jueves, 29 de noviembre de 2012

El amor, como el entrecot, en su punto

Cuando salía del bar, entraba ella. Así que no lo dudó ni un segundo. La noche era fría y no le apetecía volver a casa a hora tan temprana, aunque ya eran más de las diez. Volvió sobre sus pasos y entró de nuevo en el local. El camarero fue directo en sus aseveraciones. ¿Se le olvidó algo?, le preguntó. Por supuesto, le dijo, un whisky. Y esta vez doble. Ella estaba al otro lado de la barra. Hablaba por el móvil con enojo. Le miraba el rostro, escuchaba el tono áspero de su voz y le parecía, por su actitud de derrota o de humillación, que veía el fin del mundo dentro de su cabeza.

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Él era un hombre sereno, de humor fácil, heterodoxo en los asuntos de la vida y fiel a principios moldeables según el rumbo por donde la realidad le guiara. No le hacía ascos a los retos que el azar le ponía por delante, ni rechazaba la posibilidad de aventura que su intuición de perro callejero olisqueaba en su entorno más próximo. Ella, por el contrario, era una mujer estricta en el trabajo, en las relaciones amorosas, con los compromisos familiares. Era de un atractivo físico evidente: piernas largas que alzaban un cuerpo de infarto que se movía sin tener en cuenta a cuanto moscardón sucumbía de pronto infarto al tic tac de sus zapatos de tacón. Una máquina de guerra en tiempos de paz. Artesanía de lujo solo para gustos exquisitos. Ver y no mirar: peligro de muerte.

Pero él era un amante de los deportes de riesgo. Bebió dos largos tragos con una ansiedad impropia en él. Y cuando ya se disponía a avanzar hacia el objetivo fijado con una estrategia perfectamente diseñada y puesta a prueba en litigios semejantes, el camarero se acercó displicente: Ella le invita. ¿Otro whisky doble? Lo repitió maquinalmente: ¿Otro whisky doble? No sabía lo que decía, aunque le pareció una propuesta acertada. Por supuesto, dijo, y sin hielo. La noche es fría. Ella se acercó con pasos medidos. Lo miró de abajo arriba, como si lo reconociera, pero no lo conocía. ¿Nos conocemos?, preguntó él torpemente. Por decir algo. No lo creo, aseguró ella. Si no, me acordaría.

Él no sabía qué decir. Ella, sí: He visto que te volvías. He visto que pedías un whisky. He visto que no parabas de mirarme. Imagino, por tanto, que te gusto y que te apetece que ocurra algo entre nosotros. Él, que sintió cómo el balón se estrellaba contra su frente, fue rápido en el regate: Bueno, dicho así, sin poesía, me pillas un tanto desprevenido. Pero, en lo esencial, entiendo que has acertado. Me gustas. No me importaría follar contigo. Es más, me gustaría hacerlo lo antes posible. Sin demoras. Sin que ello implique, por supuesto, ningún compromiso sentimental para el que no creo estar preparado. He salido hace unos meses de una relación tormentosa y no me encuentro capacitado para ingresar en un psiquiátrico de momento.

Ella le dijo que acababa de romper con el novio. Un imbécil, el muy gilipollas. Él elogió esas metáforas tan trabajadas, esos giros del lenguaje tan profundos. No te burles, le dijo ella, le quería. Lo engañaba, es cierto. Pero le quería. Nadie es perfecto. No me hubiera importado estar con él toda la vida, siempre que me hubiese dejado el halo de libertad que necesito para respirar. ¿No te parece? Me parece, dijo él, aunque no entendía bien qué. Tampoco le importaba. Esa noche no estaba para trascendencias. ¿Nos vamos entonces?, preguntó ella. Él hizo un gesto afirmativo y, cuando ya se disponía a pagar, lo paró en seco: Un momento, pago yo. O mejor dicho: paga él. No pienso devolverle lo que le debo. Él no hizo ascos a un gesto tan generoso. Ella le miró con deseo. Y fue taxativa en la propuesta: Espero que no me defraudes como amante. Él solo se atrevió a decir: Hasta ahora no he tenido quejas. No hubo burla en sus afirmaciones y ella aplaudió ese gesto. Cuando salían, ella le estrechó con sus brazos, le besó con una dedicación entusiasta, y le preguntó mirándole fijamente: Cómo te gusta el amor. Esta vez sí tenía la respuesta preparada para atravesar su corazón de mujer desengañada: Como el entrecot, ni muy hecho, ni que sangre.

1 comentario:

  1. Me ha encantado. Ha sido un maravilloso regalo en esta fría mañana de domingo.

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