viernes, 20 de junio de 2014

Solos

Estaban solos, espiando los días futuros, obsesionados con no alterar el orden cronológico de los acontecimientos. Rehuían de gurús y magos, de las adivinanzas y las profecías. Apenas se rozaban con los dedos –si no era por un descuido-, por miedo a provocar una reacción contraria a los sentidos. Ni se miraban a bocajarro, por miedo a descubrir en el otro un corazón diferente e ignoto. En el fondo, sin saberlo, esperaban una señal mágica en el cielo que les abriera el camino de la felicidad.

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Ambos se mantenían vírgenes en sus insinuaciones, desviaban las tentaciones por otros derroteros para domeñarlas como a un perro cautivo. El tiempo, obviamente, iba pasando, y les fue poniendo a ambos una capa de un barniz invisible en la piel que ensombrecía sus bellezas y un halo de soledad en los ojos que mataba el deseo.

Un día se miraron frente a frente, como dos extraños, y no se reconocieron. Se abrazaron con un miedo salvaje, sabiendo ya que eran otros. Hicieron el amor hasta la agonía, pero a ninguno se le iluminaron las pupilas ni desearon seguir explorando un cuerpo ajeno a sus sueños. Habían pasado tantos años que no quedaba ni rastro de los días en que eran jóvenes y la vida les palpitaba incontrolable y alegre, pero contenida. Ahora tampoco podían hacer nada más. Estaban solos, sin nadie más, como siempre, pero solos también en lo más hondo de ellos mismos.

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