Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) publicó en 1989, hace ya 23 años, una novela que nos metió de lleno en un mundo absurdo y extravagante en el que para siempre sus lectores perdimos toda cordura, y que sorprendió y maravilló por su imaginación desbordante y sinigual. El libro se titulaba Juegos de la edad tardía.
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN
De aquella primera obra ha recuperado en ésta última, Absolución, esa manera única, libre e irresponsable de crear un mundo propio, que no hubiera sido posible de no haber observado con precisión el mundo que le ha tocado vivir.
Escribir sin argumento, como lo hace Luis Landero en muchas de sus obras, o con escaleta previa, es una virtud que sólo les está reservada a esos narradores que buscan en los demás su propio yo y que se alimentan de otras vidas para construir un universo disparatado y divertido que les enajene de este otro en el que se sienten fuera de juego.
Así es Luis Landero. Nostálgico y ocurrente, alegre y afable. Parece un personaje sacado de sus propias novelas, aunque en realidad él es todos y cada uno de ellos, con sus contradicciones y sus convicciones, con sus guerras imposibles y sus batallas perdidas, incluso con su felicidad inflexible y su fracaso imprevisto o premeditado.
Se define como hombre de izquierdas, y esta actitud no le ayuda a desentrañar el futuro con optimismo. Ahora que la jubilación le permite tener más tiempo libre no escribirá mucho más que antes, porque para hacerlo necesita observar la vida desde un ángulo que todavía no adivina, pero que ya ha activado para retener en sus pupilas a esa gente común que acabarán siendo personajes inmortales de sus historias, y que vivirán en sus páginas el absurdo de su imaginación, que no siempre coincide o se identifica con el absurdo próximo de la vida.
Hasta hace unos años, compartía creación literaria y docencia. Ha publicado siete novelas. Además de las dos citadas, es autor de Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002) y Hoy, Júpiter (2007). Y de dos volúmenes recopilatorios de textos: Entre líneas: el cuento y la vida (2002) y Cómo le corto el pelo, caballero (2004). Licenciado en Filología Hispánica, ha sido profesor de Literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos).
Se ve más como narrador que como intelectual. Y en esa perversión maravillosa que es la escritura, le divierte esa manera incoherente y audaz de contar todo lo que haya que contar, al derecho o al revés.
Le gusta moverse a su antojo, sin guion previo, sin argumento concreto. Perderse de lleno en la felicidad de la escritura como un vagabundo sin rumbo que se hace dueño de la noche vacía. Esa marea que le atrae y le arrastra ha sido quizás la única razón que le ha permitido vivir y seguir cuerdo.
Él lo ha dicho de otra manera: “Si no fuera por la literatura, me habría dado al alcohol y a las mujeres”. No sé. A saber lo que te has perdido, Luis. Pero tus lectores te lo agradecemos, aunque hayas podido disfrutar de la vida menos de lo que te mereces, o menos en un mucho inabarcable que esta noche nos confesarás si es que es confesable.
Hace dos años, con motivo de la publicación de su novela Retrato de un hombre inmaduro, sí me confesó en una entrevista que escribió su primera novela un poco condicionado por un intento perverso de querer complacer y de querer gustar. Y se explicó: “Querer gustar a las gentes es la manera quizás de ser Dios”. Y lo fue. Juegos de la edad tardía es, sin lugar a dudas, la historia de otro deicidio.
Desde entonces se empeñó en buscarle el otro lado a las palabras, en frotar la imaginación hasta sacarle brillo y todo eso sin olvidar que la esencia de sus historias venía de la misma realidad. O como él mismo dice: “Tan importante es vivir como ver vivir”.
Tal vez por esta razón, en todos sus libros está él, pero es imposible identificarlo en su complejidad. Siempre se escapa un poco, posiblemente sin otra pretensión que seguir el juego al lector. En cualquier caso, él se confiesa: “Joder, uno deja las huellas en todo lo que toca y por donde pasa”.
En todos sus libros encontramos la tristeza grande, la alegría, el disparate, la esperanza, los sueños truncados, ahora también la felicidad. Solo a Luis Landero se le puede ocurrir escribir de la felicidad en tiempos de incertidumbre. Pero él es así. Además lo hace con humor, con ironía, desde el absurdo. Y lo explica con pocos argumentos, porque tampoco los necesita: “Es que la vida es así”, dice.
Le gusta dejarse arrastrar por el cauce espontáneo y desordenado de la invención y de la vida, y de ese puzle imposible que es el disparate, él moldea criaturas extrañas y entrañables, historias disparatadas y creíbles por increíbles, pero que perfiladas por su pluma se nos muestran como criaturas vivas y despiadadas y desconsoladas y felices y desconcertadas por ese soborno tierno y frágil que les proponen sus propios sueños.
Incluso en estos tiempos de crisis que mueven a la desesperanza y al desencanto, Luis Landero lo tiene claro, y lo dice así: “Siempre el modo de ver el futuro ha sido la esperanza”. Los protagonistas de su última novela, Absolución, tampoco escapan a esta sospecha.
Ustedes lo ven aquí sentado y piensan que toda su vida estuvo escribiendo. Pero no es así. Siempre fue mal estudiante. Así que trabajó en una tienda de ultramarinos, fue mecánico, oficinista, después recaló en la central lechera Clesa, y entre uno y otro oficio, también emprendió otras muchas ocupaciones ocasionales.
Por supuesto, también quiso ser y fue guitarrista flamenco. Ahí creyó que enraizarían su vocación y su futuro. Pero apareció en el escenario Paco de Lucía, y solo se atrevió a decir: “Hostias, esto se pone feo”.
Pero eso sí. Nunca dejó de ser fiel a aquellos ideales primeros de cuando tenía 15 años: ser escritor. Tal vez el éxito consolidado de aquel genio de la guitarra le hizo desistir de otros sueños, pues se le había atravesado en la vida como una espina de pescado en la garganta.
Así que optó por la única posibilidad que le ofrecía el destino para vivir cerca de los demonios que lo habitaban: escribir novelas. Gracias a esa decisión, hoy lo tenemos aquí con nosotros, y con nueva novela. La más redonda, dicen. También lo piensa él. Y seguro que lo dice con convicción, después de haber superado aquella experiencia de haber publicado hace ya 23 años una de las mejores novelas en castellano del siglo XX.
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN
De aquella primera obra ha recuperado en ésta última, Absolución, esa manera única, libre e irresponsable de crear un mundo propio, que no hubiera sido posible de no haber observado con precisión el mundo que le ha tocado vivir.
Escribir sin argumento, como lo hace Luis Landero en muchas de sus obras, o con escaleta previa, es una virtud que sólo les está reservada a esos narradores que buscan en los demás su propio yo y que se alimentan de otras vidas para construir un universo disparatado y divertido que les enajene de este otro en el que se sienten fuera de juego.
Así es Luis Landero. Nostálgico y ocurrente, alegre y afable. Parece un personaje sacado de sus propias novelas, aunque en realidad él es todos y cada uno de ellos, con sus contradicciones y sus convicciones, con sus guerras imposibles y sus batallas perdidas, incluso con su felicidad inflexible y su fracaso imprevisto o premeditado.
Se define como hombre de izquierdas, y esta actitud no le ayuda a desentrañar el futuro con optimismo. Ahora que la jubilación le permite tener más tiempo libre no escribirá mucho más que antes, porque para hacerlo necesita observar la vida desde un ángulo que todavía no adivina, pero que ya ha activado para retener en sus pupilas a esa gente común que acabarán siendo personajes inmortales de sus historias, y que vivirán en sus páginas el absurdo de su imaginación, que no siempre coincide o se identifica con el absurdo próximo de la vida.
Hasta hace unos años, compartía creación literaria y docencia. Ha publicado siete novelas. Además de las dos citadas, es autor de Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002) y Hoy, Júpiter (2007). Y de dos volúmenes recopilatorios de textos: Entre líneas: el cuento y la vida (2002) y Cómo le corto el pelo, caballero (2004). Licenciado en Filología Hispánica, ha sido profesor de Literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos).
Se ve más como narrador que como intelectual. Y en esa perversión maravillosa que es la escritura, le divierte esa manera incoherente y audaz de contar todo lo que haya que contar, al derecho o al revés.
Le gusta moverse a su antojo, sin guion previo, sin argumento concreto. Perderse de lleno en la felicidad de la escritura como un vagabundo sin rumbo que se hace dueño de la noche vacía. Esa marea que le atrae y le arrastra ha sido quizás la única razón que le ha permitido vivir y seguir cuerdo.
Él lo ha dicho de otra manera: “Si no fuera por la literatura, me habría dado al alcohol y a las mujeres”. No sé. A saber lo que te has perdido, Luis. Pero tus lectores te lo agradecemos, aunque hayas podido disfrutar de la vida menos de lo que te mereces, o menos en un mucho inabarcable que esta noche nos confesarás si es que es confesable.
Hace dos años, con motivo de la publicación de su novela Retrato de un hombre inmaduro, sí me confesó en una entrevista que escribió su primera novela un poco condicionado por un intento perverso de querer complacer y de querer gustar. Y se explicó: “Querer gustar a las gentes es la manera quizás de ser Dios”. Y lo fue. Juegos de la edad tardía es, sin lugar a dudas, la historia de otro deicidio.
Desde entonces se empeñó en buscarle el otro lado a las palabras, en frotar la imaginación hasta sacarle brillo y todo eso sin olvidar que la esencia de sus historias venía de la misma realidad. O como él mismo dice: “Tan importante es vivir como ver vivir”.
Tal vez por esta razón, en todos sus libros está él, pero es imposible identificarlo en su complejidad. Siempre se escapa un poco, posiblemente sin otra pretensión que seguir el juego al lector. En cualquier caso, él se confiesa: “Joder, uno deja las huellas en todo lo que toca y por donde pasa”.
En todos sus libros encontramos la tristeza grande, la alegría, el disparate, la esperanza, los sueños truncados, ahora también la felicidad. Solo a Luis Landero se le puede ocurrir escribir de la felicidad en tiempos de incertidumbre. Pero él es así. Además lo hace con humor, con ironía, desde el absurdo. Y lo explica con pocos argumentos, porque tampoco los necesita: “Es que la vida es así”, dice.
Le gusta dejarse arrastrar por el cauce espontáneo y desordenado de la invención y de la vida, y de ese puzle imposible que es el disparate, él moldea criaturas extrañas y entrañables, historias disparatadas y creíbles por increíbles, pero que perfiladas por su pluma se nos muestran como criaturas vivas y despiadadas y desconsoladas y felices y desconcertadas por ese soborno tierno y frágil que les proponen sus propios sueños.
Incluso en estos tiempos de crisis que mueven a la desesperanza y al desencanto, Luis Landero lo tiene claro, y lo dice así: “Siempre el modo de ver el futuro ha sido la esperanza”. Los protagonistas de su última novela, Absolución, tampoco escapan a esta sospecha.
Ustedes lo ven aquí sentado y piensan que toda su vida estuvo escribiendo. Pero no es así. Siempre fue mal estudiante. Así que trabajó en una tienda de ultramarinos, fue mecánico, oficinista, después recaló en la central lechera Clesa, y entre uno y otro oficio, también emprendió otras muchas ocupaciones ocasionales.
Por supuesto, también quiso ser y fue guitarrista flamenco. Ahí creyó que enraizarían su vocación y su futuro. Pero apareció en el escenario Paco de Lucía, y solo se atrevió a decir: “Hostias, esto se pone feo”.
Pero eso sí. Nunca dejó de ser fiel a aquellos ideales primeros de cuando tenía 15 años: ser escritor. Tal vez el éxito consolidado de aquel genio de la guitarra le hizo desistir de otros sueños, pues se le había atravesado en la vida como una espina de pescado en la garganta.
Así que optó por la única posibilidad que le ofrecía el destino para vivir cerca de los demonios que lo habitaban: escribir novelas. Gracias a esa decisión, hoy lo tenemos aquí con nosotros, y con nueva novela. La más redonda, dicen. También lo piensa él. Y seguro que lo dice con convicción, después de haber superado aquella experiencia de haber publicado hace ya 23 años una de las mejores novelas en castellano del siglo XX.
Texto de presentación de Absolución, última novela de Luis Landero,
que tuvo lugar el jueves de 25 de octubre en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla
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