martes, 30 de abril de 2013

La luna y el mar

Esta mujer mira a la luna. A veces mira al mar. Solo ver el mar o la luna. Depende de adonde mire. Él le dice que vuelva a mirar, que se fije bien, que tiene ver algo más. Él insiste. Y ella mira de nuevo. Mira a la luna, está redonda y llena. Como una albóndiga luminosa que vigila a los aviones que cruzan el cielo con sus luces intermitentes. Por lo demás, no ve nada. Algunas estrellas, eso sí. Mira al mar, le dice.

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Ella mira al mar, lo ve plateado, como la piel de un atún muriéndose en la playa. A él le gusta la metáfora, simple, casi vulgar, precisa. Pero no ve nada más. Ella se cansa de mirar al mar y a la luna, de mirar a la luna y al mar. La noche está vacía. Solo ellos la habitan. Más lejos, la ciudad duerme, siempre duerme, un sueño ajeno probablemente, o peor, un sueño prestado. Él y ella saben que todo lo prestado al final se paga. Por eso ellos no habitan ningún lugar de su propiedad. Van de allá para acá. Tal vez sin rumbo.

Él se deja guiar por la luz de la luna o por el estado del mar. Pero no siempre haya respuesta. Y entonces pregunta a ella. Pero ella nunca ve nada. Solo el mar y la luna. Así que él sigue esperando el día en que ella le dé una respuesta. Ella, por el contrario, no sabe exactamente qué espera él de ella. Pero sigue a su lado. La vida es así de simple y de compleja. Como el mar. Como la luna. Que no tienen respuesta.

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