Cuando el hombre despertó, empezaba a anochecer. Siempre anduvo huyendo de la oscuridad. Así que, de nuevo, se metió en la cama, se abrigó contra sí mismo y eligió, de entre tantos, un sueño confortable. Tal vez allí, ensimismado en su propio laberinto, encontró la luz. Porque nunca más despertó.
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