miércoles, 15 de agosto de 2012

Joselito: “He aprendido del sufrimiento más que de otra cosa”

José Miguel Arroyo publica sus memorias con el título Joselito el verdadero, donde se declara un poco republicano y anticlerical. Un libro al que no le sobra ni una coma de verdad. Algo poco habitual en los libros de memorias, en los que se dulcifica o se olvida pormenores imprescindibles para alcanzar a comprender cómo un hombre como éste se redimió gracias al toreo. Un libro que es la búsqueda de sí mismo y un ajuste de cuentas con la vida que no quiso.


FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Joselito, el verdadero. ¿Existe algún otro Joselito impostor o inventado?

—El de Las Ventas, que era mozo de espadas.

—“De no haber peleado por ser torero, a estas alturas estaría en la cárcel o me habría muerto por sobredosis”. ¡Vaya manera de arrancar en un libro!

—Es la forma de que impacte a la gente y, sobre todo, es la realidad.

—¿Le inspiró la biografía Juan Belmonte, matador de toros de Chaves Nogales?

—Sí. Porque es un libro que he leído en muchas ocasiones y es una historia que a mí me ha cautivado muchísimo.

—¿A cuántas tertulias del corazón les ha dicho que no pisará sus platós?

—A muchas. A tres mil millones de ellas.

—Dice en la introducción de su libro: “Ahora… siento la necesidad de desahogarme, de contar aquello que viví”. ¿Tanto le quemaba por dentro?

—Sí. Y más que quemarme, me daba un poco de miedo.

—Creció en la calle. Tuvo una infancia entre camellos y drogas, y una adolescencia al filo de la navaja. ¿Se aprende al mismo tiempo que se sufre?

—Sí, pero sobre todo yo he aprendido más del sufrimiento que de otra cosa. Al final, de los momentos malos y de ver que no me moría con sus sufrimientos, he evolucionado y he aprendido.

—Su madre le abandonó y nunca supo por qué. ¿Hay preguntas que son para toda la vida?

—No. Es una pregunta ya que está olvidada y no echo más cuentas.

—Traficó pero nunca fumó un porro. Visitaba en la cárcel a su padre, que sí fumaba y traficaba. Y dice: “No me cambié el apellido porque es mi padre”.

—Lógicamente. Le tengo un gran cariño aunque hiciera lo que hiciera. Él era un flamenco, una gente buena, pero no era quizás el mejor espejo.

—Admira a Don Juan Carlos, pero se declara republicano y anticlerical. ¿No se habrá confundido de un oficio donde abundan los señoritos y las sotanas?

—No. Para nada.

—El libro es también un homenaje a Enrique y Adela, que le cuidaron como sus auténticos padres.

—He tenido la gran suerte de tener una familia que he elegido yo o que me ha tocado en suerte, y me ha enseñado todo lo bueno que he podido aprender en mi vida.

—Supo retirarse a tiempo y no tiene valor para volver al ruedo. Como usted dice: “Se acabó la gasolina”. ¿Se ven mejor los toros desde la barrera o desde la televisión?

—Sí se ven mejor. Sobre todo por el respeto que le tengo al toreo y por ver que no soy capaz de hacer lo que creía que debía hacer al cien por cien.

—Después de este libro, ¿le quedarán amigos en el mundo del toreo?

—Supongo que sí. Si no me quedan, es porque ellos no tienen la inteligencia para saber decir lo que yo digo.

—En el Parlamento de Cataluña habló de sentimientos, de que no estaba traumatizado. Y dice que no le entendieron. Igual les habló en castellano.

—Efectivamente. Yo hablé en castellano. Ellos preguntaron en catalán. Con lo cual yo no pude responder.

—Dice usted: “Soy feliz lo justo porque si eres feliz todo el rato te vuelves idiota”.

—Ese sentimiento que tengo. Creo que la felicidad tiene que estar en su justeza porque, si te pasas, al final no controlas y te vuelves tonto.

Publicado en el diario Córdoba el 11 de abril de 2012

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