domingo, 23 de marzo de 2014

A la espera

Tiene la arrogancia de los animales acorralados. Tiene la mirada triste de los animales enjaulados. Tiene las maneras indomables de un caballo asustado y libre. Los tiempos le fueron adversos; las circunstancias, huidizas; la añoranza, deliciosamente perjudicial. Hoy busca, como ayer, su propio territorio, a esa edad en que todas las tierras están alambradas y correr, sin dirección alguna, es deporte innecesario. Tiene un concepto de la libertad limitado y una necesidad de amor tal vez equivocada. Es lo que traen los años: unas prisas que no ayudan a desvalijar el alma de objetos innecesarios.

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Cualquier viaje, ahora lo sabe, debe emprenderse con la mochila ligera y la ambición colmada. El camino siempre será un medio y un fin al mismo tiempo, porque nadie sabe dónde se encuentra la primera posta o dónde el camino llega a su fin. Tampoco se puede ir siempre caminando, como si la vida fuera un coche de circo, siempre itinerante incluso en las horas calmas.

Ahora que lo sabe, ella se ha quedado aquí. Esta vez, esperando. No sabe a quién o qué. Pero observada de modo científico, es decir, con la paciencia y la sabiduría que dan la edad pero también los momentos rotos, tiene una elegancia aprendida en el andar que la embellece, y una pátina de tristeza controlada en los ojos que la hacen atractiva y diferente, y una ternura en las manos que dibujan la paz que quiere. Yo me siento a su lado, y me pongo a esperar con ella ese tiempo feliz que ella ve tan próximo.

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