domingo, 6 de julio de 2014

Objetos

Ahí está el columpio, la infancia, un tiempo muerto al que de vez en cuando vuelvo. Lo hago sin la necesidad de buscar nada ni de encontrarme pequeño e inválido frente al mundo que amenaza. Había una jirafa de goma con un mono montado en su lomo que mis padres me trajeron de Francia y con la que jugaba en el baño salpicando agua por doquier. Y había un coche rojo, de carreras, con un piloto blanco y aguerrido, dotado de casco y gafas.

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El mundo era grande en aquella casa familiar. Husmeaba en los armarios, en los chineros, en las despensas, donde trastos viejos, desvencijados e inútiles me hablaban de otra vida olvidada: frascos de perfume, hachas herrumbrosas, abrigos de visón con olor a naftalina, escopetas muertas que no fueron a ninguna guerra y por las que presumiblemente pasaron varias, cajas son sombreros de nadie, botellas con olor a años dorados que se fueron, corchos sin botellas, revistas, libros del abuelo, paraguas, sacos de leche en polvo, de los que Eva Perón suministraba al régimen.

Había entonces en las casa la vida de los abuelos y de sus padres, una vida que abandonaban del todo y que era, en cierto modo también, parte imprescindible de nuestra infancia. Aquellos objetos sin funciones y con recuerdos que fueron desapareciendo de nuestra memoria y de nuestra presencia como por arte de birlibirloque, sin que nadie les hubiese dado una despedida última y definitiva, un adiós obligado frente a un provenir que no imaginábamos posible sin aquellos objetos de culto, que nos hacían imaginar una vida que ya no existía y que nunca supimos a ciencia cierta cómo desapareció del todo, sin nuestro consentimiento, a nuestras espaldas, como si los objetos fuesen animados y cambiasen de ubicación por propia voluntad, como si el destino los arrastrara al exterminio, a un tren sin destino, a un túnel sin luz que desaparece vagamente en nuestra memoria.

Había en aquellos objetos una gloria prestada, un mundo descrito de imposible lectura que, ahora, de vez en cuando, el cine nos devuelve interpretado a su modo, una vida postiza que, por ciertos detalles, sabemos que un día fue real.

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