Mujer, no me reproches la juventud que ya no tengo ni la tristeza que me falta para decirte adiós. Quiero otra vez beber del mismo vaso y buscarnos los labios en el borde del cristal, como cuando aún no nos conocíamos, como en un sueño de obligado cumplimiento que hemos perseguido hasta que nos conocimos.
Busco tus ojos cuando no estás, encuentro en mi mirada tu mirada extraviada de pájaro sin vuelo. Los caminos son veredas inhóspitas, y las ciudades puzles ininteligibles donde me es imposible acomodar tu sombra de criatura solitaria. Hay en tus ojos la nostalgia de mi vida pasada, mis desencuentros conmigo mismo, mi posibilidad de ir a contracorriente.
Mujer, me gusta estar a tu lado cuando no estás, y cuando estás no quiero que te vayas por otra esquina ni que me digas ahora vuelvo, porque el tiempo compartido es limitado, porque los ojos a veces se confunden de mirada, y los pasos se extravían en los insomnios que sufro cuando tú no estás.
No sé qué hice para que vinieras cuando no te llamé, no sé cómo supe que eras tú si ya había dejado de buscarte. Tampoco sé por qué me persigues en los sueños si he aprendido a navegar los mares sin agarrarme a tus manos, sin besarte la espalda en los semáforos, sin decirte las palabras que quieres escuchar cuando no tengo ni una frase para mí.
Mujer, qué hacemos con nuestros cuerpos ahora que sabemos que estamos aquí, que no hay otro momento ni lo habrá, que después la vigilia apagará las últimas cenizas de este fuego tibio de primavera. Después vendrán de nuevo las tardes grises y las lluvias pertinaces, y yo buscaré de nuevo tu perfil en los cristales empañados que comparto con otras mujeres, y les preguntaré a ellas tu nombre y no sabrán responder y las despeinaré buscando tus manos escondidas y sólo hallaré el tiempo que viví y se fue.
La vida tiene a veces la compensación de los días vividos cuando miras a la gente y no te reconoces. No sé por qué siempre vienes a buscarme cuando cierro los ojos, por qué atraviesas mis ojos con tus ojos llenos de agua de mar, por qué el océano de tu mirada naufraga en todos mis sueños, y yo, antes que sucumbir al temporal, te agarro la cintura como si fuera mi propio cuerpo, y te escucho las palabras que nunca me dijiste, y te veo de frente con tus manos en mi rostro, cubriéndome los ojos, diciéndome ahora lo que nunca me dijiste por miedo a que no te escuchara.
Mujer, este día no es como otros, ya ningún día es igual a otro. Desde que te conocí, huyo de mí mismo para no encontrarte, para saber que puedo vivir sin ti, para aprender que la existencia es posible sin apretarme a tu cuerpo, que los días son azules sin meterme en tu boca, que los sueños son posibles sin que tu sombra cubra todos mis actos. Ahora el mundo me es adverso si cruzo las avenidas solo, si suena el móvil y no es tu voz, si alguien me llama por la calle y no eres tú.
Qué importa que los días sean alegres si no acaricias mi nombre, si no me susurras mis apellidos como hace el viento con las hojas cuando nace el otoño, si no tengo tu presencia de gata salvaje para que me grabes con tus uñas otro sueño en la piel. A veces, me siento delante del mar esperando que vuelvas, sabiendo que tú no sabes que estoy allí, pero de pronto apareces como un fantasma y te sientas a mi lado, pero yo sé que es otra la que está allí, que no eres tú. En el fondo, sé que soy yo quien huye, quien no te dice adiós porque no tengo suficiente tristeza para hacerlo, ni suficiente juventud para retenerte.
Tiene la vida en ocasiones la posibilidad del momento único, y eso nos ha pasado a nosotros, que hemos tenido que vivirlo, pero ahora no encontramos papelera donde tirar los confetis de la fiesta, los vasos usados, el cansancio de la vida impuesta. Cualquiera no vive un encuentro como el nuestro, pero nadie me había hablado del IVA de la melancolía, no contaba con los días vacíos cuando no estás, ni me había tropezado hasta ahora con los sueños recurrentes que dibujan tu cuello.
Tal vez mañana piense en todo esto. Pero ahora, mujer, ven a mi lado y cuenta las estrellas que hay en este vaso, cree que todo lo nuestro es cierto y único, y tragando estrellas procura encontrar mis labios, porque te estoy esperando al otro lado del vaso. Justamente donde empieza tu mirada, están mis ojos.
Busco tus ojos cuando no estás, encuentro en mi mirada tu mirada extraviada de pájaro sin vuelo. Los caminos son veredas inhóspitas, y las ciudades puzles ininteligibles donde me es imposible acomodar tu sombra de criatura solitaria. Hay en tus ojos la nostalgia de mi vida pasada, mis desencuentros conmigo mismo, mi posibilidad de ir a contracorriente.
Mujer, me gusta estar a tu lado cuando no estás, y cuando estás no quiero que te vayas por otra esquina ni que me digas ahora vuelvo, porque el tiempo compartido es limitado, porque los ojos a veces se confunden de mirada, y los pasos se extravían en los insomnios que sufro cuando tú no estás.
No sé qué hice para que vinieras cuando no te llamé, no sé cómo supe que eras tú si ya había dejado de buscarte. Tampoco sé por qué me persigues en los sueños si he aprendido a navegar los mares sin agarrarme a tus manos, sin besarte la espalda en los semáforos, sin decirte las palabras que quieres escuchar cuando no tengo ni una frase para mí.
Mujer, qué hacemos con nuestros cuerpos ahora que sabemos que estamos aquí, que no hay otro momento ni lo habrá, que después la vigilia apagará las últimas cenizas de este fuego tibio de primavera. Después vendrán de nuevo las tardes grises y las lluvias pertinaces, y yo buscaré de nuevo tu perfil en los cristales empañados que comparto con otras mujeres, y les preguntaré a ellas tu nombre y no sabrán responder y las despeinaré buscando tus manos escondidas y sólo hallaré el tiempo que viví y se fue.
La vida tiene a veces la compensación de los días vividos cuando miras a la gente y no te reconoces. No sé por qué siempre vienes a buscarme cuando cierro los ojos, por qué atraviesas mis ojos con tus ojos llenos de agua de mar, por qué el océano de tu mirada naufraga en todos mis sueños, y yo, antes que sucumbir al temporal, te agarro la cintura como si fuera mi propio cuerpo, y te escucho las palabras que nunca me dijiste, y te veo de frente con tus manos en mi rostro, cubriéndome los ojos, diciéndome ahora lo que nunca me dijiste por miedo a que no te escuchara.
Mujer, este día no es como otros, ya ningún día es igual a otro. Desde que te conocí, huyo de mí mismo para no encontrarte, para saber que puedo vivir sin ti, para aprender que la existencia es posible sin apretarme a tu cuerpo, que los días son azules sin meterme en tu boca, que los sueños son posibles sin que tu sombra cubra todos mis actos. Ahora el mundo me es adverso si cruzo las avenidas solo, si suena el móvil y no es tu voz, si alguien me llama por la calle y no eres tú.
Qué importa que los días sean alegres si no acaricias mi nombre, si no me susurras mis apellidos como hace el viento con las hojas cuando nace el otoño, si no tengo tu presencia de gata salvaje para que me grabes con tus uñas otro sueño en la piel. A veces, me siento delante del mar esperando que vuelvas, sabiendo que tú no sabes que estoy allí, pero de pronto apareces como un fantasma y te sientas a mi lado, pero yo sé que es otra la que está allí, que no eres tú. En el fondo, sé que soy yo quien huye, quien no te dice adiós porque no tengo suficiente tristeza para hacerlo, ni suficiente juventud para retenerte.
Tiene la vida en ocasiones la posibilidad del momento único, y eso nos ha pasado a nosotros, que hemos tenido que vivirlo, pero ahora no encontramos papelera donde tirar los confetis de la fiesta, los vasos usados, el cansancio de la vida impuesta. Cualquiera no vive un encuentro como el nuestro, pero nadie me había hablado del IVA de la melancolía, no contaba con los días vacíos cuando no estás, ni me había tropezado hasta ahora con los sueños recurrentes que dibujan tu cuello.
Tal vez mañana piense en todo esto. Pero ahora, mujer, ven a mi lado y cuenta las estrellas que hay en este vaso, cree que todo lo nuestro es cierto y único, y tragando estrellas procura encontrar mis labios, porque te estoy esperando al otro lado del vaso. Justamente donde empieza tu mirada, están mis ojos.
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