sábado, 22 de junio de 2013

Esa noche no tuvo sueños

Aquella noche durmió poco y mal. Despertó cuando apenas amanecía. Un café negro y caliente la puso en órbita. Se aseó sin prisas, deteniéndose en los detalles más inocuos. Quería que él la viera como nunca la había visto. Buscó un perfume dulce, colores pastel y blanco, pocas joyas, pero únicas. Mientras esperaba, abrió uno de sus libros y volvió a leer los mismos pasajes, la mujer de la novela que era ella misma, y perdida en las palabras impresas volvió a encontrar su vida contada, trastocada con otros nombres y otros paisajes, pero era su propia vida. A la hora indicada bajó al parque. El día era radiante. El verano, después de una primavera irregular, había inaugurado la temporada con las máximas en el mercurio.

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Se sentó en el banco, a la sombra, donde tantas veces se vieron, con la sensación equivocada de que el tiempo nunca se mueve y de que quienes fuimos ayer podemos serlo aún hoy. Fue así como comenzó a imaginarlo de nuevo, ahora con algunas canas, los mismos ojos soñadores, chapurreando palabras bien intencionadas y mejor dichas. Era lo que más le gustaba de él. Ese manejo ingenioso de la retórica que la llevaba sedienta por la calle de los sueños. Ya no le escribía cartas en papel, sino e-mails, pero su prosa seguía siendo sólida y musical, y sus imágenes acertadas le permitían dibujar sus descripciones con la misma precisión que una fotocopia. Pero las copias, ya se sabe, nunca son iguales al original. A ella no le importaba, porque había fabricado la mitad de su vida con la esperanza de que él volviera algún día. Y ese momento había llegado por fin.

Estaba tan ensimismada en sus divagaciones que no le importó el paso del tiempo, tanto que, cuando se percató, el sol se ponía de nuevo y una luz amarillenta cubrió la ciudad. Supo que tampoco hoy volvería y por primera vez comenzó a sospechar que probablemente nunca lo hiciera. No hubo desánimo en sus aseveraciones, porque ella sabía que vivir de una ilusión es también una manera de estar en la tierra, un método para no sucumbir al engaño o al vacío.

Cuando subió, encendió el ordenador. Tenía un e-mail suyo. Le decía que el vuelo se había cancelado y que mañana estaría por fin allí, que tenía ganas de verla y que el tiempo, después de tanto, parecía que nunca estuvo allí separándolos, pero ella sabía que ya no era así. Se desvistió sin ganas, abrió la ventana del dormitorio y se tendió en la cama sin sueño. No pensaba en nada, no sabía si mañana bajaría a esperarlo o si valía la pena encontrarlo por fin y decirle que lo había echado tanto de menos en estos años. Se quedó durmiendo contra todo pronóstico, y esa noche no tuvo sueños. Cuando despertó, no sabía qué día era ni sabía si tenía que ir a algún lado.

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