viernes, 24 de abril de 2015

Mañana será otro día

Tiene los ojos negros, tan negros que se confunden con la noche, y en la oscuridad brillan con una luz inexistente. Y las manos son largas y delgadas, suaves como pulpa de naranja, siempre frías, esperando tal vez otras manos que les devuelvan la primavera que rompió el invierno. Nunca la vio triste, porque no se permite desvelos, ni tristezas, ni desvaríos, ni otra debilidad que vaya más allá de un suspiro bien medido. Para ella serían un lujo inaceptable.

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Marca una distancia estrecha entre nosotros, pero está cercada de un muro invisible que la endiosa y petrifica. Su dolor, acaso, no es de este mundo, y por esta razón busca, más allá de los placeres terrenales y bajos en que otros se sumen, el cobijo que no encuentra. Su sonrisa está fabricada de piezas que no engarzan y que la infantilizan con una expresión inapropiada a esa edad en que otras mujeres mueren, con perdición, por cualquier hombre.

Mantiene una virginidad acribillada por los años, amoratada por sueños inaccesibles, solvente a costa de sacrificios inútiles. Le gustaría –a veces lo sueña- que un hombre cualquiera, una noche cualquiera, le quebrara el alma y saltara como cristales usados y después los pisara al salir para nunca más volver. En esos sueños húmedos y hondos como pozos ciegos, se pierde con un delirio desconocido que teme, y cuando despierta llorando confunde el dolor con el placer, y la infelicidad con el delirio.

No es de nadie. Acaso nunca fue de nadie. Y cuando se pone en pie y encamina sus pasos a la ducha, borra de su piel, con agua tibia, los últimos retazos de alegría que la enardecen. Abajo, paseando por largas avenidas desiertas, se siente ligera, como si levitara, y pisa con destreza y con ahínco las piedras de pizarra por temor a que le crezcan las alas y el vuelo sea inevitable. Tal vez por esta razón, prefiere estar en casa sentada, a techo cubierto, viendo cómo los pájaros no alcanzan el cielo pese a tantos intentos fallidos.

Cuando oscurece, los sueños se tornan pájaros sin alas. El cansancio ya la confunde y el firmamento, plagado de estrellas, le parece un lugar enigmático y acogedor. Después, apenas cierra los párpados, se deja vencer por acontecimientos que no logra domeñar y que la confunden. Cuando amanezca, impondrá un orden férreo a estos estropicios que la dejan vivir sin ser consciente de ello. Mañana será otro día, piensa, aunque no lo dice.

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