jueves, 9 de mayo de 2013

Un lugar de nadie

Hoy ha despertado con una alegría impropia. Tarareaba alguna canción que no conozco y había en sus ojos un brillo diferente, un cansancio feliz, una ternura exquisita. Me dijo buenos días mecánicamente, del mismo modo que me pudo haber dicho te amo o me voy. Sin más.

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La vi ausente, sola en sus disquisiciones personales, imbuida de un halo que la lleva de acá para allá sin saber con exactitud por qué hace esto y lo otro. Antes de entrar al cuarto de baño, se sienta en el salón y abre un libro de Pablo Neruda por cualquiera de sus páginas. El chileno es mi poeta de cabecera, así que sé qué está leyendo y por qué. Después mete el libro en el estante, apretujado entre otros libros que a ella no le interesan.

Hoy tarda más en asearse. Se ha perfumado, no excesivamente, pero no suele hacerlo. Tiene en el peinado hoy una alegría joven que nunca vi antes. El pelo suelto, pretendidamente desordenado. Y advierto en su piel una tersura que antes siempre estaba más apagada.

Me dice frases inconexas, sin mirarme, sabiendo dónde estoy, como si fueran órdenes o advertencias, sugerencias tal vez, posiblemente avisos o anuncios. Cuando cierra la puerta para marcharse, me ha besado desde la distancia en que la observo. Antes ha sonreído sutilmente. Un regalo innecesario. Sé que un día de estos no volverá. Y ahora ya poco importa por qué. Solamente siento que ahora la casa es muy grande. Cualquier día me voy yo también. Hay lugares que no pertenecen a nadie.

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