domingo, 26 de mayo de 2013

El jardín de Georges Moustaki

Las canciones de Georges Moustaki eran, como suele decirse en estos casos, parte de nuestras vidas. Pero en este caso es más cierto que en otros. En el instituto, traducíamos del latín a Julio César y a Cicerón, y del francés a este viejo meteco. Había canciones, como Il y avait un jardin, que las cantábamos de memoria y las recitábamos en español y en francés como si fueran parte inalienable de nuestra cultura y de nuestra existencia.

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Trabajó con Édith Piaf, Barbara, Yves Montand o Juliette Gréco. Tenía perfil de vagabundo reconocido. Sus letras eran tiernas, como nuestra edad, y su aire de cantautor comprometido tenía un aire desteñido como la época que también ha muerto con él.

Tal vez tuvo una vida apasionante, le gustaban las mujeres, se declaraba hombre de izquierdas, en un mundo en el que las izquierdas menguaban en pro de una democracia soñada. Tenía un aire triste y nostálgico de mesías profundo y rebelde.

Y estaba enamorado de la mujer brasileña (ignoro si de alguna concreta además), como no puede ser de otro modo, de la que decía que “no hace el amor, ama;/ no camina, baila;/ no habla, canta”. Creo que no hablaba en general, para dar lecciones, sino para describir su propio ánimo.

Lo conocí en Barcelona, en uno de mis viajes cuando visitaba a mi amigo Gonzalo Pérez en la ciudad condal. Estábamos bebiendo cava barato en un tugurio nocturno cuando lo reconocimos entre un puñado de amigos. Pero el viejo meteco se mostró huraño y esquivo. En nada se parecía al cantautor romántico que nos ayudó con sus versos a enamorarnos de una muchacha de la que luego tanto nos costó olvidarnos.

Ahora que ha muerto, sé todavía por él que siempre hay un huerto con una casa y un árbol y una cama de espumas para hacer el amor. Es el paisaje de aquella canción en la que describía un jardín al que llamaban la tierra, que en nuestro caso fue la tierra de la adolescencia que ya olvidamos tanto tiempo después. Sus canciones no hemos logrado olvidarlas. Son parte de nuestras vidas. Y son menos hurañas que él.

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