domingo, 23 de septiembre de 2012

Antonio Skármeta: “Chile es un país rico gracias al cobre nacionalizado por Allende”

Antonio Skármeta (Antofagasta, Chile, 1940) publica Los días del arcoíris, obra con la que obtuvo el Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casa de América 2011 y en la que cuenta cómo el general Augusto Pinochet perdió el plebiscito que pensaba que lo iba a catapultar al poder hasta sus últimos días. Sin embargo, la campaña del “No” logró quebrar el miedo que los chilenos almacenaban en los tuétanos de sus huesos durante quince años de dictadura. El libro está escrito con una prosa limpia y un mínimo de recursos narrativas que no esconden la voz personal del escritor.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Sus novelas han sido traducidas a 35 idiomas. Hoy vive dedicado solo a la literatura. El baile de la Victoria obtuvo el Premio Planeta en 2003 y fue llevada al cine por Fernando Trueba. Con El cartero de Neruda alcanzó un éxito mundial y su versión cinematográfica obtuvo cinco nominaciones al Oscar. Reconoce que, en el fondo, el protagonista de esa novela es él mismo, pues utilizaba los versos de Pablo Neruda para seducir a su primera novia.

Publicó su primer libro cuando era flaco, tenía pelo y era joven. Ahora, unos años después, la deforestación capilar, algunos kilos de más y las ganas de tragarse la vida al por mayor le otorgan un aire de hombre bueno del que no reniega. Ríe a cada instante y su trato, que no se sabe si lo aprendió de la diplomacia o de la literatura, es fácil y grato.

Le hubiera gustado ser bailarín o basquebolista, pero aquí también el peso le gastó una mala jugada. Así que optó por la bohemia y las chicas, y una cosa y otra lo llevó inevitablemente a la escritura, que lo absorbió por completo y de donde no quiere salir para nada.

Considera consolidada la democracia en Chile, y piensa que “Chile es un país enormemente rico gracias al cobre nacionalizado por Allende”, quien para él fue un presidente de inmensa dignidad y una figura heroica. Ahora no sabe qué va a escribir. Todavía anda detrás del arcoíris.

—El plebiscito convocado por Pinochet es el telón de fondo de Los días del arcoíris. ¿Piensa que Pinochet, de algún modo, se vio obligado a convocar este plebiscito, empujado por los propios poderes fácticos que él defendió?

—Las razones son porque es inevitable que se produzcan coyunturas en que ya no puede seguir gobernando en las mismas condiciones de poder absoluto. La resistencia se organiza, los sindicatos se reestructuran, los movimientos cívicos se hacen más expresivos, la gente se arriesga, va conquistando espacios de libertad. Entonces, se encuentra con una situación social de gran presión que al desgaste de años de represión va en alza el ansia de libertad de la gente. Eso es un motivo.

Segundo motivo. Una dictadura no puede permanecer en el mundo contemporáneo, como está tramada la globalidad, largo tiempo impunemente con una política represiva donde no se exprese la voluntad de la ciudadanía, porque esto daña los negocios internacionales. Entonces, ya el aislamiento de Chile en este contexto comenzaba a ser perjudicial precisamente para los exportadores.

Chile es un país que vive de las exportaciones. Había ya en la gente de derechas más moderna, en el empresariado, la sensación de que la democracia era un terreno más propicio para el modo contemporáneo de hacer negocio que una dictadura. Ésas son dos cosas que pueden a Pinochet.

La tercera es que en 1980 escenificó un plebiscito y allí hizo aprobar una Constitución donde pensó que esa Constitución le iba a permitir gobernar hasta el último día de su vida. Esa Constitución de 1980 donde él se llevó los votos se la hizo aprobar por un 79-80 por ciento. Según esa Constitución, él preveía un tránsito a la democracia que consideraba un plebiscito en 1988. Entonces, se ve compelido a hacer este plebiscito que cree que va a ganar con toda facilidad.

Todos estos dictadores se dejan aconsejar por colaboradores que los adulan, que los encierran en una cápsula de cristal. Ésa es la suma de motivos por los que el plebiscito tiene lugar. Escenifica el plebiscito, y para darle el tinte democrático que tiene que tener, y éste es el tema de mi novela, abre la televisión, abre estos quince minutos y por esa rendija destapó la fantasía, la imaginación, el humor, las ganas de libertad, el ansia de los chilenos de sacudirse de la grisura, de la mediocridad. Y a mí me pareció tan atractivo que esta campaña fuera la gota de agua que rebasaba el vaso y nos llevara a los chilenos a la libertad y luego a la democracia de la cual hoy disfrutamos, que me pareció una historia digna de contársela al mundo.

—Pinochet dijo: “Yo o el caos”. Pero triunfó la campaña del “No”. La gente estaba cansada de vivir asustada y el miedo entonces, como la alegría a veces, se quebró por todos lados.

—Es el embrujo del arte. La campaña del “No” fue hecha por publicistas con corazón de artistas. Y esto se debe a lo siguiente. Inmediatamente después del golpe, en Chile no había cine. Creo que durante todos los años de la dictadura se habían hecho tres o cuatro películas si acaso. En cambio, en el exilio se hicieron más de doscientas.

Los cineastas jóvenes que querían hacer cine en Chile, que querían expresarse, los actores, tenían que vivir de algo, y entraron en las empresas de publicidad. La publicidad prosperó en Chile. Entonces, trabajando en la empresa publicitaria para publicitar artículos comerciales, los artistas aprendieron el lenguaje conciso del mensaje publicitario, la síntesis, el poder de emocionar instantáneo.

Si a eso le agregas que cuando se les presenta la ocasión a los demócratas llaman a los mejores publicistas y les dicen: “Amigos, ésta es la ocasión de su vida. Ustedes son grandes artistas y además conocen el lenguaje publicitario. Hagan la campaña”. Entonces esta cooperación de publicistas y la colaboración de todos los actores, pintores, bailarines, todo lo que hay en esa campaña del “No” hacen de eso una obra de arte que toca a los chilenos, los conmueve y, sobre todo, eso que tú señalabas, a los indecisos, a los que tenían miedo del caos, de que pudiera venir la anarquía o algún régimen comunista en Chile. No, vino una democracia y una democracia muy buena, muy sólida, que le dio estabilidad, progreso económico a Chile en los últimos años.

—La campaña del “No” quiso transmitir “alegría, humor y ansias de futuro. Tenían ustedes la sensación en aquel momento de que algo se quebraba.

—En aquel momento se percibió así. Lo que pasa es que la sociedad bulle por todos lados expresando su inconformidad, sus ansias de cambio, eso alcanza para desplazar a una dictadura. Pero para desplazar a una dictadura hace falta una unidad muy amplia y esa unidad tiene que ser aceptada políticamente. Y aquí está la gracia.

El gran talento que tienen todos los partidos que quieren confrontar al dictador, desde derechistas democráticos hasta la izquierda, pasando por el centro, los democratacristianos, los socialdemócratas, los socialistas. Es un espectro tan amplio que se refleja en el arcoíris. Es muy bueno que esa unidad de lo diferente permite un “no” rotundo. Lo único que faltaba era la gotita, el mover a los que estaban distraídos con esa campaña de televisión. Eso ya explota.

—La segunda línea argumental de su novela se centra en Nico, un estudiante de Secundaria que, con ingenuidad y ternura, cuenta lo que ocurre su alrededor.

—Esto es para mirar desde una perspectiva distinta los años de la represión. Nico, que es afectado por la represión, porque su padre es detenido y lo tiene que buscar para rescatarlo en lugar desconocido donde está, lo hace desde el lenguaje de los jóvenes. El tomar esa perspectiva narrativa explica que uno desideologiza un poco la literatura, la hace más espontánea, la hace más humana. Los jóvenes son muy idealistas, muy flexibles y están dispuestos a poner el cuerpo por sus sentimientos. Tienen a veces ese coraje imprudente que anima a una sociedad.

—Sorprende el arranque de la novela: “El miércoles tomaron preso al profesor Santos. Nada de raro en estos tiempos. Sólo que el profesor Santos es mi padre”.

—Se llama ese arranque in media rex, o sea, ya transcurridos los acontecimientos. Es claro, conciso, preciso, para que sea una auténtica invitación al lector a convivir con el personaje que cuenta. Mi literatura es eso, una invitación a una convivencia.

—Después de un periodo de tiempo en que ha gobernado el centro izquierda en Chile, se produce un vuelco cuando el centro derecha alcanza el poder sin traumas. ¿Es un síntoma de que la democracia está bien asentada en su país?

—Yo apoyé la coalición de centro izquierda. Ahora está tan consolidada la democracia que se puede permitir en estos momentos el lujo de la curiosidad y de probar un acento distinto. El país está muy orientado hacia el centro, entonces hay una cierta unanimidad en todos los actores políticos acerca de cómo se conduce la economía del país y todo lo otro son asuntos ya de valores y de matices, y ahí la discusión es muy intensa pero en general se logran acuerdos muy amplios entre gobierno y oposición.

—Pinochet murió sin que pudiera culminar su juicio y fuera condenado. ¿Le hubiera gustado otro final que no éste?

—Me hubiera gustado que hubiera tenido la salud suficiente y no esa melancólica demencia que convenció un poco fingiendo y que después lo atrapó tan fuertemente. No fue posible. Ya sabemos la historia de Pinochet. Fingió en una primera etapa una enfermedad que no tenía y luego se encerró en sus fueros que él mismo se había dado y murió allí en el hospital militar en un proceso que siempre se veía que iba a ser eterno.

—Pinochet viajó poco, casi nada. Garzón logró retenerlo unos días en Londres. ¿Cómo vio la actuación del juez Garzón en aquel momento?

—Me pareció notable. Yo creo que los derechos humanos son universales. Está la Declaración Universal de los Derechos Humanos y sus violadores deben ser perseguidos sin que rijan para ellos las leyes específicas de cada país. Sobre eso hubo un tremendo debate en Chile, por supuesto. Ahora, hay que decir siempre que en política los grandes avances democráticos van siempre contaminados con transacciones y retrocesos. Esas son las proporciones de cómo los países avanzan.

—Han sido exhumados los restos de Salvador Allende para esclarecer su muerte. Cómo perciben hoy los chilenos a su expresidente.

—A mí me pareció un político de inmensa dignidad, de estatura. Me pareció que su proyecto político de llegar a un socialismo democrático por las vías legales, nacionalizando las riquezas del país, de lo cual se ha beneficiado Chile enormemente, porque Chile es un país enormemente rico gracias al cobre nacionalizado por Allende.

Ahora Chile es el gran país de las exportaciones. En otro tiempo le costó la vida, ahora es curioso que esos mismos empresarios no lo aplaudan. Yo creo que su proyecto era viable y que, de haber prosperado, se podía parecer mucho, tal vez con un énfasis de un estado protector y más igualitario, a lo que tenemos hoy.

Si se hubiera concretado la alianza de la izquierda con el centro, la alianza socialista con la demócrata cristiana, que fue la que le dio estabilidad a Chile. ¿Qué hubiera pasado si lo hubieran dejado gobernar? No se lo dejó. Para mí es una persona de gran dignidad y una figura heroica dentro del concepto de la mayoría de los chilenos.

—Cine, televisión, teatro, docencia diplomacia, novela, cuentos. ¿Qué palo no piensa tocar?

—Hay uno que no puedo. Me gusta mucho ser bailarín, pero aquí los kilos me juegan en contra desde muy joven. Y la otra cosa que me hubiera gustado ser es basquelbolista. Y aquí también los kilos me jugaron en contra y no solamente eso sino que ya en mi juventud me comenzaron a interesar las chicas y con las chicas también la vida bohemia. Y después ya vino el vicio mayor que fue la escritura. Me absorbió todo.

—En todas sus novelas se respira una prosa ágil, preñada de metáforas y guiños de humor y de ternura. Parece que escribe como habla y como si no pudiera esconder que es usted.

—Yo creo que caracteriza a los autores que logran una comunicación internacional. Tener un timbre, un tono, una voz, que es lo primero que llega al lector, una atmósfera familiar, una manera de implicarlo que puede tener que ver con el temperamento mismo, que puede que no sea algo estrictamente de técnica literaria, aunque la técnica literaria es fundamental. Solamente que en el escritor ya avezado, experimentado, la técnica literaria es casi un ejercicio espontáneo. No tiene que pensar cómo hacer la cosa bien, si la llevamos menos bien le va saliendo bien porque el ritmo ya lo tiene. Lo ha cultivado tanto que sabe llevarlo el tacto a lo que la historia le va pidiendo.

—Un día le dijo a su padre que quería ser escritor, y él le respondió: “Para ser escritor tienes que escribir por lo menos un cuento a la semana”. ¿Fue el primer consejo que recibió como escritor?

—En cuanto a mí, yo ya a los nueve años estaba llenando cuadernos y a los 17 ya le dije a mi padre que quería ser escritor, y mi padre, en vez de mandarme al psiquiatra, como se hacía con todos los que querían carreras artísticas, extravagantes, al contrario, me abrazó y me dijo: “Ten entonces una ética de trabajo con la escritura. Escribe un cuento por semana y yo te lo paso a limpio”. Y así completé mi primer libro de cuentos. No lo publiqué. Era un libro de aprendizaje.

—¿Pero lo conserva?

—Uno de los cuentos de esos momentos entró en mi primer volumen publicado, un cuento que se llamaba Entre todas las cosas lo primero es el mar. Ese cuento, en una primera versión, pertenece a esa etapa de narrador de 17 o 18 años.

—Se ha descrito así: “Yo sigo siendo un chico pop con un cuerpo de que no me conviene”. Y después también se ha descrito de esta otra: “Publiqué mi primer libro cuando yo era flaco, tenía pelo y era joven”. ¿Cualquiera tiempo pasado fue mejor?

(Ríe). No, no. Cada tiempo es pleno. Cuando un escritor opta por la sensualidad, por la vitalidad, por la expansión, por el movimiento, le conviene más un cuerpo joven que un cuerpo tranquilo.

—Usted utilizó poemas de amor de Pablo Neruda para conquistar a su primera novia. O sea, con el tiempo uno acaba descubriendo que el verdadero protagonista de El cartero de Neruda es usted mismo.

(Ríe). Yo escribí un libro que se tituló Neruda por Skármeta donde cuento minuciosamente todas nuestras historias, así que remito a todos los lectores a ese libro. Pero es verdad que los lectores echamos mano a las experiencias concretas que hemos tenido para darle verosimilitud, emocionalidad a los protagonistas que el escritor inventa. Uno acude a esa emoción porque la conoce y la conoce tanto que poniéndola en ese personaje puede ser comunicativa y yo creo que en lo que puse del cartero de Neruda habrá mucho de mi espontaneidad adolescente, sobre todo mi adoración por la poesía de Neruda.

—Y lo escribió como una deuda que le debía al poeta.

(Ríe). Bueno, es una broma.

—Lo que usted hizo con los poemas de Neruda lo intenté yo con su libro. No sé si estoy en deuda con escribir algo sobre usted.

—Bueno, espero que usted lo haga bien.

—La familia del dictador se ha quedado sola. Ya nadie quiere a Pinochet. Como un klínex. Usado y tirado.

—Claro. Porque, una vez desprovisto de la cápsula protectora, quedan expuestos a los procedimientos de la justicia que investiga y que pese a que él mismo dictó una ley de amnistía con la cual protegió a muchos colaboradores, incluso a su propia familia, muchas cosas quedaron en evidencia que ya no son solo violación de derechos humanos sino algunos delitos económicos. Entonces eso ha caído sobre la familia.

Pero políticamente es interesante que el pinochetismo prácticamente está marginado de la vida chilena. Todos los actores políticos se han ordenado políticamente. Un nieto de Pinochet se presentó como candidato independiente por la comuna más rica de Chile, invocando el buen nombre de su padre, y tuvo una votación ínfima. No salió elegido.

—¿Qué escribirá ahora?

—Yo ahora ando detrás del arcoíris.

Publicado en el diario Córdoba el 17 de julio de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario