miércoles, 14 de agosto de 2013

Una frase

Cuando se quedó a solas, lo recordó no como era ahora, sino como la primera vez que lo conoció. Pensó si esa traición de la memoria podría ser una premonición sin sentido. Buscó en los álbumes de fotos su vida trastocada por los años, y se encontró distinta. Casi le costaba entender que aquella joven de melena rubia y vaqueros apretados fuera ella en otro tiempo y en otro lugar, y sobre todo que fuera ella con menos años. En una de las fotografías él la miraba con un deseo contenido que ella interpretó entonces a su modo.

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Tantos años después, su vida era muy distinta. Ella misma se fue haciendo a su manera, conforme los años le concedían horas de tregua a una monotonía que se espesaba cada vez más. A él, por el contrario, lo veía siempre igual. Era, tal vez, lo único que no había cambiado en todos estos años. Le dibujó una edad atemporal que gustaba a las mujeres, una madurez tranquila que embellecía sus años siempre mal contados y una ternura traviesa e ingenua que nunca le defraudó. Tendida en el sofá entre álbumes de fotos, sintió la vida delgada y efímera, casi como algo ajeno a su propia existencia.

Cuando él volvió, no le dijo nada de sus tontas divagaciones. Pero él observó en sus ojos encharcados el paso insobornable del tiempo. Contra lo que ella pudiera imaginar, no le disgustó. Se acercó sin saber qué hacer o qué decirle. Ella oyó de sus labios algo que le gustó y no esperaba: “Todo este tiempo fui muy feliz a tu lado.” Siempre fue romo en abrazos y en sentencias poéticas. Ella lo sabía, pero nunca se lo reprochó. Cuando él se sentó a su lado, ella lo miró sin decir nada, con la sensación confirmada de que valió la pena llegar hasta allí para escuchar solo esa frase.

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