domingo, 29 de julio de 2012

Vila-Matas: “Con la crisis se ha extendido un desánimo que cada día va más en aumento”

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ha publicado estos días su novela más novelesca de los últimos años, con la pretensión de desmarcarse de su obra anterior, Dublinesca. Aire de Dylan nace de un cuento de Antonio Tabucchi recogido en el libro Pequeños equívocos sin importancia. Como el escritor italiano, investiga en la realidad para crear otra realidad paralela, lamenta su pérdida y le interesa de su obra, sobre todo, esa mezcla de poesía y reflexión, y su sensibilidad siempre fuente de inspiración.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Es un hombre alto y educado, que camina lentamente y habla con un timbre de voz bajo, como si temiera que las palabras ordenasen las frases por sí solas. A medio metro del periodista, Vila-Matas se desprende de ese aire de autosuficiencia o pedantería que le otorgan algunas fotografías, y sorprende su cercanía y amabilidad.

Está dotado de un humor inteligente que sabe administrar con justicia y sabiduría. Ha sido muchos escritores y uno solo al mismo tiempo. Le gusta cambiar de registros, mezclar ensayo y novela, arriesgarse por el simple placer de degustar el sabor del riesgo. Es capaz de darle mil vueltas a una frase hasta encontrarle el envés que a los demás nos pasa desapercibido.

Piensa que esta crisis ha extendido en la sociedad un cierto desánimo que cada día más va en aumento y que incluso teme que vaya a sancionar a la alegría. No le gusta que lo califiquen como escritor vanguardista, sino más bien moderno. Moderno sencillamente. No le gusta escribir para llorar o sufrir. Le parece un tópico.

Prefiere indagar y divertirse innovando. Le gustaría escribir un libro para el que ya tiene título, un título perfecto, y algunos párrafos: Archivo General del Fracaso. Mientras tanto, avanza esta novela, que no es poco, y que tal vez solo sea un anticipo.

—Su novela parte de un cuento de Tabucchi en el que la viuda de un escritor se queda sola y arroja su último manuscrito al fuego.

—Sí. Pero no estoy seguro. Es decir, existe el cuento y es cierto que hay una viuda en un cuento que no pasa casi nada, y al final no sé si lo tira al fuego o simplemente –lo que sí me quedó grabado- es que ella dice: “Pobre hombre”. Cuando se queda sola después del funeral. Claro, es un cuento que se presta a muchas interpretaciones y está en el libro Pequeños equívocos sin importancia. Hasta ahí todo. Lo del fuego ya tendría que volver a haber leído esto para asegurarlo.

—Habrá sentido su fallecimiento, porque usted se siente deudor y admirador de su obra. De hecho, 'La dama de Porto Pim', que usted califica como un Moby Dick en miniatura, fue su libro de cabecera.

—Sí. Bueno, La dama de Porto Pim, pero también toda su obra en general. Lo he seguido desde el principio. Era una persona que, de ser amigo suyo, se le quería mucho. Es curioso porque hoy en el avión he estado leyendo el libro de viajes que ha publicado ahora Anagrama, que lo he comprado en el aeropuerto, y me he dado cuenta de que la primera vez que lo leías, estando él con vida, y como después cabía la posibilidad de seguir leyéndolo.

Y otra cosa. El apellido Lancastre de la novela es el apellido de su mujer, María José de Lancastre. Lo digo porque se ha sabido ahora cuando ha aparecido el nombre de la mujer en la prensa. Ella hizo una biofotografía de Pessoa. Y entonces quería que el personaje de Lancastre remitiera a Bob Dylan por sus muchas personalidades, como a Pessoa.

—Admira de Tabucchi su imaginación y su capacidad para investigar en la realidad y llegar a una realidad paralela. ¿De algún modo le ha ocurrido o le ocurre a usted también?

—Siento que sí, que en este sentido es el punto común que teníamos y por eso escribí estas líneas. Pensaba que era un mundo común el nuestro, era nuestra forma de presentarnos ante el texto. Y en cuanto a la admiración, se lo escribí en un e-mail que le envié sabiendo que estaba enfermo, le expresé toda mi admiración por él, aparte de toda mi amistad y cariño.

Quería que supiera mi incondicional admiración hacia lo que ha hecho. Su obra me interesó siempre por esta mezcla de poesía con lo reflexivo, esa sensibilidad muy especial con la que yo conectaba y ha sido siempre fuente de inspiración. Siempre que entro en contacto con textos de Tabucchi, quizás entro en contacto con el descubrimiento que hice de este autor en su momento. Me devuelven vibraciones muy importantes en mi obra.

—En esta novela quería desmarcarse de 'Dublinesca' y, antes que seguir mezclando narrativa y ensayo, ha preferido jugar sobre todo a una carta. 'Aire de Dylan' es la más novelesca de sus novelas de los últimos años.

—Claro, porque es donde no mezclo narrativa con ensayo, sino que realmente juego esta carta a la narrativa que, bueno, no es una carta extraña para mí porque, en definitiva, tantos libros de los años 80 y 90, como Hijos sin hijos o Suicidios ejemplares, son libros en los que intervenía más la carta exclusivamente narrativa. Por lo tanto, no he hecho nada más que volver a una actividad que ya había hecho.

Me he querido desmarcar de Dublinesca, pero no significa que me desmarque del todo. Creo que escribo una obra en la que todo está conectado, lo que no significa que, claro, he tratado de desmarcarme sobre todo de las connotaciones muy culturales que tenía Dublinesca. Y aquí las connotaciones culturales son más suaves.

—Vilnius, su protagonista, se dedica a la búsqueda de una cita de Scott Fitzgerald y a completar su 'Archivo General del Fracaso'. Como dice en el libro, ¿es la muerte el fracaso humano por excelencia?

—Lo digo casi como un chiste, como una cosa irónica. Se me ocurrió mientras escribía sobre el fracaso, que si hay un fracaso máximo siempre es este.

—Dice usted que ha sido bastantes escritores diferentes, pero en su novela escribe también que haber logrado una voz de muchas variantes, pero inconfundible, como Kubrick en el cine, acota la libertad, pero uno termina por tener miedo cada vez que ensaya cosas nuevas.

—Sí. Se trata de poner por delante también la idea de la valentía, el no conformarse con lo realizado, intentar ser dueño de la técnica más que en mis comienzos, como es lógico, intentar ir por el camino salvaje, por atreverme por otros caminos y, en definitiva, es una idea de valentía. Una forma de introducir un poco la sombra del cuerno, que decía alguien, en la literatura. Jugármela un poco. Por el riesgo también y por el atractivo del riesgo. En definitiva, por divertirse también, porque también si hay miedo, también uno está muy entretenido.

—“Cuando oscurece, siempre necesitamos a alguien”, esa frase atribuida a Scott Fitzgerald en la película 'Tres camaradas', funciona a modo de estribillo en un texto que tal vez fue canción o cuento en su origen pero que acabó convertida en novela. La frase obsesiona a Vilnius, pero me da la impresión que también a Vila-Matas.

—Sí. La frase durante años pensé que era mía. Primero, de Scott Fitzgerald. Después me acostumbré a ella. A veces, la citaba o a veces la pensaba cuando llegaba el crepúsculo, y al final alguien me preguntó si era mía o de Scott Fitzgerald en una entrevista colectiva en internet. Entonces, claro, yo sabía que era de Scott Fitzgerald, y me pregunté: “¿Estoy tan seguro de que sea de Scott Fitzgerald? Tendría que indagar más a la hora de contestar”.

Y entonces me di cuenta de que era muy difícil y inicié una investigación sobre el origen de quién pudo escribir realmente esa frase. Nada más iniciada, me di cuenta de que lo más obvio no era tan obvio y que no era tan claro que hubiera sido Scott sino que había ocho guionistas en esta película que querían intervenir, y luego de la imposibilidad de llegar a acceder a la verdad. Abrí una investigación pero la investigación se presentaba como difícil, ardua. Buscaba el origen de la frase, en definitiva.

Me remontaba al origen del significado de esa frase. Quién debió ser el primero. Ni siquiera debió ser el primero el guionista de Hollywood del año 33, sino que viene de lejos. Entonces, esto podría haber sido perfectamente solo el tema de una novela, la indagación de una verdad que no se alcanza. Si me hubiera presentado en Hollywood a investigar esto, no hubiera averiguado seguramente nada pero, suponiendo que alguien me dijera que alguien le había contado algo de aquel despacho de guionistas que en el año 33 acuñó la frase, tampoco podría estar muy seguro de que debería seguir la investigación.

—El tono ensayístico de otras novelas da paso aquí al género negro y rinde homenaje al drama shakespereano. Dice que se dejó llevar y que solo sabía que iba a parecerse a Hamlet.

—Solamente sabía esto porque creía que era necesario, trabajando como trabajaba en la oscuridad, avanzando cada día, dejando que aflorara lo que tuviera que salir, pero al mismo tiempo prefería tener como un faro que me iluminara en esta especie de noche de la creación a que fuera Hamlet, sabía que la historia que iba a contar tendría siempre puntos paralelos. No necesariamente muchos puntos paralelos.

También sabía que la obra de teatro no iba a imitar a la historia que yo contaba o al revés, mi historia no iba a imitar a Hamlet, sino posiblemente la que iba a contar, que era una historia sucedida en la historia real, acabaría no imitando a Shakespeare, más bien la vida no imita a ningún actor teatral por muy famoso que sea sino que va por otro lado. Y en esta novela también va por otro lado.

—En literatura, como en la vida, acepta todas las tendencias, salvo las totalitarias. ¿No le da la impresión de que cada vez más estamos abocados al pensamiento único?

—Bueno, sí. Sorprende la falta de humor, también el que nadie sea capaz de escuchar opiniones estéticas de otra persona para no conformarse con su propio gusto. Da la impresión además de que con la crisis se haya extendido un poco, cierto desánimo que cada día va más en aumento. Se contagia un desánimo general, y alguien que quiera emprender algo, una aventura interesante en la vida cotidiana, parece que va a ser mal mirado, porque no es tiempo para alguien que tenga entusiasmo por hacer algo. Este contagio es muy peligroso, porque llegará un momento que parece incluso que va a ser sancionada la alegría.

—Dice usted que no hay nada menos autobiográfico que una autobiografía.

—Sí. Una autobiografía es una impostura., porque hay otra voz. Hay siempre otra voz que innecesariamente deforma la vida real.

—¿Es su novela más verdadera que una autobiografía real? De hecho, se identifica con Lancastre, el escritor muerto. Pero admite que también hay algo de su adolescencia en ese juego de tensiones entre Vilnius y Lancastre.

—Bueno, es la propuesta de una biografía lateral de un personaje. Si haces una autobiografía lateral de alguien, puede llegar a decir más la verdad que en una autobiografía central sobre él. Una mirada esquinada puede dar más datos reales que una hecha desde el punto de vista central.

—Vilnius tiene aire de Bob Dylan. Julie Bennnett decía que “la gran fuerza de Dylan ha sido no estar nunca donde se le esperaba”. ¿Le ocurre a usted igual? ¿Ha logrado ser una persona y muchas al mismo tiempo?

—Sí. Y al mismo tiempo lo critico en Lancastre, dentro de la novela, que es como una forma de satirizar también mi personaje y mi trayectoria. Al mismo tiempo, alguien me ha preguntado además quién era Julie Bennett. Tiene razón, porque yo leí la frase pero no sé quién es tampoco Julie Bennett. La frase es muy apropiada para este tipo de propuesta que hago yo porque es una imitación también de no estar donde se me espera, si se me espera en algo muy dublinesco y metaliterario, para decir repite e insiste. Ha sido siempre así como he actuado en general en mi obra.

Piglia decía que, cuando se publica un libro mío, tiene interés por saber qué he hecho, porque sabe que habrá una propuesta nueva de algún tipo, qué es lo que se le ha ocurrido ahora. Esa es un poco la gracia de lo que hago, que por lo general todavía no estoy apoltronado que yo sepa, sino que todavía estoy en movimiento.

—Como dice, comenzó el libro a ciegas. Cambiaba de registros por el puro placer de hacerlo, pero sin embargo está muy bien cerrado. Usted mismo dice que es “de los libros más aéreos y a la vez más compactos que he hecho”.

—Está muy bien cerrado porque del borrador hubo varias versiones y eso me permitió ir ajustando todos los capítulos hasta llegar a una pieza. Es decir, una cosa es que se escribiera dejando que saliera lo que tuviera que salir y la otra es que después he ajustado todo lo que tenía. Según un consejo de una cosa que decía Lobo Antúnez, que cuando tienes el borrador, no busques más porque ya todo está en el borrador.

Bueno, está bien como idea. Es decir, una vez que uno ha terminado el borrador de la novela, no hace falta que piense que le falta algo, sino que allí ya tiene todo el material, porque para algo ha estado escribiendo un año aquello. Si en un año no sale lo que había ahí, tiene material pero a partir de ahí se ha de trabajar. Entonces, lo que hice fue establecer los capítulos en orden de cómo se desarrolla la historia, que es lenta en su despliegue, porque se trata de alguien que no quiere volver a escribir. Está arrepentido de haber escrito.

Lo que pasa es que las cosas que va presenciando y los acontecimientos le llevan a tener que contar aquello, ya que estaba previsto que lo contaran los jóvenes protagonistas, que sería la biografía del padre de uno de ellos. Pero ya que no lo van a hacer ellos, finalmente se ve obligado a hacerlo él.

—Siempre se dice que es usted un vanguardista. Pero no sé si le gusta ese calificativo.

—Hombre, me gustan mucho las vanguardias históricas. Y me encuentro cómodo cuando me siento libre en la narración. Yo creo, por lo que voy hablando con algunos críticos, que, en realidad, soy moderno. Sería previo al posmodernismo. Moderno simplemente.

—Lo cierto es que le gusta innovar y divertirse mientras lo hace.

—Sí. No tengo reparos en decirlo. Es decir, se escribe también para, de alguna forma, uno pasarlo bien en el trabajo, en lo que hace. No se escribe para llorar o para sufrir. Si me lo puedo ahorrar… A veces me han preguntado: “¿Usted necesita sufrir para escribir algo?”. Me parece un tópico.

—Porque al final, son suyas las palabras, “la inspiración literaria es una cuestión de codos y puños en el escritorio”.

—Desde luego, no soy el primero que lo dice esto. Es una cuestión de momentos de inspiración que son gloriosos pero que al cabo de un año más que muy pocas veces he tenido suerte. De modo que todo el resto son momentos que van de relleno pero que consisten en trabajar el texto para que tenga condiciones mínimas para presentarlo.

—Borges escribió un libro con un título genial: 'Historia universal de la infamia'. ¿No le gustaría escribir uno titulado 'Archivo General del Fracaso'. También es genial y encuentro similitud entre ambos.

—Yo creo que se me pasó por la cabeza. Era una idea que tenía de hacer un libro con este título. Sí. Creo que sí. Lo que ocurre es que era muy difícil el hacer un Archivo General porque se trata de coger caso por caso. Hay fragmentos de la novela que escribí que no aparecen en el libro que son fragmentos en los que Vilnius se dedica, en Barcelona, por la tarde, a cazar caso por caso en la calle para incluirlos en el Archivo.

Y lo que ocurre es que esto no iba muy bien para el ritmo de la historia, porque traba demasiado la historia. Entonces me daba demasiado espacio el Archivo. Pero están escritos los que él se dedica a archivar. Transeúntes, personas a las que incluso les imagina la historia, pero que él va archivando con datos en un café. Sí. Es verdad que es un título magnífico.

—¿Pero la idea ya la ha descartado definitivamente?

—Creo que no. Seguramente no.

—En otros momentos de crisis, como el actual, los intelectuales se hacían oír, alzaban su voz contra las injusticias colectivas. Parece como si hoy ese compromiso se hubiese diluido en nuestra sociedad.

—Hay un poco la idea de que la aparición de intelectuales en la prensa no necesariamente va a transformar nada ni cambiar nada. No da la impresión de que esto sea decisivo ni que necesite el pueblo la intervención de intelectuales. Al mismo tiempo, me gusta mucho el comportamiento cívico que tenía Tabucchi. Le costó tener que exiliarse en Italia.

Mi posición política hasta hoy siempre se entrevé en la voz que habla y en el punto de vista, creo que muy libre, desde el que conecto con el lector. Y por otra parte, no sé si hay muchos intelectuales en España. Si tú vas a Inglaterra, nadie hace caso de lo que dice un escritor. Está el mito de que el escritor es un intelectual, que sabe todo lo que ocurre y que sabe todo lo que va a pasar. Es lo que ocurría con Octavio Paz. Siempre sabía lo que iba a ocurrir en el mundo, lo que había que hacer.

Da la impresión de que nadie les hace caso, que tendrían que hacerse valer por ellos. Sí. Pero esto es hablar de forma colectiva y siempre me cuesta mucho preguntarme quiénes son ellos. Soy muy consciente que sería ideal un país con intelectuales muy activos. Como Manuel Azaña, por ejemplo.

—Javier Cercas ha escrito: “Escribir es un oficio extraño. En lo esencial, consiste en complicarse la vida. Para aprenderlo, hay que olvidarlo a diario”. ¿Comparte esta opinión?

—La primera parte, sí. La segunda no la entiendo. Debe tener un malestar con algo en concreto que desconozco.

Publicado en el diario Córdoba el 15 de abril de 2012

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