domingo, 30 de septiembre de 2012

Petros Márkaris: “No estoy indignado. Estoy furioso”

El escritor griego Petros Márkaris (1937, Estambul) recupera al comisario Kostas Jaritos en su última novela, Con el agua al cuello (Tusquets, 2011), donde este debe enfrentarse al asesinato de Nikitas Zisimópulos, un antiguo director de banco, degollado con arma blanca. Como escenario de fondo, una Grecia al borde de la quiebra. Licenciado en ciencias económicas en Viena y Stuttgart, ha sido guionista y autor teatral. A los 55 años, cambió su vida: optó por escribir novelas policiacas. Del cine aprendió el ritmo trepidante con que están escritas.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Tiene un aire de jesuita desclasado que probablemente ni él sepa de dónde le viene. Habla con tal entusiasmo que cuesta pensar que viva en un país que está al borde del vacío. De vez en cuando abre los brazos para expresar la magnitud de su sorpresa o de sus argumentaciones y es por estos gestos tan expresivos que cualquiera podría alcanzar a pensar que el púlpito del párroco o el escaño del parlamentario le habrían venido en su vida como anillo al dedo.

Un buen día, el comisario Jaritos se le tropezó en la vida y pensó que era un buen personaje para protagonizar sus historias. Tiene un aire común al Carbalho de Vázquez Montalbán: también cínico, de buen comer, de mal carácter y políticamente incorrecto.

Se considera un escritor griego, pero no un ciudadano griego. Ser guionista le ayudó a estructurar sus novelas no capítulos literarios sino como secuencias de cine. Esta técnica le ayuda a atrapar al lector hasta la última línea y ahí lo deja hasta que publica otra novela.

La crisis financiera que atraviesa Europa y concretamente Grecia no lo tienen indignado sino furioso. No entiende la actitud de los intelectuales y solo explica su silencio porque piensa que no entienden la profundidad del conflicto. Es forofo de la Selección Española de Fútbol, de la buena mesa, de la vida. Y dice que nunca escribirá novelas de amor, porque no sabría cómo hacerlo. Mientras tanto, sus novelas policiacas le sirven también para describir el infierno social que viven los griegos y que ha sabido plasmar con tanto realismo en su última obra.

—Leo en la solapa del libro que nació en 1973. ¿Cuánto le ha pagado a la editorial por esta errata que le devuelve la juventud vivida?

—No he pagado nada pero estoy muy contento porque de alguna manera mi edad virtual, según la novela, es muy parecida a la realidad virtual en la que ha estado viviendo Grecia en las últimas décadas.

—De cualquier manera, a su edad real, ¿teme al paso del tiempo?

—No tengo ningún miedo sobre la muerte o sobre la vida futura. Me han pasado muchas cosas en la vida, así que puedo afrontar el futuro con mucha experiencia que he adquirido.

—La novela policiaca es hoy novela social. No solo en Grecia. También en España y Latinoamérica. ¿Por qué esa coincidencia?

—Ha habido un cambio radical desde 1989. La razón para esto es que en muchas partes del mundo occidental la globalización de las finanzas tuvo como efecto colateral la globalización de la delincuencia, del crimen. Porque, realmente, lo que había era un déficit muy grande en la novela social. Después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo un retroceso social. Y entonces estas cosas ocurrieron a la vez. El dinero empezó a ser muy importante ligado a todo el mundo del crimen y a la vez era muy importante para la sociedad otra vez.

Hoy en día hay gente en todo el mundo que está trabajando para la mafia pero que no sabe que está trabajando para ellos. Porque son gente que cobra su salario, que paga su Seguridad Social, que está en blanco de todo, pero que está trabajando para la mafia sin saberlo. Esto se ha convertido en un problema muy grave y además se ha convertido también en algo político. Entonces, la novela policiaca se convirtió en novela social pero en novela política también. El primero que demostró que la novela policiaca podía ser novela política fue Vázquez Montalbán.

—Recupera en esta novela al comisario Kostas Jaritos, que se enfrenta al asesinato de un antiguo director de banco, pero esta vez en una Grecia ahogada por la crisis. ¿Logra inspirarse con la que está cayendo?

—Una vez le dije a un periodista alemán: “Vivir en Grecia en esta situación es vivir en el infierno, pero para un escritor de novelas policiacas es el paraíso”.

—Con esta obra ha obtenido el VII Premio Pepe Carbalho. Percibo algunos aspectos comunes entre Carbalho y Jaristos: cínicos, amantes de la buena mesa, incorrectamente políticos, muy pegados a la realidad.

—A mí me gustaría añadir otra característica: que ambos tienen muy mal carácter, muy mal humor. Hay diferencias en la forma de reaccionar, pero la ira, el enfado, son los mismos.

—Como en la obra de Montalbán, en la suya también abundan las referencias gastronómicas: tomates rellenos, suvlakis, café griego.

—Es el Sur.

—No sé si mira con cinismo o escepticismo el panorama de la crisis actual. Lo digo por la frase que cierra el libro: “En Grecia, los enchufes todavía salvan vidas”.

(Ríe). Sí. Eso lo dice Adrianí al final. Es una mujer muy práctica Adrianí. No es cínica, es muy realista. Esto es algo muy del Sur. Es totalmente del Sur y es algo que los europeos del centro y norte de Europa no entienden.

—A mí me recuerda otro dicho: "Hay que cambiar algunas cosas para que todo siga igual".

—Sí. Sí. Es lo que dice Adrianí. Los contactos, los enchufes, funcionan y salvan vidas. Desde el punto de vista de los alemanes es ayúdate a ti mismo y entonces a lo mejor Dios te ayuda también. Y entonces la actitud de los alemanes es tú estás solo, búscate la vida. Nuestra actitud es que siempre hay alguien ahí para ayudarte,

—Nació en Estambul, de padre armenio y madre griega. Se formó en Austria. Pero se considera un escritor griego…

—Soy un escritor griego, pero como persona no soy griego.

—Explíquese.

—Soy un escritor griego y Grecia es el país de mi idioma, pero Grecia no es mi país de origen. Yo realmente lo que no puedo es entender este país de la madre patria. El término este no lo puedo explicar ni lo puedo entender ni puedo abarcarlo, porque mi madre patria no es Turquía. Grecia tampoco es mi madre patria. Solo tengo una ciudad patria, por decirlo así, que es Estambul. Es decir, yo no tengo una madre patria. Tengo una ciudad patria que es Estambul.

—Entonces, cuando lee en la prensa que Petros Márkaris es un escritor griego, ¿le molesta?

—No me importa porque yo escribo en griego. Me gusta escribir en griego y me gusta que los griegos lean mis novelas, que les gusten y que me paren por la calle para hablar conmigo.

—Entre otros autores, tradujo a Brecht, pero este escritor también ha influido en su obra como autor de novelas policiacas.

—Brecht era un gran aficionado a la novela negra, pero ahí termina la similitud, porque Brecht era un aficionado enorme a las novelas policiacas inglesas y yo no soy fan de estas novelas. Entonces ahí termina el parecido entre ambos. Pero, por otra parte, he aprendido mucho de Brecht.

Las tres principales cosas que he aprendido son, en primer lugar, que el escritor tiene que mantener una distancia entre él mismo y sus personajes, que el escritor no puede involucrarse emocionalmente, sino que tiene que ser un buen observador, y que el autor tiene que aprender a descartar y a separar esas cosas que nos parecen normales en la vida simplemente porque otros eventos anormales son los que nos hacen considerarlos normales.

—Me recuerda, de algún modo, cuál debe ser la actitud del periodista cuando observa la realidad.

—Con una gran diferencia. Cuando un escritor habla de estas cuestiones, a diferencia de un periodista, tiene que llevarlas siempre al extremo. Porque ése es el paso que da realmente el escritor. Es buscar las consecuencias… Porque realmente es una situación extrema que un asesino vaya por ahí decapitando banqueros. Y en la próxima novela la situación extrema es que el asesino lo que hace es asesinar a evasores fiscales.

Los periodistas dicen que la evasión fiscal en Grecia es muy grande y el escritor lo que hace es decir que la única forma de conseguir que la gente pague impuestos en Grecia es empezar a matar a evasores fiscales. Eso es llevar la situación al extremo.

—Aunque la pregunta parezca una broma, el escritor no asesina a banqueros pero sí puede parecer que incita a asesinarlos.

—Por ejemplo, en mi próxima novela, donde el asesino mata a evasores fiscales, el editor ha puesto en la contraportada: “Esta novela no es un ejemplo a seguir “. (Ríe).

—Ser guionista de cine le ha influido a la hora de construir novelas. Sobre todo en el ritmo. Por eso escribe capítulos cortos, para hacerlos más dinámicos.

—Realmente en mis novelas los capítulos no son capítulos literarios sino secuencias de cine, que es el principio del cine siempre. Yo escribo secuencias de películas, no escribo capítulos de libro en sentido literario. Eso supone una gran diferencia. El segundo elemento es que siempre intento iniciar una novela con una imagen, no con una narración.

—Comienza con una imagen para que después la historia fluya por sí sola, sin tener nada previsto o premeditado.

—Necesito la primera imagen y luego el primer capítulo. Realmente no sé lo que va a ocurrir. O sea, voy escribiendo capítulos y voy averiguando lo que va a ocurrir. En mi próxima novela yo mismo no averigüé quién era el asesino hasta que estaba ya bastante avanzada la novela. Y entonces me dije: “¿Quién es el tipo este sangriento que está haciendo todas estas cosas?” Entonces, a partir de cierto momento, ya lo averigüé y supe quién era.

—¿Ha logrado averiguar por qué Jaritos sólo lee diccionarios y en especial el Dimitrakos?

—Está en la segunda novela de esta trilogía. En Defensa cerrada está la explicación.

—Grecia ha cambiado considerablemente desde que ingresó en la Unión Europea. Igual que ocurrió en España o Portugal. ¿Piensa que ese cambio ha beneficiado a estos países o de alguna manera también los ha despersonalizado?

—No puedo hablar de España y Portugal. El problema, por lo menos para Grecia, es que entramos en una realidad virtual de riqueza, de bienestar. El problema es que los griegos no tenían una cultura de riqueza, una cultura de bienestar. Sin embargo, la cultura de la pobreza sí que la conocíamos bien y sabíamos cómo era.

Al cambiar esta cultura, abandonamos la cultura de la pobreza que había pero todos los atributos positivos que tenía de realismo, de cuestiones morales, de decencia, de dignidad, eso se abandonó. Lo dejamos atrás porque pensamos que eso pertenecía a la cultura de la pobreza no de la riqueza. Entonces, llegamos a este mundo de riqueza virtual totalmente desnudos. Y ahora estamos viendo el resultado de eso.

—Es decir, con la crisis económica también estamos sufriendo una crisis de valores.

—El problema de la crisis financiera también conlleva una crisis de valores morales. Esto es algo que los griegos y los políticos griegos no entienden todavía. No vamos a conseguir superar la crisis financiera si sólo nos enfrentamos a la crisis financiera. Hay que abordar las otras crisis también. Hay una crisis de valores, una crisis de estilo de vida que solo puede solucionarlo la cultura. Las finanzas no van a poder solucionar esta crisis.

—Los inmigrantes, los parados, los pensionistas, la desesperanza. Usted describe la situación en su novela mejor que los periódicos cada día. Se ve que le preocupa profundamente cómo están desactivando la sociedad del bienestar social.

—Soy muy pesimista. Por dos razones. Estoy convencido que estamos destruyendo todo lo que hemos conseguido desde la II Guerra Mundial. Y soy muy pesimista porque este proceso va a dar lugar a una lucha muy agresiva, incluso brutal. Realmente, estos políticos estúpidos no se dan cuenta que están prendiéndole fuego al mundo. No lo entienden.

—Sin embargo, frente a esta situación, los ciudadanos no se manifiestan en las calles. Es más. Votan a la derecha.

—En primer lugar, la gente está en estado de shock. Es algo que ha sido tan rápido que todavía no se han recuperado. Están empezando a recuperarse ahora.

—A Jaritos no le gusta el fútbol, pero no sé si Márkaris se entusiasma cuando juega la Selección Española.

—Jaritos no es Márkaris. En la final, toda Grecia estaba en la calle apoyando a la Selección Española.

—Según usted, al lector griego le gusta más leer novelas de amor que policiacas.

—Ahora los griegos están leyendo muchas novelas policiacas.

—Se lo decía, porque igual le tienta cambiar de género.

—Me resulta imposible. No sabría cómo escribirlo. (Ríe).

—Su afición por la novela policiaca le vino a una edad tardía pero efectiva, a los 55 años. ¿Qué le influyó?

—No fue ningún cambio. Simplemente, Jaritos me llegó un poco tarde en la vida.

—Hablábamos antes de los ciudadanos, pero tampoco los intelectuales han alzado la voz ante esta situación de crisis de manera clara y contundente.

—Ocurre lo mismo en Grecia. No puedo explicarlo. La única explicación que puedo imaginarme es que los intelectuales todavía no se han dado cuenta de lo profunda que es la crisis y que tienen que reaccionar ante ello. No puedo encontrar ninguna otra explicación. Está pasando lo mismo en Grecia, no sólo aquí.

—La última pregunta no es tal. Es una afirmación. Le encuentro muy indignado con todo lo que está pasando.

—No estoy indignado. Estoy furioso.

Publicado en el diario Córdoba el 20 de noviembre de 2011

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