jueves, 17 de octubre de 2013

Un pueblo muy tranquilo

Dicen que entró en la taberna con la pistola al cinto, como si se tratara de un western. Lo dicen testigos visuales. Estaban allí cuando ocurrieron los hechos. Pidió un whisky en vaso pequeño, sin hielo, le daba igual la marca. Desde la barra, apoyando el codo derecho, cogió el vaso con la mano izquierda, muy cerca de donde tenía la pistola. Todos pensaron que quizás fuera zurdo, pero nadie sabe. En esa posición, casi moverse, como una estatua animada, se dirigió al gerente de la inmobiliaria, un hombre algo pasado de peso, que sudaba a borbotones, rojo, con los ojos muy abiertos, probablemente el miedo no le dejaba parpadear.

Hablaron de mujeres, sobre todo de una mujer, dijeron su nombre. Ella no sería de la localidad, porque nadie la conocía. En ningún momento él aludió a deudas o venta de inmuebles. Le dijo que no lo quería ver más por aquí. Que se fuera por donde había venido. Se bebió el whisky de un solo trago, dejó unas monedas en el mostrador y salió como entró, escoltado por la atenta mirada de todos los parroquianos.

¿Qué ocurrió después? El hombre cerró la inmobiliaria y abandonó el pueblo. Nunca más se supo de él. El pistolero, aunque parezca sorprendente, vive en una casa de las afueras, solo, con un perro grande y educado. De vez en cuando, entra en la taberna, bebe su whisky entre un silencio sepulcral y sale ante la expectación silente de todos nosotros. No habla con nadie ni sabemos nada de él. No hemos dicho nada a la Guardia Civil. Para qué. Aquí nadie quiere problemas, ni con la pasma ni con los forasteros, y el gordo de la inmobiliaria a nadie nos caía demasiado bien. Desde aquel día, este es un pueblo muy tranquilo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario