua providencial. La lluvia trajo también una temperatura suave al ambiente, una bajada del mercurio que vaticinaba también una primavera encendida que se había anticipado después de un invierno seco y árido. Ella miró la ciudad desde la ventana del hotel y pensó que era llegado el momento de volver a casa. Se lo dijo al hombre que buscaba en Google un paisaje inusitado y, al escuchar la sugerencia de la mujer, entendió que aquel viaje sin destino había tocado a su fin. No puso ninguna objeción. Creyó también que, con toda probabilidad, le vendría bien retornar al punto de partida y de encuentro.<br />
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<center><img src="https://4.bp.blogspot.com/-UkRf12QFj9Y/VrdHapNozuI/AAAAAAAABG8/Bj7x8vq_uUo/s1600/small_waterfall_0012.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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La mujer le dijo que le apetecía volver a casa, descorchar una botella de buen vino, preparar una cena liviana aunque sustanciosa, compartir con él las horas de sobremesa y proponerle después un futuro sin fisuras, apostar por una vida sencilla, si a él le apetecía también, un espacio en el que las escaramuzas y de más estrategias no tendrían lugar. El hombre, abstraído sin sorpresa por un proyecto que ya consideraba consolidado, comenzó a preparar el equipaje sin decir nada. Después la miró sin palabras y solo acertó a decir: “Vamos a casa”. Sí, vamos, pensó ella, sin decir nada. Para qué hablar. Ya en el avión imaginaron de nuevo la vida que se consumía a sus pies.<br />
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No trajeron con ellos ni un solo recuerdo de aquel viaje disparatado. Ella pensaba, después de casi cuatro semanas, incorporarse de nuevo al trabajo. Mataba las horas en una agencia de viajes, donde cada vez que vendía un boleto reconstruía a través de las fotos del catálogo o de la revista tantos rincones del mundo que jamás reconocería. Ahora, sin embargo, de vuelta a la monotonía de una vida apaciguada por los años, parecía hacerlo con el mundo dentro de ella, como si ya no necesitara moverse de un mismo lugar para saber que el mundo, básicamente, es igual en todas partes. Lo pensó mirando de soslayo al hombre que tenía a su lado. Despertaría cada mañana en el lugar que quería estar, el que había elegido para compartir con él.<br />
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El hombre sabía que cuando la mujer no dice nada es porque se siente feliz. La conocía ya lo suficiente para no inventar otra sorpresa que una sonrisa cuando era necesaria o un sencillo abrazo para sortear la soledad más contumaz. Él sabía que los años, a una determinada edad, no han alcanzado todavía a desbaratar los sueños si esos años se han conservado al margen de otros daños colaterales. La madurez, esa palabra tan estoica que a todos los seres humanos ha carcomido hasta romperles las entrañas, habita demasiado temprano las primeras ilusiones incipientes, cuando apenas son flor de un día o de un instante fugaz. Más tarde, allá, donde ardió un fuego inextinguible, ni siquiera las cenizas muestran huellas de aquellas hazañas desproporcionadas que habitaban sueños indomables. Después no queda nada, apenas queda nada. Hace daño abrir esas cajas de fuegos apretados entre bastidores, desteñidos por la carcoma del tiempo y por la devastada voluntad que nunca sobrevive a los últimos embates de una vida que siempre quisimos diferente.<br />
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Un día, de golpe, alguien despierta a un nuevo día, y sabe que ahí está la vida en todo su esplendor, que no había que cruzar océanos ni remontar cordilleras, que sobran otros idiomas para entender este otro que balbucea adentro de cada cual palabras ininteligibles que nunca entendimos hasta hoy. Ahora este hombre, que siempre anduvo de allá para acá, y que cualquier otro día posiblemente emprenderá otros muchos viajes que nunca imaginó, le basta con volver al lado de esta mujer donde esta mujer quiera estar. Allí, frente a un río salvaje que duerme a la sombra de una ciudad que vive ajena a su presencia, este hombre ha echado amarras, consciente de que el río siempre anuncia con su presencia un rumbo indefinido que se abre sin buscarlo adentro de cada uno, adentro también de él. Y también adentro de ella. Así lo quiere entender o sencillamente así lo entiende.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-58087005694755621402016-02-07T14:10:00.002+01:002016-02-07T14:10:30.716+01:00Los sueños deshabitados (XXIII)<div align="justify">Viajaron sin rumbo y sin horarios, sin prisas y sin proyectos. Prescindieron de guías turísticas y de recetas, de lugares comunes e inevitables visitas. Se conducían por ese instinto que siempre rechazamos y que solo en contadas ocasiones escuchamos, sobre todo cuando los acontecimientos se precipitan inevitablemente en dirección contraria a nuestras intenciones primeras. Por esta razón tal vez, hicieron oídos sordos al coro de las musas que les indicaba un camino contrario y diáfano, y optaron, al menos esta vez, por quitarse los zapatos donde muy pocos antes se habían descalzado. Subían a un avión solo por el afán de estar por encima de las nubes y de imaginar, observando un paisaje indefinido, la distancia abstracta que los separaba del resto de los mortales. Sentían los pies como si pisaran un enorme plato de natillas, como si los pies se les quedaran colgados en el inmenso vacío sufriendo el ímpetu del viento. Pero no. A veces, flotaban en un sueño ligero que compartían y despertaban para comprobar que el uno o la otra seguían ahí al lado. Otras, confundidos en el aeropuerto, ese lugar de nadie, hacían acopio de equipajes y modificaban el trayecto planificado unas horas antes. Volvían a la ciudad, buscaban el mismo hotel, pedían la misma habitación para sentirse como en casa y se desplomaban en la cama deshecha de la noche anterior para acabar de leer el último libro, o dormían plácidamente sin horarios y sin más ambición que estar uno al lado de la otra.<br />
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<center><img src="https://3.bp.blogspot.com/-jIs-U3S5jac/VrdCB32GFoI/AAAAAAAABGs/1nVNKvYT84M/s1600/Tire%2BTracks%2Bthrough%2BFrost2.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Después, al despertar, pensaban que el tren era el medio de transporte más indicado para no ser ajeno a aquellos paisajes de ensueño, y volvían a salir del hotel sin haber abierto apenas el equipaje y de nuevo compraban billetes con un destino no estudiado y en ocasiones por puro azar, y era el puro azar, por supuesto, el que los llevaba a rincones que nunca soñaron y que tampoco creían que pudieran existir, nombres que nunca oyeron, platos que degustaron con un paladar de expertos. Se dejaban aconsejar por los nativos, aunque después modificaban la ruta conforme les venía en gana. El atardecer les pillaba desprevenidos en mitad de un puerto de montaña y, sentados en una terraza frente a un acantilado de vértigo, preferían degustar un gintónic con parsimonia de protocolo. Y entonces olvidaban trenes y autobuses, para al final optar por un taxi que los acercara a una casa rural perdida en un monte verde próxima a una carretera sin apenas tráfico.<br />
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Las noches siempre eran distintas y acogedoras. Dormían con velas encendidas y, en esa agitación incontrolada de la llama tenue, las sombras de sus cuerpos se buscaban en la oscuridad sin otro afán que estar uno cerca del otro, una necesidad que crecía por puro instinto y que en tan breve plazo de tiempo se afianzaría como una adicción de la que ninguno querría desprenderse.<br />
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A veces, volvían sobre el rastro abandonado unos días antes. Ya no recordaban con precisión si aquel hostal limpio y modesto, pero acogedor, estaba ubicado próximo a la catedral o bien se situaba detrás del puente que llevaba a un parque natural que nunca quisieron visitar. Y volvían por ese simple placer de pisar el camino andado. Después, desde allí, alquilaban un coche para gozar de esa libertad que es perderse por carreteras apenas transitadas, donde la vida bulle a una velocidad distinta o sin velocidad. Allí, apoyados en la puerta del vehículo, se han detenido a medir la distancia que los separa del cielo, y piensan de nuevo si, desde allí arriba, alguien puede alcanzar a identificar a estos dos seres diminutos que cruzan el mundo de punta a punta como dos vagabundos a los que les sobra casi todos los páramos en los que han hundido sus botas.<br />
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Así que, alguna vez, han pensado volver a casa, aunque solo sea por ese placer de no pedir la llave a nadie, de andar a pie sin necesidad de subir a un vehículo a motor o sencillamente por el placer de andar reconociendo el entorno, de volver a oler los almendros florecidos y la tierra sin lluvia que ya se cuartea de sed. De vez en cuando, piensan que sería bueno archivar el pasaporte con el resto de documentos y andar desnudos por el mundo, sin identificación posible, sin DNI ni ADN, sin nombre y sin apellidos, sin memoria y sin nómina, ausentes al caos que se traga de lleno a este mundo hasta ahora conocido, un mundo que se diluye sin esperanzas y sin solución en sus propias contradicciones, un mundo posiblemente inventado a la medida de los hombres y que ahora se rompe al tamaño de cada ambición, una ambición desmedida y fugaz, como un sueño resquebrajado en mitad de la noche, lejos todavía del amanecer tardío que se extravía entre las sombras de los días presentes. Ahora, este hombre y esta mujer viven al margen de un mundo que no les interesa, de un mundo que no entiende sus actitudes y que vive ajeno a ese otro mundo en el que ellos se refugian para escabullirse de esta pesadilla colectiva que no entienden ni comparten y de la que se compadecen y compadecen a los demás porque la sufren y sufrirán inevitablemente por un tiempo que nadie logra acotar.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-55200556243913646542016-01-27T20:34:00.002+01:002016-01-27T20:34:14.035+01:00Los sueños deshabitados (XXII)<div align="justify">Apenas lleva sentada unos minutos en el banco del parque cuando lo ve llegar. La mujer le pregunta que cómo está, que cómo pasó estos días, que si volvió al parque alguna vez. Él le responde que sí, que todos los días acostumbra a venir al parque, a leer, a pensar o no pensar, a sentir cómo la vida fluye, cómo va y viene sin que nadie la pueda detener o entender. La vida, le dice, desde que te conozco, tiene sentido si estás aquí, a mi lado. Eso estuve pensando estos días, le dice el hombre. Lo pensaba en los sueños, al alba, cuando el sol se ponía, cuando nada tiene sentido o todo lo tiene, lo pensaba. Ahora lo sé, le dice mirándola fijamente, ahora sé que quiero estar aquí, a tu lado, nada más. Y sé que aquí, contigo, sobra todo. Quiero despertar y no ver otros ojos. Despertar y pensar que todo es un sueño, sabiendo, eso sí, que no lo es. Que algunos sueños son posibles, que llamamos sueños a algo que no lo es, porque los sueños, siendo mágicos e inalcanzables, no son tangibles, no están al alcance de cada cual en cualquier momento.<br />
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<center><img src="http://2.bp.blogspot.com/-tyGWHzED1gI/VqkbbpfE1kI/AAAAAAAABGc/dUYbSXW8z5g/s1600/Hoja.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Los sueños son volubles y enfermizos, acogedores como un fuego de leña en invierno. Pero también pueden ser hermosas prisiones, pero prisiones a fin de cuentas. Y pueden ser enajenaciones mentales y desdoblamientos de nuestra personalidad. Y pueden ser, como son, piezas imprescindibles de la vida, una vida aparte de la vida real, paralela a la que vivimos cada día, no ya necesaria y cómoda, sino también peligrosamente eficaz contra los albedríos del alma. Esto le dice el hombre. Y la mujer lo escucha sin pronunciar palabra alguna. Le gustaría estar toda la vida escuchándolo. Lo mira fijamente. El hombre piensa que alguna lágrima le puede empañar el rostro de rímel. Pero no. Te quedarás, le pregunta la mujer. Me quedaré, le responde. Pero mañana, le dice, saldremos fuera, viajaremos, no sé a dónde, tal vez sin rumbo. Quiero despedirme del mundo, verlo por última vez, pero esta vez a tu lado, contigo, para comprobar que ya el mundo no es nada sin ti.<br />
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La mujer lo encuentra cambiado siendo el mismo. Porque el hombre de hoy es parte también del hombre de ayer, siendo dos son uno mismo, o siendo muchos más aún, todos confluyen en él, en uno solo. Una figura poliédrica cuyos lados conforman todos un mismo ser. Me iré contigo, le dice ella, estaba esperando desde hace mucho tiempo que tú vinieras para irnos juntos. Yo u otro, insinúa él. No, le dice sin mirarlo, creo que nunca hubo otro. Estuve acompañada alguna vez, es cierto, pero te esperaba. Joder, media vida esperando, dice. Ahora la mujer lo mira. El hombre advierte que una lágrima le resbala hasta el labio superior. El hombre le seca el labio, el rastro visible que ha dejado en su rostro alcanza apenas el ojo. Déjalo, le dice, creo que ya se me olvidó llorar. Y sonríe con una carcajada limpia, con una sonrisa queda y frágil. Esto era la felicidad, le pregunta la mujer. Parece que sí, que esto es la felicidad, le responde sin dudas. Por fin, dice ella, estaba cansada ya de fabricar sueños.<br />
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Vistos a cierta distancia, este hombre y esta mujer, cogidos de la mano, sentados en el mismo banco, muestran, a quien los observa, una carta postal color sepia, o un fotograma en blanco y negro desgajado de cualquier película, una escena no representada en ningún teatro, un párrafo apócrifo de una novela aún no escrita. Ambos pasan desapercibidos a los viandantes porque, aparentemente, no les ocurre nada: se abrazan o se besan o se miran, sin más. Como haría cualquiera, aunque sin esa mirada. Como hacen todos, sin ser conscientes de que todos los momentos son únicos. Sin entender que la vida es la suma inexacta de todos los olvidos y de todos los recuerdos, y que la memoria es un almacén desordenado, un desván de estrecho acceso donde el tiempo todo lo revuelve y lo confunde y lo oxida y lo fagocita a su manera, de manera que, al final, nadie entiende de qué carajo va esta vida. Eso pensaba este hombre hasta ahora que ha apagado las luces de la planta alta de un edificio deshabitado donde todos conservan aquellos otros sueños inaccesibles al desaliento.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-14732585659781063692016-01-24T13:32:00.002+01:002016-01-24T13:32:12.242+01:00Los sueños deshabitados (XXI)<div align="justify">Aquella tarde se miró al espejo. Solo un instante. El tiempo suficiente para adivinar en la sombra de sus ojos el paso inexorable del tiempo. Conservaba aún una belleza juvenil que le disimulaba los años que la soledad había erosionado a pasos forzados en su interior. Optó entonces por disimular con pinceladas de rímel la curvatura de la mirada y acentuó con tonos sonrosados la palidez macilenta que encubre poco a poco el brillo de la piel. Se recogió el pelo para acentuar sus pómulos sobresalientes y resaltar unos labios que, desde que conoció a este hombre, resultaban más agresivos en esa vocación devoradora que no lograba ni quería disimular con ningún maquillaje ni con otro gesto menos expresivo. Quería que la expresión a primera vista delatara el laberinto de sensaciones que inundaba su corazón. En pocos días logró archivar definitivamente una vida de desbarajustes que nunca le entusiasmó y se propuso, tal vez sin haberlo analizado en demasía, y sin debatir pros y contras de modo pormenorizado, cruzar el panel que siempre la dejaba a este lado de la muralla.<br />
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<center><img src="http://3.bp.blogspot.com/-zefmVO01u0k/VqTEEoHFcwI/AAAAAAAABGM/Atcmtfggy4k/s1600/45_19_15_web.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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Ahora se hacía necesario traspasar esa invisible línea que embellece el alma, ese punto inexistente que muestra el abismo a nuestros pies, ese difícil desequilibrio que nos lanza, ajenos a las estrategias de vuelo, a cruzar los aires entrecruzados del azar sin otro equipaje u otro motor posible que unas alas inventadas que hacen real el sueño. Desde arriba, el mundo es un paisaje inmenso y diferente, y da pereza después bajar a tierra y analizar a tamaño real cuanto antes eran puntos insignificantes en una panorámica sin límites. Ahora esta mujer no puede volver la mirada atrás y desandar el camino, porque a veces no hay camino. El camino es cada uno de nosotros, piensa ella, nosotros somos el camino. A un lado y a otro, la vida sigue su curso sin que cada uno de nosotros sea pieza imprescindible de un mecanismo que nunca se agota en sí mismo.<br />
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La falda que elige es corta, aunque decente y elegante, piensa ella. Insinuante, eso sí. Él pensará sencillamente que piernas como esas conviene mostrarlas al mundo en todo su esplendor, para que el mundo sepa que ahí es donde él se quiere quedar a apagar sus pasiones. La blusa es transparente, o no lo es, pero alienta a hombres incautos y depravados y desprevenidos, aunque esta mujer nada más pretende sorprender a un hombre solo, y lo conseguirá sin demasiado esfuerzo. Cuando la naturaleza se muestra tal como es, diferente y sinuosa, dirá él después, no se le puede hacer ascos a ese duelo inevitable. Ella se ve bonita delante del espejo y, lo mejor, empieza a quererse de nuevo. ¿O es al revés? No sabe. Eso sí, adivina que quererse y estar bella posiblemente sean sensaciones que habitan juntas sin nosotros apenas saberlo el mismo y único espacio infranqueable del alma.<br />
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Ahora sale a la calle, decidida a no volver si ese fuera el destino, o a hacerlo acompañada si el paraíso se esconde de nuevo entre las mismas paredes. Después de todo, el espacio apenas aporta valor añadido a sus sentimientos. No importa descubrir las nuevas calles con otra mirada e inventar otra ciudad en la misma que durante tantos años vagamos sin encontrar el norte o el sur. Ahora no hay dirección, porque adonde va es su destino, aunque no lo haga a ninguna parte, aunque se quede aquí para siempre, sentada en el banco de este parque al que regresa después de unos días. Se sienta de nuevo en el mismo banco, observa los mismos árboles, los transeúntes que van y vienen a la misma hora, los niños que, inconscientes aún, saludan a la vida con gritos y juegos salvajes que les harán crecer. Ella se sienta en el mismo banco en el que encontró un día sentado a este hombre que le ha cambiado la vida. Ya no lo busca, porque lo ha encontrado. Lo ha encontrado sin buscarlo, y piensa cómo es posible que lo haya encontrado así, sin más, cuando quemó media vida buscando sin saber a quién, buscando adentro de ella y afuera, buscando sin ilusión o desesperadamente sin sospechar siquiera qué o a quién andaba buscando. Y sonríe ahora de estas insignificantes anécdotas de la vida. Sonríe porque al final lo encontró sentado en un banco, con un libro entre las manos, como siempre hacía, y mirando alrededor como si él ya supiera que solo debería esperar un poco más para dejar el mundo que siempre anheló a ese otro lado de la muralla.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2486215227140242560.post-59628307932260123972016-01-22T10:44:00.002+01:002016-01-22T10:44:34.862+01:00Los sueños deshabitados (XX)<div align="justify">Durante años anduvo buscando a ese hombre de sus sueños que nunca alcanzó a identificar en cuantos machos se le acercaban a desbrozarle la intimidad. Los veía venir desde antes que la miraran fijamente con deseo irrefrenable, y ella les huía con una indiferencia y desinterés que a ella misma molestaba. Es cierto que, de entre todos, algunos, más doctos en el arte de la seducción, lograron cerrar citas a horas poco usuales para ella, o la habían besado con fruición después de unas copas de más. Ella, incluso, en alguna ocasión, quiso pensar que la hora de entregarse a uno de aquellos hombres había llegado. La hora cero, como ella se decía, está aquí. Pero le inquietaba en ellos la rapidez y pericia con que pretendían acometer una tarea tan persuasiva como esta del amor. Los veía tan armados en la entrepierna que a veces les preguntaba, movida más por la curiosidad que por el deseo, si sufrían de lo lindo hasta que lograban descargar todo ese arsenal de semen que les hacía sudar como toros desparramados en la cama. Ella les decía que el amor era cosa de dos. Sin embargo, ellos solo esperaban a que ella apremiara en la consecución última a la que estaban convocados esa noche. Y ella les complacía en provocar aquella erupción de vertido denso que les dejaba inermes y anonadados el resto de la noche.<br />
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<center><img src="http://4.bp.blogspot.com/-gp1RQLPli3A/VqH5v-uJgHI/AAAAAAAABF8/-IIxTcSpjdY/s1600/Navidad.jpg"alt="® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN"> <br />
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No encontraba placer alguno en aquellos encuentros fugaces. Muy al contrario, los esquivaba siempre que podía con correctos ademanes y palabras de agradecimiento. Y volvía después a una soledad deseada que nunca quiso compartir con nadie. No siempre fue así, por supuesto. Alguna vez, el deseo saturaba sus neuronas y se atrevía entonces a esbozar insinuaciones impropias de su carácter y de su educación. Pero cuando la doliente sensación de hembra mal follada le podía, se sentía tan desgraciada que los hombres adivinaban nada más en su mirada un mundo inexplorado que se abría ante sus ojos. Ella entonces se dejaba llevar por un sentimiento de enajenación que le hacía temblar todo el cuerpo, y en las manos inexpertas de aquellos con pocas horas de vuelo en su currículum lograba apaciguar esa voz interior que la demonizaba. Pilota esta nave con argucia, les decía, o te apeas al instante que esta tormenta no la para ni dios. Ella sentía cómo la mano del hombre acariciaba su pubis sin maestría y cómo le abría los labios en un intento por acelerar el lance final. Y ella le reprochaba sin ningún romanticismo que montara aquella yegua que era ella misma y se dejara de pendejadas, que le hiciera ver el cielo sin bajar de la cama, que no se le ocurriera parar ahora que la bola del mundo se mueve, que pusiera en alerta toda su artillería contra el enemigo más próximo que era ella misma y que se dispusiera a disparar sin ambages y sin cortapisas en esta guerra sin cuartel en la que solo dos enemigos, ellos dos, se enfrentaban en una confrontación salvaje e incontrolada.<br />
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Nunca le satisfacían con plenitud aquellos revolcones de cine. Tampoco le parecían creíbles los del cine, tan sutiles o groseros, dependía. Intuía, eso sí, que el amor debiera ser otra cosa que ella, a este paso, nunca acabaría de conocer en su integridad. Quieres una copa, le decía entonces aquel hombre, sea quien fuera, y ella respondía que sí. Y bebe rápido, añadía sin cariño, que tengo sueño y quiero dormir. Si quieres dormimos juntos, inquiría él. Mejor no, le aconsejaba. Os acostumbráis y cualquiera os saca luego de la cama. Y mandaba a aquel hombre, con la palabra y el whisky aún en la boca, a paseo para siempre. Está claro que el amor, se decía, es un enigma indescifrable. Después reía sus frases absurdas. Y en la cama abría un libro para olvidar los sinsabores del espíritu una vez aplacados los impulsos del cuerpo. Con un hombre experto y al que ames de verdad, se decía antes de cerrar los ojos, esto debe ser la hostia. Y antes de que el sueño la transportara a otros ámbitos deshabitados, aún lograba esbozar media sonrisa de felicidad.</div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07618296896408029427noreply@blogger.com0