miércoles, 21 de mayo de 2014

Una bombilla apagada

Se queda mirando una bombilla apagada. La bombilla, sobre la mesa, es un objeto inútil. No sabe por qué está ahí. Él se siente como una bombilla apagada, desconectado del entorno. Se siente confuso y vacío. No sabe bien por qué. Recurre a la memoria y hace un balance positivo de los días vividos. La noche entra en la habitación a la hora acordada. Mira esa bombilla como podría observar a través de la ventana una ciudad a oscuras. Después, se sienta.

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Enciende la televisión para mirar un mundo que no le interesa. Ya lo conoce. Abre un libro. Comienza a leer, pero sabe de qué va la historia. Es lo que tiene vivir tantos años. Hoy es su cumpleaños. 87 años. El mundo que él vivió ya no existe. El que hay ahora no le gusta. Tampoco lo entiende. Descuelga el teléfono. Habla con su hijo. Le dice que le aburre la vida. Suele hacerlo casi a diario. El hijo, que ya le conoce en estos trances, no presta atención a su melancolía. El hijo tampoco ignora que nunca más volverá a hablar con él.

De nuevo, el hombre mira la bombilla, azul, siniestra, enigmática. Una metáfora de la vida, le gustaría decir. Más tarde, cierra los ojos, sin sueño. Le gustaría no volver a abrirlos, quedarse así para siempre. Mañana, el hijo lo encontrará en esa misma posición, con una expresión serena de estar en paz con él mismo. El hijo mira la bombilla azul. No sabe bien por qué. Después se sienta a su lado. Sabe que hoy será un día distinto.

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