jueves, 3 de septiembre de 2015

Un tonel de amontillado

Hay días que se aproximan a los vértices del acantilado, desde donde el océano no es una postal de tienda de suvenir sino la confirmación del abismo, esa distancia sin puntos equidistantes ni vértigo que las enfrente. Hay días que son estigmas sin esperanza, huellas invisibles que no tienen hora ni trascendencia. Ahí, junto esa rendija donde no cabe un alfiler, las palabras atraviesan paredes y las imágenes viven al otro lado del muro ausentes de cualquier mirada. No hay explicación. Tampoco la busques.

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La respuesta, quizás, si la hubiera o la hubo, está adentro de ti, emparedada como un ser ficticio de Edgar Allan Poe. A este otro lado, solo vemos un tonel de amontillado, que refresca la garganta del vagabundo y confunde la mirada del lector. No preguntes. Al otro lado de la pared, no busques, nunca hay nadie, nunca hubo nada. Abre el libro que está junto al barril, lee cualquier página. Ahí está la respuesta. Al menos, ahí estaba hace ya muchos años. Antes de que los años amansaran la bravura de aquel vino.

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