lunes, 22 de abril de 2013

¿Por qué algunos sueños se parecen tanto a la vida?

Hoy ha amanecido viendo el mar y ahora no recuerda cómo llegó hasta aquí. El bamboleo de las olas lo llevó a un sueño confuso y plácido que tampoco ahora recuerda. Sabe que empezó a beber al mediodía, así como quien no quiere, y que a su alrededor la fiesta se multiplicaba por doquier. No había intención alguna en sus excesos: ni rencores olvidados, ni exceso de obligaciones, ni el recuerdo inevitable de otras mujeres.

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A veces, se deja llevar por el momento. El trabajo es intenso pero cómodo, y eso le permite administrar el tiempo a su antojo. De manera que no sabe cómo empezó a beber, aunque tampoco importa. Sabe dónde comenzó todo, porque a esa hora siempre acude al mismo lugar, con los mismos amigos, por hábito más por vocación. También cree saber que de allí fueron a otro tugurio y posiblemente después a otro. Pero ahora no recuerda dónde la conoció.

Cuando ha despertado, el mar se le presenta ante sus ojos como un óleo animado e impresionante que abarca todo el horizonte. Mira a su alrededor queriendo adivinar el espacio que habita en este momento. Pero no lo reconoce. A su lado, de espaldas, yace una mujer. Tiene un sueño profundo y feliz. Está completamente desnuda, el pelo revuelto y el olor a alcohol le predispone a imaginar que la noche fue tormentosa. Ahora la recuerda.

Tiene los ojos azules y la piel blanca, el pelo de un castaño indefinido, posiblemente teñido. Tampoco recuerda su nombre, aunque no es algo que le importe demasiado. No sabe su edad, pero sospecha que todavía no cumplirá los cuarenta en unos años. Tampoco le importa si falla en el atino. Sabe, eso sí, que conducía ella y que ella bebió tanto como él, que entraron a su apartamento después de buscar ella las llaves hasta en el alma. La vio desnudarse sin decir nada, después logró alcanzar la ducha y pedir socorro cuando el agua fría le invadió las intimidades más ocultas. Regresó desnuda y mojada y lo besó sin contemplaciones. Le alivió perderse en la humedad de su piel, como quien encuentra un oasis en mitad del desierto. No le dijo nada, porque ella no preguntó. Y él, siempre discreto, no acostumbra a indagar en las biografías de las otras.

Ahora, más despabilado, sabe que ella le hizo el amor sin remilgos, sin momentos calculados, sin protocolos. Vamos, llegar y desvestir al santo. Dónde ella aprendió tan sofisticado hacer es algo que le inquieta cuando se pone a cavilar. Y ahora que la ve dormir de espaldas al mar, piensa de dónde surgió esta criatura tan maravillosa.

Comienza a recomponer en su cabeza los trozos de la noche descuartizada como quien compone un puzle indescifrable. Siempre le faltan piezas al tablero donde mira fijamente, y visualiza momentos de estrago, cree oír alguna canción de Cassandra Wilson, pero no, de nada valen los intentos fallidos. Vuelve a mirar a la muchacha con intención enigmática. Le gusta verla dormir, tirada en la cama y desprotegida del mundo que la rodea, pero está allí, inánime, recuperándose de la bravía de otra noche de las que ama. Tal vez le guste vivir así, piensa él, yendo de allá para acá, o tal vez esta noche haya sido una excepción en su conducta, un paréntesis en su peregrinaje vital. Quién sabe, se dice. Y tampoco importa. Importa lo que ha sucedido y lo que haya de acontecer.

Y es ahora cuando los pensamientos lo llevan a plantearse qué hace allí, qué le dirá cuando despierte. Tampoco sabe si ella le recordará o si querrá compartir un desayuno frugal para recuperar las fuerzas muertas. Piensa si será mejor vestirse y salir del apartamento sin que ella le oiga ni se aperciba de nada. Abandonar el lugar como hace el ladrón después del hurto. Pero no encuentra la ropa por ninguna parte. Decide no moverse del lugar. Ha abierto la ventana y cerrado los ojos.

Oye el mar. El aire de la mañana es limpio y fresco. Se acuesta de nuevo a su lado. Piensa que lo primero que le dirá cuando despierte será buenos días y después le preguntará el nombre. O bien al revés. No sabe. El cansancio le puede. Se ha metido en un sueño que no conoce. Siente que ella despierta y le da los buenos días. Después se recuesta sobre su pecho, él la abraza, y solo se atreve a decir que no recuerda su nombre. No importa, dice ella. Pero ahora ya no sabe si ha despertado o sigue vagando por el mismo sueño de antes.

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