miércoles, 6 de mayo de 2015

Lugares que no existen

Este hombre que escribe en un cuaderno versos reiterativos de amores extraviados, no se enamoró nunca. Sus metáforas son acertadas y evocadoras. Pero les delata un tamiz de impostura que ellas no detectan ni por asomo. A ellas les gusta su estética de poeta solitario y desvanecido. Imaginan sus recorrido por dormitorios varios y fríos y suntuosos y dispares que les agotan la imaginación. Ellas le atribuyen unas cualidades de galán exitoso que nunca vieron en otro hombre y se obsesionan con un pasado que desconocen y que es mucho más triste de lo que cualquiera de ellas alcanza a soñar.

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Él no las engaña. Sencillamente sus versos arden de una pasión que nunca habitó su vida, sus días fueron monótonos y las tardes vacías, sin poemas y sin mujeres, sin lujuria y sin pecados. Su vida –aunque él no lo dice ni tampoco lo niega- es una suma de lugares comunes y vulgares, de horizontes inalcanzables y de viajes rotos. No hay nada en él que a ellas las pudiera enzarzar en un coito idealizado e inabarcable. Sin embargo, ellas prefieren soñar y dejarse llevar por sus versos de casanova sin funciones, sin currículum que validar en las noches de algarabía y desenfreno, de amante emérito sin noches de alcoba y sin dolor ni despecho por un amor extraviado e huidizo.

Nada hay en él de esa verdad que ellas inventan a su antojo y capricho. Él mismo comienza a sospechar que hay una distancia imprudente entre su imagen sobrevalorada y su identidad misma. Acaso las imágenes dolidas de sus palabras, el tono melancólico de frases entrelazadas sin otra intención que evadirse con la escritura de una vida desorientada y desaprovechada, la luz que desprenden esos versos que nacen sin intención y provocan sentimientos hondos en ellas, a él le turban, le inquietan, le hacen desandar el camino emprendido por miedo a que sus tendencias desbocadas deriven en amores sin fin, en relaciones perversas y ansiadas, en desvaríos que lo conduzcan al abismo que solo en sueños deseó.

Está por abandonar las palabras que tan delicadamente ordena en sus cuadernos, está por volverse mudo frente a un deseo colectivo que ignora cómo solventar, sin que su dignidad de hombre destruido sea el hazmerreír de tantas lectoras que duermen con sus versos incendiarios y mueren cada noche solas en una cama ancha hecha para él también y de las que huye por miedo a que la vida sea tan parecida a su lírica de laboratorio. Un día de estos, está por coger sus cosas y partir a otro lugar donde la mujeres no hagan de la literatura el más dulce y enigmático de sus sueños.

Acaso nunca sabrá que ese lugar no existe.

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