viernes, 13 de diciembre de 2013

Volar

Si dios, o su secretario del ramo, no hubiese creado los pájaros, aún así existiría el vuelo. Mirando al cielo, la imaginación vuela. El color azul no es una probabilidad remota, sino la huida posible, el hechizo necesario, la inmensidad que la mirada es capaz de abordar sin conocer sus bordes o sus límites. El hombre inventó el avión, el paracaídas, el helicóptero, la nave capaz de adentrarse en el estómago del universo. Y antes, incluso, le bastó con inventar las alas, aunque el ser humano, que no es pájaro, se desplumara en sus primeras tentativas por alcanzar el cielo con artefacto tan torpe. La caída, ya se sabía, se hacía inevitable.

Volar sigue siendo un sueño. Y lo será siempre. Porque el espacio no se puede contener en una sola mirada. Eso sí, también está aquel que desiste de este aparatoso viaje. Y los hay también más artesanos que, hartos de sueños truncados, optan por saltar desde el mismo bacón. En ese trayecto tan breve que tarda en romperse la crisma, consigue, no obstante, abarcar por primera y única vez el universo casi en su totalidad. Pero nadie con la cabeza hecha añicos puede optar ya a una segunda oportunidad. ¿Acaso por eso siempre volamos en los sueños?

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