lunes, 4 de noviembre de 2013

Nunca volverás

Ahora no le digas nada. Cierra la puerta sin hacer ruido. Aunque él te oirá. Seguro que no ha podido conciliar el sueño. Sin ti, la cama se le hace demasiado grande. No enciendas la luz mientras te desnudas. Hoy, es luna llena, y la habitación estará clara con su presencia. Acuéstate a su lado, sin que te oiga respirar. Durante unos minutos pensarás con los ojos abiertos. Él no te dirá nada. Finge que duerme. Después de todo, también tú te pasaste media fingiendo, sobre todo fingiendo que le querías. Después, date media vuelta. A tus espaldas sentirás el movimiento taimado de un cocodrilo que no muerde.

Cuando despiertes, hará mucho que ha amanecido. Él ya habrá salido al trabajo hace rato. Es la hora de ducharte. Después, prepárate un café bien caliente. Vístete sin prisa, informalmente, como si fueras a bajar al mercado. No te lo pienses dos veces, como has hecho toda la vida. Abre la maleta, mete lo necesario. Si bien lo piensas, casi todo sobra en la vida cuando solo aspiras a lo imprescindible que, después de todo, es lo que nadie tiene. No mires atrás, porque no dejas nada en la casa.

Cuando él vuelva, tendrá un humor de perros, te dirá dónde estuviste anoche, te interrogará hasta sentirte culpable de aquello que no sientes. No le des otra oportunidad al maltrato. Yo te espero abajo, sentado a la mesa donde nos conocimos, y donde tantas veces te esperé. No le des la oportunidad de que te rompa la cara ni de que te ensucie los sueños. Ese es el único equipaje que nadie te puede robar. Cuando salgas, deja las llaves adentro, tiradas en mitad del suelo. Él sabrá que es la señal de que nunca volverás.

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