miércoles, 22 de octubre de 2014

Un adiós definitivo

Fingió un cansancio escondido que no conoció hasta entonces. La enfermedad la embellecía aún más. Ella sabía que toda pérdida y que toda huida contienen una melancolía indescifrable y abrasadora. Él, por el contrario, atento a los latidos del corazón, desconocía por qué, en ocasiones, la mirada se tiñe de un halo inexplicable y acaparador. Ella no le dijo nada. Para qué. Sabía que aquel mal que la hendía tan hondo no era una enfermedad efímera.

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En su sonrisa forzada había todavía más pasión que muerte, pero él, embebido en su belleza, no acertó a desarticular las estrategias del destino. No supo que aquella sería la última vez que la vería. Por eso no hubo despedida, sino un aplazamiento prolongado hasta un amanecer que nunca fue. Ella, que sabía de los percances del azar que la amarraban al olvido, lo miró sin parpadear, con miedo a pronosticar un adiós definitivo, ineludible, inaplazable.

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