martes, 4 de febrero de 2014

Tendido en el sofá

Hubo un tiempo en que él pensaba que esto ya no lo cambiaba ni dios. Fue, claro, antes de que estallara la crisis. Cuando sucedió se le vinieron a las vísceras todos los miedos ancestrales. Alguien le había dado la vuelta al mundo, pensó. Pensó también más cosas, eso es cierto. El mes pasado se le acabó el subsidio de desempleo. Ahora vive sin esperanza. No es el único. También es cierto. Él oye las estadísticas. Y sabe que en esos números impersonales, en ese balanceo de cifras que suben o bajan, está su ADN y su DNI, sus proyectos volcados al vacío. En fin, ya se sabe.

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Cuando le dieron la carta de despido, hace ahora dos años, lo primero que hizo fue entrar al bar de enfrente donde nadie le conocía. Cuando salió era noche cerrada y un viento liviano le despertó de la pesadilla. Al día siguiente fue a una gran superficie de nombre conocido. Se compró un sofá nuevo y cómodo. La primera tarde que se tendió, después de comer, soñó con un mundo como el que había perdido, como el que ahora se desbarataba por todos sus costados. No entendía por qué entonces, hace tan poco, la vida y los sueños se parecían tan poco. Pensó también que tal vez la vida fuera solo un sueño, uno de tantos. Y que ahora acababa de despertar de aquel sueño tan verdadero, que la vida le pareció sumamente falsa.

Sabía también que, a partir de ahora, ni la vida ni los sueños serían los mismos. Porque cuando la realidad perturba la misma existencia, los sueños se tornan grises y monótonos, ajenos a aquellos otros ya rotos y desvaídos. No le gustan las estadísticas, porque no se ve en ellas. Y sabe, cuando cruza la calle, que las estadísticas impresas en los diarios no hablan de él ni de aquellos otros que también cruzan la calle igual que él y que no van a ninguna parte. Lee otros mensajes en esas cifras, frases camufladas que nadie entiende y que con toda probabilidad hablan de su pasado y, sobre todo, de su porvenir.

Piensa que lo mejor sería destruir los números y que con ellos se iría también este baile macabro del déficit, de la balanza de pagos, de la desesperanza. Le gusta tenderse en el sofá y pensar. Es el único servicio que recibe gratis. Ríe de sus propias chorradas. Ríe, eso sí, también, por no llorar, por no llevarse todo esto por delante.

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