sábado, 2 de mayo de 2015

Paisajes

Se queda quieta observando el paisaje que se pierde tras los cristales. El tren es su transporte preferido. Le gusta sentarse junto a la ventana y dejar la mirada extraviada en a lo lejos, en un punto indefinido que nunca más volverá a ver. No le importa. Le gusta sobre todo detenerse en los colores al atardecer. Los rojos anaranjados de un sol en declive; los verdes diversos de los olivos jóvenes, de los pastos marchitos y las hierbas salvajes, de los naranjos cansados y los pinos mediterráneos que se pierden a los lejos; el color de ceniza de la tierra próxima, el rojo marrón de las colinas, el gris del horizonte desvaído.

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Tienen estas imágenes efímeras la fragilidad de la vida en movimiento, el tiempo que los ojos no logran descifrar, la sensación sutil de que todo es quebradizo y pasajero. Tienen los viajes una sensación de caducidad que a ella le abruma y le despiertan un sentimiento de abandono que la dejan postergada en un limbo que desconoce y que al mismo tiempo le fascina. Aquí sentada, abandonada a toda sensación, sabe que el final de todo viaje es una vuelta al interior de cada uno, a ese lugar indescifrable del que no hay escapatoria posible.

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