domingo, 27 de octubre de 2013

Ningún amor es perfecto

Por más que lo niegue, se pasa todo el día pensando en él. Todo empezó por puro azar, sin que ninguno de los dos prestara más trascendencia a acto más natural. No le des más vueltas y llámalo como quieras, hacer el amor, follar, qué más da. A fin de cuentas no se trata sino de pasar juntos un rato. Siempre se justifica con argumentos de este tipo. Yo la dejo, claro. Para qué insistir. Pero ya llevan tres semanas viéndose todos los días y, de momento, no parece que el nivel de exigencia baje unas décimas.

La suya es una historia como tantas. Ella vivía un noviazgo que coleaba sus últimos días. Él salía con una muchacha con proyección de futuro, pero a la que no amaba. Siempre lo negaba, claro. A nadie le gusta que le metan los dedos en las heridas más íntimas. Un día acabó por confesarlo, que esa relación estaba más muerta que viva, pero que ahí iba. Hasta que ella apareció, y el castillo de naipes se desmoronó en un instante sin que ningún viento hiciera temblar su existencia de Calixto confundido.

Ella lo tenía más claro. Al día siguiente, después de una discusión sin precedentes, le dijo al novio que todo había acabado, que no sentía nada desde hacía tiempo y que necesitaba abrirse caminos por otros derroteros. No hubo compasión en su despedida ni un halo de nostalgia cuando la besó por última vez sin más palabras que hasta luego. Cuando se dio la vuelta, a ella le pareció ridícula, incluso lamentable, una despedida tan vacía. Una sonrisa fría y una sensación de asco le recorrieron todo el cuerpo.

Pero ella no ignoraba que el motivo de esa relación truncada había sido consecuencia de la noche anterior. Todo surgió como quien no quiere. Era un amigo, se dice todavía. Y esas cosas ocurren. Nada especial. Vamos, repite, nada del otro mundo. Bebimos como es normal, compartimos algunas intimidades, yo le besé, dice, no sé, me dio por ahí. A ella le gustaba besar a los amigos siempre que ellos no se confundieran. El amor era otro tema, dice ella, demasiado trascendente.

El caso es que volvieron a salir todas las noches para revolcarse sin demora y sin descanso, con una ansiedad que a ambos empezó a preocuparles. Pero siempre negaban lo evidente. No olvides que solo somos buenos amigos, le decía ella, siempre con media sonrisa que no lograba administrar a su antojo. Él, siempre obediente, se sentía el hombre elegido por la mano de una diosa. Un cuerpo de vértigo, una maestría impecable en las acrobacias del amor, una relación sin compromiso que no lograba entender del todo.

Ella estaba hecha a relaciones de todo tipo y de naturaleza varia, pero aquellas noches turbulentas de amor sin amor, sin una palabra de ternura entre tantos jadeos de placer y enajenación, empezaron a preocuparle, porque ella necesitaba, sin saberlo, o sospechándolo contra todo pronóstico, una frase liviana de poesía que ordenara la sinrazón de aquella locura. Él, más timorato y práctico, y sabedor de que todos los días la fortuna no se detiene ante uno, no estaba dispuesto a declararle un amor que le jodiera las noches que nunca soñó atrapar entre sus manos. A su modo, los dos se querían. Él no quiere dar al traste con todo por una metáfora desafortunada. Y ella se niega a creer que el hombre de su vida siempre hubiera andado tan cerca sin que ella se percatara de su presencia. Ahora le cuesta avanzar dos pasos adelante, pero tampoco puede dar marcha atrás. A él no le importa. Sabe que ningún amor es perfecto.

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