viernes, 8 de noviembre de 2013

Las horas pasan

Después de colgar el teléfono, se tendió en el sofá. Su voz no era la de siempre. O sí lo era. Pero ella intuyó un halo dubitativo en sus propuestas. Él, que siempre se había lanzado sin paracaídas a cualquier aventura, ahora comenzaba a derrapar en cualquier acera. Comenzó a dejar la calle las noches de los viernes. Se fue volviendo huraño y distante. Ella sospechó que otra mujer anidaba en sus vísceras. Lo abandonó un tiempo para que pudiera poner orden en su vida, pero no obtuvo respuesta. El silencio siempre es la reacción que más cuesta aceptar.

Un día, buscando entre sus papeles unos apuntes extraviados, se tropezó con las cartas de amor de un tiempo muerto, pero alguien las había leído, porque las hojas estaban desordenadas y fuera de los sobres. Todo ocurrió cuando había comenzado a salir con él, pero no le dijo nada de aquella relación rota, tal vez porque no le dio importancia o bien para que no empañara este otro tiempo de vino y cerezas. Ahora comprendió su reacción y su silencio, y se reprochó la torpeza y la vanidad de su actitud.

Cuando fue a buscarlo, como es lógico, otra mujer estaba a su lado bebiendo, del mismo vaso, el mismo vino. Rompió las cartas con furia y desconsuelo, y las tiró al fuego. En esas cenizas recientes, le hubiera gustado verse ella misma. Porque la vida se estrecha cuando más largo y tortuoso es el camino. Después se tendió en el sofá. Vio, sin contarlas, que las horas pasaban.

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