domingo, 20 de octubre de 2013

Sin prisas

Cuando despertó, ella aún dormía. Le gustó verla tirada en la cama. Ausente de sí misma, con el pelo revuelto y los ojos escondidos en algún sueño. Hoy le daré todas las horas del día, se dijo. El tiempo dedicado al trabajo, cada vez más, inexorablemente le alejaba de ella, del tiempo libre, de la casa que compraron para compartir. Se fue a la cocina, preparó zumo con naranjas frescas, café muy negro, como a ella le gustaba, tocino frito, huevos revueltos. Como si estuvieran de visita por la ciudad y desayunaran en un hotel. Antes, bajó a comprar el periódico en el quiosco. Se sentó en la terraza, oteó la primera página del tabloide para comprobar que el mundo seguía en su sitio. Después de una ojeada, le pareció que todo seguía igual a su alrededor. Miró al horizonte y esperó a que ella despertara. Por primera vez en su vida, sintió que no tenía prisa.

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