domingo, 5 de agosto de 2012

Fernando Savater: “Hay 200.000 vascos que los han forzado a irse de su tierra”

Después de haber dedicado 40 años a la filosofía y al ensayo, Fernando Savater regresa definitivamente a la novela con Los invitados de la princesa, una historia donde aborda buena parte de sus filias y de sus fobias: la gastronomía, los congresos, la hípica, el terrorismo, la política o las bicicletas urbanas que tanto le molestan. Concluido este periodo docente e investigador, no solo se centrará ahora en la narración, que siempre fue su auténtica vocación. Tampoco descarta hacer sus pinitos en el teatro.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Con esta obra, en la que el humor es pieza fundamental, Savater ha obtenido el Premio Primavera de Novela 2012. El libro alterna la narración principal, que es la crónica de la estancia de Xabier Mendia en Santa Clara –una isla tan parecida al País Vasco- con siete relatos cortos en los que cada uno adquiere su propio tono: satírico, onírico o simbólico.

De padre granadino, este filósofo vasco confiesa que tiene “bastante raigambre andaluza”. Es crítico con la alta gastronomía, de la que asegura que su disfrute implica derroche y cursilería, pero no pensamiento. Tampoco en esta obra abandona el mundo del caballo, que es el mundo que más ama, porque hay, dice, una épica de la hípica.

Le molestan las bicicletas en las ciudades, porque “todo lo que tiene ruedas es enemigo de lo que tiene piernas”. Y mientras esconde su mirada tras unas gruesas lentes con montura de pasta, nunca abandona la risa ni el buen humor, y mucho menos su devoción por el fino de esta tierra.

Mantiene la esperanza de que ETA abandone definitivamente el uso de las armas, aunque duda que la situación actual sea definitiva. En pocos años, 200.000 vascos abandonaron su tierra, y esto implica, para este escritor, que se “ha falseado la configuración del propio País Vasco”, ya que ahora parece mucho más nacionalista de lo que es en realidad.

Amenazado por la banda terrorista, ve complicado que algún día ETA admita “el ridículo de su propia existencia”, aunque advierte también que “de ridiculizarlos ya nos encargaremos los demás”. Le han decepcionado las elecciones andaluzas porque UPyD, la opción política que él apoyó, no obtuvo ningún escaño, porque fue “una disputa claramente a cara de perro entre socialistas y populares”.

Autor de La tarea del héroe (Premio Nacional de Ensayo, 1982) y de novelas como El jardín de las dudas (finalista del Premio Planeta, 1993) y La hermandad de la buena suerte (Premio Planeta, 2008), ahora publica también Tirar de la cuerda, una colección de aforismos espigados de entre sus libros por Andrés Neuman, quien, asegura, “ha logrado hacerme aforista sin serlo”.

—Dicen que su novela es una parodia, pero tal vez solo sea un reflejo de la propia realidad tratado con humor.

—Nunca parodio nada porque es un género que no me gusta. A veces, bueno, cuando lo hace Eduardo Mendoza, me divierte. Parodia, no. Yo no utilizo la parodia porque no soy nada paródico (ríe).

—Sea como sea, lo cierto es que en este libro aborda buena parte de sus filias y sus fobias.

—Supongo que es inevitable que uno escriba de lo que conoce un poco mejor y de lo que le gusta. No soy nada objetivo en eso. Soy muy subjetivo. Sí, hombre. Son los temas de los que uno ha hablado, ha discutido. Lo que pasa es que, con esto de tener varios personajes, pones cosas que crees y lo contrario de lo que lees. Y eso me divierte más.

—Ha elegido una estructura para su novela en la que alterna la narración principal con relatos. ¿Por qué?

—Bueno, primero, a mí me aburre mucho como escritor, como lector las leo y las soporto, la estructura de la novela tradicional; es decir, esa estructura que tiene muchos capítulos que son pura transición entre una cosa y otra. Meter esas transiciones me aburre mucho. Entonces, yo quiero que cada cosa tenga una vida propia. La única forma es hacerlo así como lo he hecho. Cada capítulo tiene su sentido por separado incluso.

—En el relato titulado Purasangre escribe: “Ahora me encuentro en el Hipódromo Central. Nada tiene de raro, porque es uno de los lugares favoritos de mi corazón…”. Pura autobiografía.

—Sí. Yo siempre meto una historia un poco relacionada con el mundo de los caballos. Primero, porque es mi mundo y es lo que me gusta más. Y luego, porque además se presta mucho, es un mundo muy novelesco, muy literario. Hay una épica de la hípica. Entonces, eso realmente se presta y siempre hay algún relato. Y en este caso, ese.

—La narración central de su novela gira en torno a la celebración de un congreso, ese micro mundo que usted conoce tan bien y en el que “todo el mundo mea para marcar su territorio”.

—Efectivamente. Yo creo que incluso en los congresos que no están sometidos a un volcán, como el de mi novela, siempre se crea una burbuja de mundos independientes, hay sus pequeñas rencillas, sus enfrentamientos, sus narcisismos heridos, que a lo mejor vienen ya del congreso anterior y que se purgan en ese. Es un mundo en el que he estado tanto tiempo y conozco muy bien. Por eso también me era fácil hablar de él, porque es un mundo al que he estado yo condenado, digamos, durante toda mi vida y también tiene sus aspectos curiosos.

—En su libro no deja títere con cabeza.

—Los títeres suelen tener poca cabeza (ríe).

—Por ejemplo. De la alta gastronomía dice que es “el arte actual perfecto para las entendederas de los snobs” y que “su disfrute implica derroche y cursilería, pero no exige pensamiento”. No le van a dejar entrar a ningún restaurante del País Vasco.

—Ya. Ya tenía yo dificultades. Salvo algún cocinero, van a tener ahora una coartada. Pero, vamos, la moda esta de la gastronomía, que en el fondo no tienen la culpa los cocineros, la culpa la tienen los que inventan el asunto y los que creen eso como si fuera un arte sublime.

—En fin, que para usted la cocina es un arte de usar y cagar.

—Bueno, claro. Es que la cocina no es un arte. El arte es complacencia, es estética, gozo de la vida, pero también desasosiego, inquietud, tiene un elemento siempre crítico. La gastronomía, no. La gastronomía es una cosa puramente placentera cuando está bien hecha. A mí que me gusta mucho comer. Decir que la comida es un arte, no la alza sino que la degrada. La comida es otra cosa y a lo mejor más importante que el arte, pero otra cosa distinta. Pero no es un arte.

—También le molestan las bicicletas en las ciudades porque “todo lo que tiene ruedas es enemigo de lo que tiene piernas”.

—Evidente. Sobre todo cuando se empeñan en pasear por las aceras. En fin, son supersticiones modernas. En la novela hay varias supersticiones de esas. Unas viales, otras más serias.

—Después de 40 años de profesor y de escribir ensayos, da por cerrada su faceta filosófica para dedicarse de lleno a la ficción. ¿Qué tiene la literatura que no le da ya la filosofía?

—Yo soy mucho más lector de literatura que de filosofía. Toda mi vida he leído más libros de literatura que de filosofía. A mí lo que me llevó a las letras, por decirlo así, fue la narración, la ficción, las historias maravillosas o terribles. Cuando yo empecé a hacer la carrera de filosofía ya en tiempos jurásicos, no existía la carrera de literatura. Hoy la hay.

Había filologías, que era una cosa mucho más tecnológica, gramatical, que no me gustaba tanto. Si hubiera habido literatura, yo habría hecho literatura. Pero como no la había, elegí Filosofía. No me voy a arrepentir ni mucho menos, pero ahora me gustaría retomar mi verdadera afición, mi placer. Alguna vez en broma he dicho que la filosofía es mi mujer pero la literatura es mi amante. Entonces, ahora voy a dedicarme a mi amante, fíjate tú, ya a esta edad a la amante (ríe).

—La isla de Santa Clara, donde se desarrolla su novela, es famosa por su gastronomía y está amenazada por una banda terrorista. ¿No le encuentra demasiado parecido con el País Vasco?

—Bueno, sí que algunas cosillas pasan, pero tú ya sabes que en el mundo hay similitudes (ríe).

—Después de que ETA haya abandonado las armas. ¿cómo ve la situación en el País Vasco?

—ETA ha abandonado las armas pero no ha abandonado ETA. Ellos siguen estando ahí. Bueno, han abandonado el uso de las armas. Las armas las siguen teniendo. Cabe la pregunta de, en fin, si eso es definitivo o es solo en espera de a ver si se les concede lo que ellos quieren. Siguen dando la lata con sus presos, siempre dando la lata con sus reivindicaciones, como si el mundo tuviera que pararse para darles gusto. Y lo malo es que encuentran a veces políticos, incluso políticos en campos no nacionalistas, para hacerles caso.

Hablan de hoja de ruta. La hoja de ruta para qué, si yo no me voy a ir a ninguna parte. Al contrario, lo que estoy es muy contento de que por fin puedan estar en la España democrática y plural, en vez de estar acompañando a alguien en una hoja de ruta en compañía de Batasuna. Imagínate. Entonces, bueno, vamos a ver si salimos de ahí, pero todavía no podemos echar las campanas al vuelo y, desde luego, no podemos hacerles caso ni empezar a hacerles concesiones.

—En fin, sí parece que se va a iniciar el proceso para que vuelvan al País Vasco aquellas personas que tuvieron que salir por amenazas.

—Estaría muy bien. En unos pocos años salieron más de 200.000 personas. Sería bueno recordar que hay muchos vascos que por no estar de acuerdo con los demás los han forzado a irse de su tierra. Hombre, a muchos los han obligado a ir a otros sitios donde tienen hijos, trabajo, pero tampoco todos podemos estar cambiando de lugar, de vida, de un día para otro, para dar gusto a los políticos.

Ahora, hace falta recordar que ese éxodo de gente del País Vasco ha falseado la configuración del propio País Vasco. Ahora parece que es mucho más nacionalista de lo que es en realidad, porque los que no lo eran se han tenido que ir. Entonces, no estaría mal permitir y dar facilidades para que volviera gente.

—¿Admitirá algún día ETA, como usted mismo dice, “el ridículo de su propia existencia”?

—Pues eso lo veo complicado, para qué te voy a decir otra cosa. Yo lo veo complicado. Yo creo que ellos viven demasiado en su auto glorificación y siempre tienen a un palmero que les acompaña. Lo veo difícil. Pero, en fin, yo ya a estas alturas me conformaba con que realmente se disolviera o realmente abandonara las armas y, bueno, de ridiculizarlos a lo largo de los años ya nos encargaremos los demás (ríe).

—Cuando nos hayamos recuperado económicamente…

—Espero que lo veamos. Tú que eres más joven a lo mejor lo ves. Yo no sé. Yo ya ni lo veré.

—… ¿recuperaremos también los derechos hasta ahora conseguidos y que empiezan a negarnos?

—Esa realmente es la pregunta del millón. O sea, a mí no me gustan nada los recortes que Rajoy está haciendo pero, en fin, tampoco le gusta que le hagan a uno un agujero en la tripa para sacarte el apéndice, pero si no hay más remedio, tienen que hacértelo. Ahora, el problema es, efectivamente, si todas esas cosas que hoy nos están recortando, esas garantías laborales que estamos perdiendo, esos derechos que están disminuyendo, si todo eso, en el momento que las cosas vayan bien, nos los van a devolver.

Si los mismos bancos que ahora están pidiendo dinero para salir del hoyo, el día que vuelvan otra vez a ganar, revertirán en la sociedad esos créditos en ayudas, en reparto de beneficios, lo que hoy están ganando. Esa es la pregunta verdaderamente importante, y no tengo la respuesta.

—¿Cómo valora los resultados de las últimas elecciones andaluzas, con unos resultados que nadie esperaba y donde UPyD precisamente no obtuvo ningún escaño?

—Hombre, ha sido una decepción, porque nosotros creíamos que aquí había una posibilidad de que la UPyD tuviera representación, porque además teníamos gente buena. El problema es que, bueno, quizá precisamente se polarizó tanto, fue una disputa tan claramente a cara de perro y estrecha entre socialistas y populares que eso absorbió un poco todo lo demás. IU todavía se benefició de ello.

Las elecciones no se hacen para entrar en discusión sino para salir de ellas. Los ciudadanos quisieron eso, pues eso es lo que hay. Eso es lo que han querido. Es verdad que las elecciones indican quién va a gobernar para intentar resolver los problemas, pero la elección no resuelve los problemas en sí mismos, y Andalucía, como el resto de España, tiene problemas. Y eso a ver cómo se resuelve.

—Decía Eduardo Mendoza que “con la crisis hemos recuperado algo que no debimos olvidar, que éste es un país pobre y cutre”.

—Bueno, es que durante un tiempo, a pesar de que se eche la culpa a los políticos, a los banqueros, los ciudadanos no admiten que todo el mundo estaba viviendo en esa especie de sueño de que éramos un país de cucaña, en el que todo se conseguía extendiendo la mano, la gente pedía créditos para la segunda vivienda, el segundo coche, y no le importaba tener 50 hipotecas.

Claro, los banqueros facilitaban todo eso, porque ese es su negocio pero, claro, los que tenían que haber tenido mejor criterio eran los ciudadanos y no lo tuvieron. Hoy volvemos un poco a la realidad. Nos despertaron con la resaca de la tarde de fiesta.

—También Vargas Llosa decía que hablar de cocina y de moda es mucho más importante hoy que hablar de filosofía o música y que eso es “una deformación peligrosa y una manifestación de frivolidad terrible”.

—A mí me parece normal que se hable de cocina, que se hable de moda, porque son temas mucho más accesibles a la gente que la filosofía o que la literatura, pero lo peligroso es que eso se quiere presentar como artes superiores incluso a las otras cosas como son la metafísica o la literatura. Va a ser siempre más popular el fútbol que las obras de Ortega y Gasset. Lo grave es el día que ya traten de vendernos que el fútbol no solamente es más popular que Ortega, sino mucho más importante y mucho más intelectualmente elevado que las obras de Ortega. Hoy estamos un poco en esa especie de hipertrofia de la cocina completamente ridícula.

—Ahora publica también Tirar de la cuerda, una colección de aforismos involuntarios, porque los ha espigado de entre sus libros Andrés Neuman.

—Exactamente. Es un empeño de una colección que edita normalmente obras sobre aforismos. Andrés Neuman se empeñó. El mérito del libro es suyo. Yo creo que él ha logrado hacerme aforista sin serlo.

—Como decía Schopenhauer, ¿en nuestro mundo llega un momento en que hay que elegir entre la soledad y la ordinariez?

—Esa es la opinión de Schopenhauer que era un poco misógino y misántropo, pero algo hay. Por lo menos es verdad que el exceso de frotarse con los demás a veces nos hace perder cualidades que tenemos importantes porque, cuando estamos en grupo, a veces nos ponemos a la altura del peor, no del mejor, y eso es una pérdida.

Publicado en el diario Córdoba el 13 de mayo de 2012

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