jueves, 24 de octubre de 2013

Los años

Cuando se conocieron derrochaban una juventud sin límites, como si las células del cuerpo hubiesen nacido para vivir eternamente. A ninguno le importó abanderar cualquier tipo de exceso. Aunque expresado con respeto, lo cierto es que la vida les trató con benevolencia. Tantos años después, tampoco hacen ascos a una celebración, a una noche de alcohol, una fiesta improvisada. Siempre le gustaron las bullas pero, eso sí, las bullas alegres, no los bullicios. Ahora que los años peinan canas en él y ella se tiñe algunas arrugas con maquillajes caros, todavía logran sobrevivir a esos actos que ya solo son contadas excepciones en sus vidas.

Eso sí, todavía se les ave alegres y joviales, compartiendo una vida estirada al máximo, con sus paréntesis y sus reyertas cicatrizadas, pero convencidos de que el uno sin la otra son islas deshabitadas, perdidas en un océano sin tránsito marítimo. Todavía hoy, cuando él se sienta a leer el periódico, ya avanzado el mediodía, ella le pone un vaso de vino en la mesita del teléfono y le pregunta, sin más intención que preguntar, que cómo anda el mundo. Va, le dice, como nosotros, pero con más problemas y más tiempo para resolverlos que el que nos queda a nosotros.

Ella no le reprocha ese golpe bajo que, de vez en vez, encuentra en su mirada. Ella se ha servido otro vaso de vino. Lo hace siempre. Sabe que a él no le gusta beber solo. Brindemos entonces, le dice, por el tiempo que nos queda. Él sonríe, porque sabe que el brindis lleva ya implícito el reproche, pero todavía alcanza a decirle sin intenciones: Pero hasta hoy fuimos felices, qué carajo, y de eso hace ya tanto que ni lo recuerdo. Ella bebe un trago corto, muy corto, solo moja los labios. Después le deja que deshoje el mundo en los titulares del diario.

A ella le gusta verlo ahí sentado. Piensa que los años han pasado por él, pero que le sientan bien. Y piensa también que si ahora tuviera que buscar a otro hombre lo elegiría de nuevo a él. Vaya estrechez de miras, se dice sonriendo. Él sabe que ella está divagando. Suele hacerlo. Pero la ve feliz y no le dice nada. Hay que prestar atención al mundo, que anda bastante más jodido que nosotros. Cuando abre el periódico de nuevo, ella está en la cocina, cantando, sin hacer nada, esperando que el tiempo no la traicione en un descuido. Ya es lo único que comienza a preocuparle.

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