lunes, 16 de julio de 2012

El hombre de sus sueños

La mujer le vio desenfundarse la gabardina, desajustarse el nudo de la corbata, pedir un whisky doble, con hielo, por favor. Sentado en un taburete y apoyado en la barra, ella observó en su semblante una mirada que conocía, una postura de estar de paso por el lugar y tal vez por su propia vida.



Advirtió ciertas similitudes con el hombre de sus sueños. Pero aquel amante onírico no tenía un rostro concreto ni un perfil determinado. Eran imprecisos sus pasos por el parqué de la casa, sus abrazos tiernos y rudos a la vez no se parecían a los de ningún otro hombre. Por esta razón, siempre le costó cerrar una relación de compromiso firme, porque siempre la imprecisión de ese hombre soñado no se ajustaba con las concreciones que le ofrecía la realidad.

Así que ahora que observa a este hombre que bebe whisky a largos tragos, con la mirada puesta en ninguna parte, ausente del instante que ella recrea, sospecha que tal vez se trate del mismo hombre que vuelve cada noche a sus sueños sin que tampoco se aperciba de estos hechos que ella le imputa.

Pero es en los sueños donde ella recrea a este hombre con una imprecisión que le atrae y perturba a la par: un rostro desdibujado que no acertaría a confundir con el de este hombre que no se percata de su presencia, unos ademanes lentos y estudiados de cazador retirado, y una elegancia discreta que no descuida detalles básicos.

Se ha sentado a su lado, ha pedido otro whisky, también doble, por favor, le ha pedido fuego para encender un cigarrillo pero él le dice que no tiene fuego, que no fuma, que aquí tampoco se puede fumar, y cuando ella escucha su voz la reconoce como la del hombre de sus sueños.

Le gusta el tacto de su piel cuando le estrecha la mano, y sus ojos profundos de un verde aceituna le advierten de otros años más benignos con toda probabilidad bien aprovechados en aquellos quehaceres que ella siempre fue dejando de una vez para otra, hasta que un buen día frente al espejo sintió que el tiempo de la vigilia debía llegar a su fin. Pero no todos los propósitos se materializan con el mismo empeño e ímpetu que con el que se proyectan, piensa.

La vida se fue diluyendo a su lado sin que ella fuese capaz de atraparla hasta ahora que, mirando a este hombre, sabe que cualquier momento es propicio y único para dar un viraje a una biografía con tantas páginas en blanco. El hombre, por el contrario, encuentra en esta mujer una luz diferente, una naturalidad que echó de menos en otras mujeres más avezadas en estas estrategias del corazón.

Le gusta verla beber cuando se aproxima el vaso a los labios y sorbe un trago muy corto de whisky, como si en su vida lo hubiese degustado. Ella le dice que, en realidad, es la primera vez que bebe whisky. Y él le sugiere que pida otra bebida. Pero ella insiste en que un día es un día y que la primera vez es la primera vez.

La noche es clara. Ella quiere fumar afuera. Él la acompaña con el vaso en la mano. También él enciende un cigarrillo. Solo por acompañarla. No le gustan las mujeres que fuman ni las mujeres que huelen a tabaco ni los besos con sabor a nicotina. A ella, en todo caso, no le importa que los hombres beban y sus besos sepan a whisky y farra y noches intensas, ni que en un determinado momento se muestren tiernos y atrevidos como en los sueños en los que ella anda como Pedro por su casa.

Pero este hombre no pretende seducirla. Al menos hasta ahora, piensa ella. Y piensa bien. El hombre había entrado al local para tomar una copa antes de volver a casa después de un día sin novedades. Los días sin novedades le mataban. Estaba acostumbrado a resolver los problemas irresolubles, a prolongar las horas del día por miedo a cualquier final inesperado. Pensaba que la existencia era fruto del azar y que su misma brevedad era un claro síntoma de la belleza de estar vivo. Eso le dice a ella.

La mujer se ha acostumbrado al timbre de su voz, a su humor espontáneo y diferente, a sus citas de escritores que no conocía, a los relatos de viajes que nunca imaginó. De vez en cuando, ella se queda mirándolo fijamente, ensimismada en sus palabras, pensando que no era posible que todo fuera tan fácil, que ella y él estuvieran allí, frente a frente, solo a un paso de materializar tantas ilusiones aplazadas. Fue entonces cuando cerró los ojos y se sintió confundida. Y al abrirlos ya no supo si entraba en un sueño o si volvía a la realidad de todos los días.

1 comentario:

  1. Ilusiones de un pensamiento.
    Consigo adivinar, en la entrada de la noche, cuando se a terminado la jornada laboral, con el sabor de un buen whisky, la compañía aterciopelada de una bella señorita, que además le puedas comentar los pormenores de la jornada, de manera relajada y sosegada.

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