miércoles, 28 de enero de 2015

Luis Landero: "No es mayor la verdad en la vida que en las palabras"

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) publica El balcón en invierno (Tur quets, 2014), un libro que es novela y memoria. También es un libro sincero, pese a que se confiesa un mentiroso empedernido. Durante años, compartió docencia y literatura. A sus alumnos, si llegaban tarde a clase, les obligaba a contar una historia extravagante. Ya jubilado, le gusta ver el revés de las palabras y husmear en su propia vida, donde encuentra argumentos fantásticos y reales para su obra. Se define como hombre de izquierdas y se siente indignado e impotente frente al momento actual.

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FOTO: Miguel Ángel León

Fue mal estudiante y guitarrista, hasta que apareció en el escenario nacional Paco de Lucía. Entonces abandonó las tablas. Su último libro encierra frases brillantes. Como esta: “… las verdades sencillas son poco creíbles, y desde luego menos que las mentiras complicadas”. Su vida estuvo marcada por la ambigüedad, el desarraigo y el merodeo. En este libro habla del padre, de la madre, de su cuñado Paco, que quiso ser inventor. Inventó, por ejemplo, un artilugio para ordeñar las cabras en alto, sin tener que agacharse. En la casa de su infancia solo había un libro. Hoy tiene más de 5.000 ejemplares. Tiene manías, le obsesiona el dinero chico, es alegre y divertido. Saturado de ficción, se adentra ahora en los recuerdos, en la vida vivida.

De adolescente soñaba con ser pistolero en el Lejano Oeste. Confiesa también que es un tipo inseguro, aunque no lo aparenta. Y no duda en calificar su última obra de novela: “Se puede fabular exactamente igual con hechos verídicos que con hechos inventados”. Pero advierte que la memoria es imprecisa y poética, fugaz. Pero, al final, es contundente en sus convicciones: “No es mayor la verdad en la vida que en las palabras”. El balcón en invierno es, sobre todo, un libro muy bien escrito. El libro de un maestro.

- Un libro diferente. ¿Novela? ¿Autobiografía? Un giro en su obra. ¿Por qué ir a la verdad si, como usted dice en su obra, es un mentiroso profesional?

- Novela por novela. Esto sigue siendo una novela. Solamente que los hechos son verídicos. Ésta es una novela con espíritu de novela. Y respecto a las novelas de ficción, hay que decir una cosa. Y es que si no son verdaderas, no valen. O sea, la verdad, siempre. En la ficción y en las autobiografías. Cuando el lector detecta que se le está mintiendo, el lector abandona el libro. Tiene que haber una verdad de fondo. Sea simbólica, sea directa, sea como sea. Pero siempre la verdad por delante. Se puede fabular exactamente igual con hechos verídicos que con hechos inventados.

- ¿Su mejor libro?

- En cierto modo, sí. Pero, claro, siempre que acabo un libro, me parece que es el mejor. Esto es un problema. Pero sí, al menos a mí me ha transmitido, mientras lo he escrito, una sensación de autenticidad y de verdad de la que otras veces he dudado. Pero no lo sé. Retiro lo que dije de que es mi mejor libro. Pero es un libro muy auténtico.

- Siempre cuida el lenguaje, pero en este libro parece como si se hubiera esmerado más aun. Es una sensación como lector.

- Pues no qué decirte, porque me ha salido más fluido. A lo mejor es por esa razón. De todas maneras, sí es verdad que está muy cuidado y, sobre todo, está muy cuidado para que parezca espontáneo. La espontaneidad en literatura hay que cuidarla.

- Confiesa a su madre que está escribiendo un libro sobre la familia. La madre le responde: “Co lo mentiroso que has sido siempre, habrá que ver lo que cuentas ahí”. Y usted le responde: “No, esta vez no hay mentiras. Es un libro donde todo lo que se dice es verdad”. ¿Leyó su madre el libro?

- (Ríe). No. Le he contado. Pero yo creo que estaríamos de acuerdo. Mi madre ya tiene 97 años y ya no está para muchos trotes novelescos, pero ella sabe perfectamente qué es lo que cuento aquí. Lo hemos hablado muchas veces y creo que estamos de acuerdo en todo, más o menos. La memoria es imprecisa. La memoria es poética. Pero todo está fundamentado en hechos absolutamente reales.

- Cuando un escritor se jubila y tiene tanto tiempo libre, ¿se dedica a mirar su vida de otra manera?

- En mi caso, para nada. Para mí, la jubilación fue un rejuvenecimiento.

- Dice en su libro que siempre fue un tipo inseguro, pero no lo aparenta.

- Hombre, no lo aparento porque tampoco es cuestión de ir por ahí sin que se le vean a uno las miserias (ríe). Pero sí soy una persona razonablemente insegura. Lo que pasa es que los inseguros a veces nos afirmamos mucho. Quiero decir que la inseguridad nos da una fuerza especial. La fuerza de los inseguros es de temer a veces.

- Entre los personajes de su libro, está su padre, un padre que quería ser comunicativo y cariñoso, y no sabía cómo.

- El padre representa la figura del padre. Y el hijo lo percibe como padre. Y él, aun cuando quiera ser cariñoso y lo sea, y quiera ser comunicativo, a veces no lo es tanto. O el hijo pone las distancias de vida. O sea, que eso no es tan raro. Lo que pasa que en mi padre era un caso extremo todo esto. Pero eso del padre y los hijos coleguillas es un rollo macabeo, que ni entonces ni ahora.

- Otro personaje, muy querido, es su cuñado Paco, que quiso ser inventor. ¿Qué significó en su vida?

- En mi vida significó, sobre todo, el gusto de hacer las cosas bien hechas. Por el gusto de hacerlas bien. Cómo coger un vaso de vino, cómo levantarlo, cómo olerlo, cómo probarlo, cómo dejarlo. Cómo sacar la guitarra del estuche, cómo limpiarla con la bayeta, cómo afinarla. En todo ponía lo mejor de sí mismo, hasta en las cosas más pequeñas. Ésa es la lección: el trato amoroso con la realidad. El trato amoroso con todo lo que hacía. Él tenía un alma artista para todo.

- Su familia, labriegos, llegó a Madrid con su acento rústico y sus propias palabras: mérula, poipa, morgañera, farraguas o morrocate.

- La mayoría de esas palabras no están en el diccionario. Además, muchas eran portuguesismos en estado crudo. Son palabras que yo, de niño, estaba muy familiarizado con ellas. Luego, la gente se fue escolarizando, apareció la televisión, según el lenguaje se fueron estandarizando, y esas palabras dejaron de usarse. Y hoy, es muy raro, ya ni siquiera la gente del pueblo, más menos joven, conoce ya. Como contar cosas de la cultura campesina, todo se pierde. Como se pierden las leyendas, la artesanía, el trabajar el barro, el esparto, tanto conocimiento de la naturaleza, de hierbas, todo lo que es la milenaria cultura campesina. Todo eso se ha perdido inevitablemente y con ella se van también las palabras.

- ¿Nunca le dio por recuperar esas palabras?

- No. Estaría muy bien. Pero para eso habría que ser lingüista, ser lexicólogo, ser algo así. Y eso se lo dejo a los expertos. No. Ni tampoco usarlas porque fueran del ámbito muy rural, no se comprendería nada. Sonaría a chino. Pero, bueno, con algunas podría intentar un texto para que nadie lo entendiera. Esto lo hubiera entendido mi abuela, que era analfabeta.

- Confiesa en el libro que no sabe de dónde le viene su obsesión por el dinero.

- Sí. La obsesión por el dinero. Porque esto lo he vivido yo desde chico. Contar el dinero. La gente contaba mucho el dinero. Yo, cuando iba con mi abuela a la plaza a comprar, mi abuela sacaba el dinero de un medio calcetín que tenía, e iba dejando el dinero. Ése es el dinero chico. Y ahora con la crisis el dinero chico tiene una gran importancia. Y luego está el dinero grande. El de los Botines, los Gates. Que es un dinero ya abstracto. Vaya usted a saber. En dimensiones que no conocemos. Pero me gustaría, a veces, cuando leo cosas de macroeconomía, que el dinero chico me llevara a explicarme el dinero grande. Pero no hay manera. Hay una cultura de todo esto. Somos sabios en el dinero chico y no tenemos ni puta idea del dinero grande.

- En la casa de su infancia solo había un libro, como en casi todas. Hoy tiene más de 5.000 ejemplares. ¿Dónde se sintió más extraño o más cómodo?

- Me siento más cómodo ahora. Pero entonces era niño. Un niño está siempre cómodo en el mundo. Y el niño no necesita libros para vivir. Pero la persona mayor necesita libros, como necesita a veces una garrotita.

- Los relatos de su tío Ignacio, de la abuela Frasca suplieron a los libros. Le introdujeron en este mundo de la fabulación.

- Entonces, la gente vivía aislada, en el campo, no había radio, ni televisión, no había nada. La gente se gestionaba su propio ocio y la gente hablaba, y hablaba, y hablaba. Y lo que se hablaba eran cosas del momento, pero que también eran cosas que se habían oído a los mayores, cosas que venían a través de los siglos y se mantenían en la memoria colectiva y que se iban legando a una generación a otra. Toda esa habladuría narrativa, todas esas cosas que venían del pasado, eran como un estuche donde se guardan, donde se atesoran, las experiencias de la comunidad para que no se pierdan. Y todo eso yo alcancé a recibirlo, que era un verdadero tesoro desde todos los puntos de vista, y con ese lenguaje natural que venía del siglo XVI directamente.

- Escribe de libros no ha escrito. La novela interrumpida del jubilado con que empieza este libro, el libro sobre los momentos esenciales de algunos personajes literarios o el texto sobre el refugio como motivo literario que ya tiene título: Elogio del cubil. ¿Cuántos libros se le pasaron por la cabeza y se quedaron en el camino?

- Muchos. Tantos como amores que no he tenido. De casi todo se puede escribir un libro. No quiero frivolizar con esto. Me gustaría ahora escribir algún ensayo literario. Unas ideas que tengo sobre ensayos, donde aparecería Elogio del cubil, los momentos esenciales. Pero no sé si lo haré. La vida es breve. El arte es largo. Y hay muchos libros en todos los escritores que se quedan sin escribir. Y otros que se escriben que mejor no había que haberlos escrito.

- Guitarrista hasta que apareció Paco de Lucía. También él se ha ido.

- Paco de Lucía se ha ido. Pero el guitarrista no ha muerto. El guitarrista sigue vivo y seguirá vivo por los siglos. Efectivamente, hay un corte histórico, cuando aparece Paco de Lucía se abre un abismo entre la guitarra de antes y la guitarra de después. La guitarra de antes era Sabicas, como mucho Niño de Ricardo. Y de pronto aparece Paco. Y hay un abismo que todavía no se ha cerrado. No se cerrará hasta que alguien mate al padre, pero quién tiene huevos para matarlo.

- Se define como hombre de izquierdas. ¿Qué se siente en momentos como estos?

- Uno siente indignación y siente impotencia. Y además es una mezcla terrible lo de sentirse indignado y sentirse impotente. Uno se siente encabronado con todo lo que está ocurriendo, pero a la vez dices: “Estamos en un callejón sin salida”. Porque los políticos son los mayordomos del dinero grande. Y los que mandan no son los políticos. El margen de acción de la política se ha estrechado muchísimo. Y quienes mandan son las grandes multinacionales y los grandes bancos. Hace falta mucha conciencia social y el coraje suficiente para cambiar esto. Pero el concepto de solidaridad y de conciencia política hace tiempo que ha desaparecido porque la gente está desideologizada. Esto al final es un producto de la falta de ideología fiable que pueda encauzar esa indignación políticamente.

- El escritor, con sus mentiras, quiere tal vez transformar un mundo que no le gusta demasiado.

- Efectivamente. No solamente el mundo, nuestra vida. La vida no nos gusta demasiado y la transformamos. Por eso leemos también. Precisamente para forjarnos un libro también imaginario, pero un libro imaginario que es también real. Siempre que vivimos algo, luego lo contamos. Es vivir más contar. Y parece que las cosas, hasta que no las hemos contado, no las hemos vivido del todo. Y ese añadido imaginario es lo que a veces da un sentido profundo a la vida. Vivir es vivir más contar. Y no es mayor la verdad en la vida que en las palabras. A veces, las palabras dicen más verdad que los hechos.

- Una frase suya: “Si no fuera por la literatura, me habría dado al alcohol y a las mujeres”. O sea, haber triunfado escribiendo. Le han jodido la vida.

- Qué desastre de vida. Bueno, eso lo dije un poco en broma. Si no me hubiera dedicado a escribir. ¿qué hubiera hecho? Pues una de dos. O me tiro por un puente (ríe), o me doy al alcohol y a las mujeres. Pero para eso, claro, tendría que contar con la aquiescencia de las mujeres (vuelve a reír).

- ¿Y ahora a qué libro de los no escritos le meterá mano?

- Estoy en barbecho y no lo sé todavía. A ver si las palabras me dicen qué es lo que tengo que escribir. A lo mejor las palabras me van llevando a algún sitio.


(Publicado en el diario Córdoba el 25 de enero de 2015)
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martes, 27 de enero de 2015

Autorretrato falseado

Éste que veis aquí no soy yo. Acaso un día lo fui. Ahora él tiene las rodillas cansadas, una lengua de doble filo, la mirada extraviada en otro mundo que nunca supo si fue mejor que el que ahora vive, los oídos siempre atentos al silencio, las manos expectantes de caricias. Ha cambiado las horas de algarabía por la serenidad de otros brazos (aquí, si me lo permiten, evito precisiones). Vive rodeado de libros que lo llevan de un mundo punible a otro ominoso. Le gusta soñar. Eso sí, casi siempre con la misma mujer y en distintas circunstancias (perdón: con distintas mujeres aunque sean las mismas circunstancias).

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FOTO: Asunción Blanco

A su edad, le da la esquina a otras aventuras, si bien no desprecia criaturas deiformes, aunque tampoco rechaza las que frecuentan bares nocturnos. Sabe que nadie es de fiar, y eso le divierte. Casi todo lo que ve, le provoca hilaridad. Pero se contiene. No le gusta que luego digan. Prefiere que los demás afirmen con rotundidad argumentativa. No acepta copas de extraños. Sí de extrañas (también de conocidas). Le gusta arrancar páginas del pasaporte, para que nadie sepa si ha andado por ese medio mundo del que siempre habla con nostalgia.

Se le puede confiar cualquier secreto, porque no cree en ellos y tal vez por esa razón los conoce en distintas versiones (todas verídicas e incontrastables, por supuesto). Hace tiempo que dejó de creer en él mismo: desde entonces se cabrea menos. Si lo llamas al móvil y no contesta, nunca pienses que no puede contestar. Es que no quiere hablar. Cuando anda por la calle no ve a nadie y esa sensación de ausencia o soledad le satisface.

Me he vuelto a reencontrar con él hace muy poco. Ahora sé por qué se apoya en la pared, deja que le hagan una foto y se pone a pensar un rato sin acertar con bien por qué. Cuando lo vuelva a reencontrar, seguro que anda por otra parte. Le gusta cambiar de pared, pero no de bar. Sentado en el puerto, mira al río, que es como la vida (ya lo dijo el poeta, otro poeta). De momento, piensa que vale la pena estar aquí, ataviado solo con un gin tonic, cuando se pone la tarde y el aire huele como una mujer que se aproxima y se sienta frente a él. Comprenderán por qué ahora les tengo que dejar. Es lo que tiene la vida y la literatura: compatibilidades irrenunciables.
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lunes, 5 de enero de 2015

Pilar Eyre: "El órgano sexual más potente es la imaginación"

Periodista y escritora, Pilar Eyre (Barcelona, 1951), enfermó de amor. Se le caía el pelo. Se le rompían las uñas. La novela que lo cuenta, Mi color favorito es verte, ha sido finalista del Premio Planeta 2014. Estudió Filosofía y Letras y Ciencias de la Información. Autora de numerosos libros, entre ellos Dos Borbones en la corte de Franco; Secretos y mentiras de la Familia Real o Ricas, famosas y abandonadas. Además de las novelas Todo empezó en el Marbella Club y Callejón del olvido.

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FOTO: Miguel Ángel León

- Una historia de amor. Una novela autobiográfica. ¿Encontró el callejón del olvido?

- Bueno, es una historia de amor, un chute de vida, y risa y lágrimas como la vida misma.

- Tres días de felicidad con un reportero de guerra. Como Romeo y Julieta. ¿Sabía que no había tregua posible?

- Fueron tres días de pasión absoluta, una identificación como no había sentido en mi vida. Una pasión desmedida que no hizo más que crecer con la ausencia, porque con la ausencia no tienes los escollos de la vida cotidiana. Y entonces es mucho más fácil amarse desaforadamente, que es lo que me pasó con Sébastien.

- Le envían a Siria. Le dan por desaparecido. Usted va en su busca. ¿Así nace la novela?

- La novela nace del hecho de que yo me haya encontrado una pasión que había estado buscando toda la vida. Tengo más de 60 años y no soy ningún angelito. Y a partir de este hecho, que solo se da una vez en la vida, yo he construido una novela. Es verdad. Se perdió. Lo estuve buscando. La novela explica también todas las búsquedas y mi desesperación por encontrarlo. Pero yo, más que saber quién era él o a qué se dedicaba, lo que más me interesaba era saber si me había amado de verdad.

- Su hijo Ferri, de 26 años, le animó a vivir y escribir la historia.

- No me animó a vivir la historia porque yo ya la había vivido, pero me animó cuando vio que yo estaba enferma der amor. Me dijo: “Tienes un argumento de puta madre. Siéntate delante del ordenador y cuéntalo”.

- El final es luminoso, dice usted. ¿Tratándose una novela de amor es posible?

- En el corazón nunca hay arrugas y la pasión no solamente te da vida, sino que también te da juventud.

- Él tenía 42 años. Usted pasa de los 60. ¿La edad nunca fue un obstáculo?

- El órgano sexual más potente que tenemos es la imaginación. Pero también cuentan los otros órganos.

- Enfermó de amor. Se le caía el pelo. Se le rompían las uñas. ¿Valió la pena tanto sufrimiento?

- Por supuesto. Estos tres días que pasé con Sébastien valen toda una vida.

- “Me da un poco de vergüenza lanzar esta historia tan íntima a la calle”. ¿Se encuentra con ánimos?

- Yo, cuando veo el libro en las librerías, me tapo los ojos porque, más que darme vergüenza por los lectores, me da vergüenza que lo va a leer la señora que me vende el pan todos los días, mi consuegra, la novia de mi hijo. Eso sí que me da timidez. Y pienso cómo he tenido las narices de escribir este libro.

- Durante años se dedicó a la prensa rosa. Algo muy difícil de hacer, según usted.

- Hay buenos y malos periodistas en todos los géneros. También en la prensa rosa. Pero también en la prensa política y en la prensa de deportes. Yo no creo en los géneros. Creo en buenos periodistas o malos periodistas.

- “Todos llevamos un pequeño Nicolás dentro”, dice usted. Pero a unos les crece cada día y a otros se les muere.

- La gente me para por las calles y me dice: “Felicidades por el Premio Planeta”. Y yo me doy cuenta que me callo, en vez de pensar que yo soy finalista y digo: “¿Ves? Todos llevamos un pequeño Nicolás dentro”. Pero, bueno, de todas formas ser finalista es un gran premio. Es el segundo premio más importante de las letras españolas.

- ¿Escribe ya nueva novela o espera a que otro hombre le inspire?

- La historia de Sébastien y mía todavía nos puede dar muchas sorpresas.

(Publicado en el diario Córdoba el 9 de diciembre e 2014)
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