domingo, 18 de noviembre de 2012

Rafael Reig: “Tenemos que purgar nuestras malas emociones”

Rafael Reig publica nueva novela, Lo que no está escrito, un thriller psicológico con el que pretende descubrir cuál es la textura moral de la vida. Una obra de lectura trascendente que contrasta con su perfil de escritor bohemio y golfo, con un sentido del humor a prueba de bombas que ni siquiera una crisis tan arraigada como la actual logra quebrar en un panorama literario tan perjudicado como el español.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Pese a todo, no le gusta elegir, y logra compatibilizar ese aire bohemio que le habita con jornadas espartanas de trabajo que inicia a las cinco de la mañana. El resultado es una obra creciente, de calidad y propia que escapa a toda crítica roma y engancha a cualquier lector curioso y amante del riesgo.

—Dice Antonio Orejudo que, de todas sus novelas, esta es la que le hubiera gustado escribir a él. ¿La amistad puede llegar a tanto?

—La amistad nunca me va a dejar que Antonio firme una de mis novelas, si eso es lo que quiere conseguir, que la siguiente la deje que la firme él, o que diga que me he influido mucho. Jamás. (Ríe).

—Leo algunas cosas que escriben de usted. ¿Uno logra acostumbrarse alguna vez a respetar las estupideces ajenas?

—Bueno, es más difícil respetar la propia estupidez. Yo, a veces, digo estupideces y eso sí que me merece muy poco respeto. La de los demás, la verdad es que, como decía Bogart de las mujeres, no hay nada que no se pase con un whisky.

—Me inquieta de su novela lo que piensa la madre, Carmen, según va leyendo la novela de Carlos: posible secuestro, su hijo corre peligro. ¿En qué momento empezamos a equivocarnos?

—Esa es la gran pregunta. Es que no lo sabemos. En qué momento alguien se convierte en Hitler. A lo mejor un día en la guardería quien le quitó un juguete a otro. A lo mejor fue a los quince años cuando dejó a una novia que le quería y a la que quería pero que le daba vergüenza porque era pobre. En qué momento se hace uno malo. Eso es lo quisiéramos saber en nuestra vida, porque en nuestra vida no hay grandes decisiones porque siempre vienen disfrazadas de cosas sin importancia. Pero probablemente fue muy atrás.

—Acaso en esa cuestión se sintetiza el quid que usted plantea en la novela.

—Yo creo que sí. La cuestión anda en la responsabilidad personal. Porque ni uno mismo sabe, como tú mismo has dicho, cuándo se torció el camino. Pero no ha sido una decisión que has tomado en ese momento. Viene de muy atrás. Entonces, descubrir cuál es la textura moral de la vida, sí, ese es el centro de la novela.

—Según usted, las relaciones familiares siempre están basadas en el sacrificio de uno de sus miembros. ¿Hasta ahí hemos llegado?

—De ahí hemos partido (ríe). La familia es una especie de religión, y la religión siempre tiene un sacrificio, un redentor que se sacrifica en la cruz. Y yo creo que la familia, en general, promociona felicidad e infelicidad. Las dos cosas. Pero siempre se basa en que alguien tiene que morir. En nuestra sociedad, por lo general, ha sido la mujer el chivo expiatorio de la familia, pero no siempre. Hay familias que sacrifican a los hijos y a veces el padre es el sacrificado.

—¿Qué se puede hacer cuando el daño lo provoca el amor?

—Contra el amor que los demás nos tienen, no hay defensa. Contra el odio que nos tienen, es muy fácil defenderse. Contra el amor, no nos podemos defender nada más que con más amor. Desgraciadamente es lo único.

—En esta novela usted es un autor omnisciente. Deja a sus personajes que se muevan libremente por estas páginas. ¿Un signo de madurez, un giro en su obra o simplemente estas criaturas inventadas se han rebelado y han cobrado vida propia?

—Bueno, yo creo que es un signo de madurez. Yo he decidido apartarme y creer en mí mismo y en mis historias. Si mi historia y sin mis personajes tienen algo que contar, lo van a hacer mucho mejor que yo. Para qué me voy a interponer.

—Galdós, Tolstoi o Flaubert, entre tantos. A la mujer no se la ha tratado bien en las novelas. ¿Usted lo consigue? Porque Carmen, por ejemplo, no es muy bien pensada.

—No. Carmen es mala (ríe). Las mujeres no están condenadas en la literatura. Las mujeres lo que tienen que hacer es escribir más literatura.

—Sus personajes son malos. Pero tienen nuestra maldad. El padre despótico, la esposa y madre que se cree buena, el niño egoísta. Dice usted: “En la primera versión los mataba a todos”. ¿No se ha arrepentido?

—Muchas veces (ríe). Pero de haberlos matado en la primera página. Tenía que haber empezado matándolos y luego escribir otra cosa.

—Sus lectores y lectoras igual se sienten incómodos, sombríos o perturbados al verse retratados. ¿No le van las novelas complacientes en las que el ciudadano no se siente aludido?

—No, no. Yo soy aristotélico. Creo que la novela es una purga. Tenemos que purgar nuestras malas emociones también.

—Para usted, todas las relaciones son de poder. Por eso, no hay diferencia entre una banda de criminales y una familia.

—No. Igual que Brecht decía que no había diferencia entre fundar un banco y atracarlo.

—Dice usted: “Cada vez escribo mejor y me voy cerrando puertas. Mis historias son más duras y menos complacientes”.

—Sí. Es verdad. Se puede leer para sentirse mejor con uno mismo, se puede leer para purgar una mala emoción y generar una inquietud. Yo escribo para esos lectores.

—La estructura está bien cerrada. ¿La carpintería de una obra es la fase que más le fascina? ¿Es imprescindible esa escaleta o luego es papel mojado y se deja llevar?

—La opción B. Es muy divertido hacerla, es muy divertido comprar cuadernos, lápices de distintos colores para cada personaje. Es un andamio. Te sirve para levantar la casa, pero cuando la casa está hecha lo tienes que tirar.

—Según usted, la novela española actual es mejor que la ciencia, la música, la política o el cine españoles.

—Sí. A mí no me cabe duda. Entre una novela de Juan Marsé o de Antonio Orejudo y un discurso de Rajoy, ¿tú con qué te quedas? (Ríe).

—Pero también dice que hace falta menos novela especulativa y más novela productiva.

—En el sentido de la burbuja novelística. Hace falta una novela que no tenga prima de riesgo. Es decir, que el diferencial entre leer una novela norteamericana y una española no sea tan alto. Hace falta una novela productiva española para lectores españoles. Porque no tenemos por qué leer tantas novelas norteamericanas. Podemos leer novelas españolas. Eso es lo que hace falta.

—Comparte la escritura de novelas con columnas, antes en 'Público' y ahora 'diario.es', y con su blog. ¿Qué le ofrece estos medios que no le da la literatura?

—Una respuesta inmediata. En la literatura, cuando uno escribe una novela, es como si tiras una piedra a un pozo y te quedas escuchando a ver si hace ruido. La respuesta tarda muchos años. A veces, ya te pilla muerto. En cambio, en un blog, en un periódico diario, la respuesta es inmediata.

—Dice que, cuando se bloquea, pasea, fuma y bebe whisky. Vamos, que los tiempos no están para perder el tiempo.

—No. Yo no pierdo el tiempo en bloqueos. Y la verdad, a mí nadie me obliga con una pistola a escribir. Yo escribo lo que quiero saber, lo que tengo que decir. Y si no, no escribiría.

—¿Su imagen de bohemio y crítico, amante de la vida golfa, no desdice un tanto de ese perfil de escritor disciplinado que se levanta a las cinco de la mañana?

—No. La verdad es que yo he conseguido ser bastante golfo y a la vez ser un padre de familia y un hombre casado. Y he conseguido levantarme a las cinco de la mañana y trasnochar de vez en cuando. Yo me quedo con todo. No elijo.

—En su novela, no siempre los personajes malos son los peores. Usted se identifica más con Toni Riquelme, que solo quiere ser querido.

—Y que tiene conciencia el tío. Un poco de conciencia. Los demás es que no tienen más que justificaciones. Prefiero un personaje con conciencia, aunque sea malo, que un personaje que solo tiene justificaciones.

—¿Qué escribe ahora?

—Yo siempre escribo cinco o seis cosas hasta que una de ellas sigue para adelante. La que de momento más sigue para adelante es una historia de iniciación. Un chaval joven que crece en la España de los 70-80.

—¿Y cuándo escribirá una novela para que la firme su amigo Orejudo?

—A mí me gustaría escribir una historia que se le ocurrió a Orejudo y no ha escrito, que es la historia de la Transición contada como novela picaresca con la vida, fortuna y adversidades de Adolfo Suárez. Fue el primer pícaro de la Transición. El segundo fue Felipe. Y el tercero, Carrillo. Nuestra historia nacional es una historia picaresca. Yo la escribiría, ya que a él le está dando pereza, y luego que la firme él, con tal de que esa novela se escriba.

Publicado en el diario Córdoba el 3 de noviembre de 2012

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