miércoles, 15 de julio de 2015

El tiempo que no pasa

Al otro lado, queda la incertidumbre –ella la llama aventura-, el desasosiego –ella habla de soledad asumida-, el vacío –ella siempre escoge la inquietud-. Al otro lado, donde nadie habita, ella se pasea alegre, sin ataduras, sin cautelas. Al otro lado, donde nadie sabe a ciencia cierta qué esconde la cara oculta de la vida, ella se enfrenta cada día al reto de ser ella misma. No le importa observar en el horizonte la tierra quebrada o el gris denso de un día que nunca acaba de nacer. Después, frente a una botella de vino, el mundo se torna cotidiano y abarcable.

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Desde hace mucho ya, ha desechado la idea fácil de dejarse vencer o de asumir principios desbarajustados que no combinan con su ética impoluta de niña reciclada. Adolece de algunos males que esconde con frases prestadas de libros que leyó cuando era más joven y que le ayudaron a construir un perfil ingrato y bello e inasumible. Cualquier día, se dice alguna vez, bajará a la ciudad, donde los hombres buscan su olor de muchacha desdichada y creerán encontrar en su cuerpo inmaculado un sueño truncado por los años hoscos de la edad extraviada.

Y es ahí cuando ella se incorpora, con su aire de virgen camuflada, y pide, con media sonrisa, un whisky con mucho hielo y algo de soledad. Por favor, dice al auditorio escuchándose, que tropiezo con mis propios recuerdos y me desnuco. La ven sentarse a una mesa y mirar por la ventana el tiempo que no pasa o que ya se fue.

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