sábado, 20 de septiembre de 2014

Ella no recuerda el futuro

Ella nunca quiere recordar el futuro, la vida que no fue, o bien aquella otra que construyó contra su propia voluntad o que se dejó llevar por un destino mal entendido. En ese futuro que nunca existió siempre quedan rescoldos tibios de un sueño maltratado. El futuro no es solo ese tiempo venidero, sino también aquel otro que construimos día a día en los días que no queremos para nosotros.

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Ella nunca recuerda el futuro, porque sabe que ese tiempo por hacer también es parte del pasado, un mundo deshilachado de las horas vividas y de las que nos queden por vivir. El futuro, a veces, se pone delante de nuestras narices y, antes que nos apercibamos de su presencia, nos da las espaldas. Nos damos la vuelta y ahí está, hecho una bola, como un gato enredado entre sus patas. El futuro es ese sueño que anhelamos, pero ya lejos del fuego, como un manjar cocinado, es sobre todo un gajo del pasado, vivencias hueras e inútiles que no se fraguaron en besos o viajes o palabras transparentes, y que viven ahí, muy adentro, sin que acertemos a entender que son parte inalienable de nuestra existencia.

Ella lo sabe y, por eso tal vez, le cuesta recordar el futuro que nunca fue, la esperanza truncada, el naufragio interior que la pierde cada noche, sola entre todos, triste como una gata esperando a su dueño, consciente de que las horas consumidas son propiedad de la memoria, ese territorio resbaladizo que ella condimenta con pinceladas abstractas que desdibujan unos rasgos que no reconoce como propios.

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