domingo, 5 de abril de 2015

Hace mucho

No le quedó otra oportunidad. Le dijo que volvería cualquier día, sin más. Ella aceptó la imprecisión de la despedida: breve e innecesaria. Lo dejó ir con una convicción que a ella misma le hizo temblar de frío. Sabía que no se puede detener el tiempo ni asumir otro rol que no era el suyo. Supo entonces que el dolor no se sintetizaba en aquel momento, sino que venía de todos aquellos años en que lo enmascaraba con una sensación falsa de felicidad consumida.

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Se ponía la tarde y la lluvia había amainado. A lo lejos, lo vio agarrado a la maleta. Caminaba erguido, seguro de su destino. A ella no le inquietó la imagen de un hombre solo caminando por la ciudad, sino su sensación de mujer sola que no necesitaba lágrimas. No le preocupó el futuro, sino cómo enterrar un tiempo pretérito del que no guardaba otro recuerdo sino aquel de un hombre caminando solo y a quien nunca había conocido como ahora. Después, dejó de pensar en ello. No valía la pena. De eso haca ya mucho, tanto que ni recuerda.

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