sábado, 24 de noviembre de 2012

Tus palabras

Me pides que conserve tus palabras como si fuesen un objeto tangible, como si se pudiera abrir un bloc o una carpeta y meter todo lo que va más allá de las palabras, porque las palabras son símbolos, grafismos que esconden adivinaciones y certezas.

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Cómo se guardan las palabras para que el óxido no las encuentre, para que el tiempo no las extravíe en cajones olvidados o en miradas que no son la tuya y que pretenden suplantarla. Cómo escondo tus palabras para que conserven tu imagen de sueño completo, cómo salgo de estas paredes con la tranquilidad de que no se moverán, de que no le crecerán patas como a las arañas y treparán por paredes y techos como insectos vivos e inundarán la casa de tu olor y de tu piel y de tu pelo.

Cómo sé que no se enmarañarán en mi cuerpo, que no me apretarán la garganta hasta estrangularme cuando sueño contigo, cómo sé que las palabras no silban como las balas, cómo detener su vuelo sin dirección, cómo tragártelas sin que se te queden adheridas a las tripas, sin que sean parte imprescindible de tus vísceras.

Cómo conservo tus palabras para que no crezcan como enredaderas, para que no me atropellen los pies cuando camino, para que no se fusionen con mis palabras cuando escribo, para que no perturben mis sueños cuando te veo a mi lado, para que no me sigan como un perro sin dueño cuando me pierdo en la ciudad sin ti a mi lado. Cómo construyo la vida si tus palabras son ladrillos de un muro infranqueable, cómo rompo ese muro si quiero tirar mi espalda contra su consistencia de acero, cómo puedo volver a respirar si esas palabras llenan el aire con tu voz.

No sé si las palabras se pueden encerrar en otros libros sin que alteren su acento o su estilo, sin que condicionen otro final ya escrito. No sé si tus palabras tienen vida propia porque me roban mi propia vida, no sé si clavarlas con alfileres y exponerlas en una vitrina como un trofeo. No sé tampoco si se multiplicarán como los peces o como los pájaros y llenarán mi vida de otro vuelo que no controlo. Dime si hay algún ungüento para doblegar sus picaduras y apagar sus hinchazones, si cambian de color como los camaleones cuando mi ánimo atraviesa otro horario, si cuando escucho música se meten en las canciones y por eso las apercibo con un fondo liviano de saxofón o de piano. Dime qué hacer con las palabras cuando te pueden, cuando te sustituyen por otro, cuando no te dejan crecer más allá de su estatura.

Sobre todo, dime qué hago con tus palabras cuando las leo a cada instante, cuando siempre quise que me las escribieras para tenerte tan cerca cuando no estás, cuando las llevo dobladas en la cartera porque ya no me has escrito más palabras, porque quizás no me quieres escribir más palabras y debo ingerirlas con un régimen estricto para no morir de inanición, porque de inagnición ya he muerto. Cómo se escriben más palabras si me he quedado en ellas, encerrado como en un ascensor sin luz y sin música, esperando que vengas y abras la puerta y lo hagas elevarse cuando solamente tú y yo estemos frente a frente, a solas con tus palabras.

Cómo conservo tus palabras si están vivas como hongos que invaden mi piel, como lluvia que no cesa, como nubes transparentes que surcan mi universo extraviado. Dónde coloco tus palabras para que pueda verlas a cada instante, cómo las memorizo para que el olvido no me las arrebate, qué tinta indeleble tienes en la boca para que no pueda borrar tu rostro de esas palabras.

Cómo sabes que algunas son para siempre, por qué me escribes palabras que no tienen fecha de caducidad, por qué me las pones en la mano sin un manual de instrucciones, sin consejos para su uso, por qué me las entregas como un paquete a domicilio sin dirección, por qué las sacudo por si traen gato encerrado, por qué las miro por su as y su envés como si fueran hojas perennes, por qué las mastico como si fueran un chicle y después se me quedan adheridas a la lengua y las siento bajar por la tráquea y me bloquean el estómago buscando el corazón como una metástasis de literatura y vida ensambladas en un mismo líquido viscoso que impregna la sangre.

Cómo te digo que tus palabras son mías, que siempre quise que fueran mías, porque acaso yo te las dicté en un sueño, y tú viniste sigilosa y me las robaste cualquier noche en la que nos tropezamos en un mismo sueño compartido. Cómo te digo que son perfume y veneno de un mismo frasco que es tu cuerpo de mujer atravesada en mi vida como nunca antes.

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