jueves, 15 de agosto de 2013

Una mujer esperando el autobús

Cada día se acerca a la estación de autobuses y se sienta un rato en uno de los bancos. Después se va. Lo hace a la misma hora. Los domingos no viene. Dicen que ese día va a misa, que es creyente, que nunca anda con hombres, que nunca la han visto. No sabemos dónde vive, ni con quién, o si vive sola. A veces la han seguido cruzando calles y plazas, con lluvia o con sol. Pero al final siempre logra esquivar a los espías, con voluntad o sin ella. Tampoco se sabe. Nunca la han visto con hombres. Eso sí, dicen también que viene acá todos los días para esperarlo. A quien sea. Algún amor despechado. Nadie sabe. Otros, más sentenciosos, dicen también que viene a esperarla a ella y asestarle un golpe letal.

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Nosotros nos acodamos en la barra del bar y la vemos venir, cuando hace calor, con su falda de volantes o sus jeans ceñidos, y su pelo suelto y alborotado. Y cuando llueve, lo hace cobijada bajo un paraguas rojo sangre. Es hermosa y tiene un aire de actriz de película en blanco y negro. Nunca habla con nadie. Un día, eso sí, me pidió fuego. Se lo di, por supuesto. Encendió el cigarro y sentó a esperar. Era invierno y traía una gabardina color caqui. Me recordó a alguna actriz que no logro identificar y a veces también me recuerda la escena de algún sueño que he olvidado. Desde entonces, me encierro cada mañana en la videoteca para intentar recuperar esa imagen de la memoria. Pero igual no existe y la habré inventado.

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