“Las leyes son como las mujeres. Están hechas para violarlas”. Se puede ser más torpe y malvado, pero más imbécil y chabacano es difícil. Hay récords imposibles de superar. Aunque estos seres oscuros y enigmáticos, si se empeñan, lo consiguen.
Quien así se expresaba es José Manuel Castelao, presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior, órgano consultivo y asesor perteneciente al Ministerio de Empleo. Vamos, nuestra mejor representación allende las fronteras. Lo dice y se queda tan pancho. Va a ser cierto lo que dice el juez Pedraz cuando critica la decadencia de nuestros políticos.
No he escuchado a nadie pidiendo la dimisión por declaraciones tan burdas y obscenas. Viene la concejala de Los Yébenes y quiere dimitir por enseñar las tetas. Y este buen hombre –bueno, más bien mal hombre- pide disculpas diciendo que no tiene ningún pensamiento contra la mujer, que le merece todos sus respetos, y se queda tan pancho. Ahora paz y después gloria. Y añade para colmo: “Es más, soy un devoto de la mujer”. Hay en estas palabras un halo de falsedad y asco que huele a distancia, al otro lado de nuestras fronteras.
Hay una mala leche rancia y antigua en gente como este Castelao que deja a uno de piedra. A esta gente se le debían de encender por la noche las orejas, como si llevaran un cirio encendido a cada lado de la cabeza, para poder distinguirlos por la noche cuando se pasean en procesión por esas ciudades habitadas por ciudadanos honrados y vulnerables. Les debían de crecer las orejas, como a Pinocho la nariz, cada vez que dijeran una sandez.
Ahora, las mujeres de su familia imagino que le perdonarán. Qué remedio. Pero la vergüenza la llevarán por dentro. Desde luego, en este país, al parecer, los únicos peligrosos son los que rodean el Congreso de los Diputados, pero quienes cobran por insultarnos las tienen todas con ellos. En fin, que se meta la lengua en la boca, a ver si así se atraganta. Y que no pida más perdón. Que se vaya y se meta debajo de la mesa para tapar sus vergüenzas. Si las tiene.
Quien así se expresaba es José Manuel Castelao, presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior, órgano consultivo y asesor perteneciente al Ministerio de Empleo. Vamos, nuestra mejor representación allende las fronteras. Lo dice y se queda tan pancho. Va a ser cierto lo que dice el juez Pedraz cuando critica la decadencia de nuestros políticos.
No he escuchado a nadie pidiendo la dimisión por declaraciones tan burdas y obscenas. Viene la concejala de Los Yébenes y quiere dimitir por enseñar las tetas. Y este buen hombre –bueno, más bien mal hombre- pide disculpas diciendo que no tiene ningún pensamiento contra la mujer, que le merece todos sus respetos, y se queda tan pancho. Ahora paz y después gloria. Y añade para colmo: “Es más, soy un devoto de la mujer”. Hay en estas palabras un halo de falsedad y asco que huele a distancia, al otro lado de nuestras fronteras.
Hay una mala leche rancia y antigua en gente como este Castelao que deja a uno de piedra. A esta gente se le debían de encender por la noche las orejas, como si llevaran un cirio encendido a cada lado de la cabeza, para poder distinguirlos por la noche cuando se pasean en procesión por esas ciudades habitadas por ciudadanos honrados y vulnerables. Les debían de crecer las orejas, como a Pinocho la nariz, cada vez que dijeran una sandez.
Ahora, las mujeres de su familia imagino que le perdonarán. Qué remedio. Pero la vergüenza la llevarán por dentro. Desde luego, en este país, al parecer, los únicos peligrosos son los que rodean el Congreso de los Diputados, pero quienes cobran por insultarnos las tienen todas con ellos. En fin, que se meta la lengua en la boca, a ver si así se atraganta. Y que no pida más perdón. Que se vaya y se meta debajo de la mesa para tapar sus vergüenzas. Si las tiene.
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