domingo, 31 de marzo de 2013

Un día ella se irá

Hasta ahora siempre dormía conmigo. Dice que un día se irá. Es lógico. Le digo que me parece bien. Y ella insiste en que se irá para siempre, hasta no vernos jamás. Le vuelvo a repetir que me parece bien si esa es su voluntad. Pero tampoco ella sabe si eso es lo que quiere. Me lo dice con su vaso de whisky en la mano y el codo apoyado en la mesa.

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Esta luz lánguida, casi en penumbras, le da a su rostro un misterio que no necesita. Y mantiene su mirada fija, pensando que así me cautivará, me arrastrará como a un esclavo tragando arena por todos los desiertos del mundo. Yo le digo que sí, que me gusta, que es posible que tal vez la quiera, incluso que podría ser la mujer de mi vida, pero que ahora mismo nada de eso importa. Y ella esboza una falsa sonrisa con la que pretende eludir cualquier alusión personal, intentando disimular que la hiero con mis palabras.

Solo quería que me echaras un polvo, no te pienses nada más, me dice alguna que otra vez. Ya lo sé, pienso para mí sin decir nada, sin importarme cuánto de verdad encierra esa frase manida. No te preocupes, le he dicho alguna vez, yo solo quería follar contigo, cada vez que te veía solo quería follarte. Todos los hombres sois iguales, me dice con certeza, todos buscáis lo mismo.

No entro en debates baldíos. Todos los hombres buscamos lo mismo. Qué buscarán ellas, pienso yo, mirando a otras mujeres que abarrotan el local con sus perfumes de Navidad, sus risas histéricas y sus piernas indomables que muestran una tersura que me deja impávido. Las mujeres siempre lo queremos todo, dice ella.

Me lo ha dicho alguna vez, sin explicarse qué quiere decir exactamente y qué significa quererlo todo. Y cómo es compatible ese sentimiento de dominio y propiedad con sus anhelos de libertad que siempre propaga a los cuatro vientos. Yo no se lo digo con la boca chica, ni con pretensiones de herir los sentimientos que ella niega tener. Le digo sencillamente que mañana no nos veremos, que pasado mañana tal vez, que la vida, sin escaleta ni guion previo, dibuja en ocasiones historias fabulosas e increíbles que me gustaría escribir más a menudo.

Me pregunta si estoy a gusto a su lado. Claro que me siento a gusto. A veces, solo a veces, pienso que no me gustaría estar en otro sitio, sino volcado en su sombra, y como buen explorador recorrer cada poro de su piel y volver de nuevo sobre el camino andado sin importarme el cansancio o la extenuación, sin importarme volverme reiterativo en el acto inalienable del amor.

Ahora que está desnuda aquí a mi lado, me dice que le gusta estar aquí, que afuera hace frío y que la lluvia trae una melancolía que embadurna la piel de una sensación que nunca nadie logrará desprenderse. No estoy para filosofías profundas en mañanas como esta. Me gusta verla sentada con el vaso de whisky en la mano y el codo apoyado en la mesa, y con la mirada interrogativa esperando que le diga que no le ocurra irse, que me moriré de pena si ella no está a mi lado.

Le miro los labios, tiene dibujada una mueca de disgusto que es sobre todo de tristeza. Quiere decir una palabra que no le sale, que no quiere pronunciar, pero que debe hacerlo para dar coherencia a sus actos. Quiere decir adiós. No le gustan las despedidas. Solo dice me voy. No hasta siempre. Sencillamente me voy. Porque en esa frase inacabada hay mucho de miedo y de duda. Se va. Es lógico. Se cuelga su bolso en el hombro. Hace ademán de pagar. Le digo que no, que la invito. Dice que me quiere, que ya nos veremos.

Una frase con el verbo en tiempo futuro, que es el tiempo que todos desconocemos, un tiempo que nadie habita todavía porque, cuando así sea, estaremos recordando un tiempo pretérito que nadie quiso. Ese futuro inmediato es también el tiempo ya vivido que pretendemos construir a nuestro antojo, aunque ahí dejemos parte de nosotros mismos, aunque andemos dando vueltas, como la aguja del reloj, a un círculo deshabitado y recurrente.

La veo abrir la puerta del bar y salir a una noche áspera y vacía. Yo me quedo sentado, mirándola caminar sola por última vez, porque ya no importa que no haya más noches con ella, porque no será igual, y porque aquí, ahora que no está, sé que el haberla tenido es mucho más que haberla soñado, y que haberla perdido solo es una sensación incierta que nos ayuda a recordarla sin rencor.
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