martes, 31 de diciembre de 2013

Mirando sin ver

Después de todo, no vale la pena esperar. Casi mejor, subir al autobús. La ciudad pasa inadvertida a sus ojos, pero está ahí, aunque no la vea. Él va sentado, mirando sin ver. Lo hace a menudo. Se queda mirando al horizonte, aunque no haya horizonte. Pero se queda así. Sin más. Desde pequeño lo hace. Se queda como con la cabeza vacía o pensando algo o recordando cualquier cosa, pero no recuerda nada ni ha pensado nada. Tampoco suele hacerlo. Así lleva años. Todos los de su vida, prácticamente. Tampoco le importa.

Ahora recorre la ciudad subido a este autobús. El autobús está vacío. A esa hora, cualquiera anda en su casa, o en cualquier otra parte. Menos metido en un autobús, claro. Pero él es así. Se queda como lelo mirando a cualquier parte o pensando en cualquier cosa o en nada. Nadie supo nunca qué hace cuando mira. Así que lo hemos dejado de por vida con él mismo. Y no resuelve. Lo peor es que no resuelve. Se sume en sus divagaciones y se queda ahí metido. El mundo para él no existe. Nosotros no existimos.

Se le ve feliz, eso sí. Es lo único que nos tranquiliza. Nos gustaría despertarlo, decirle vuelva a este mundo. Pero tal como está este mundo, igual mejor que siga metido en sí mismo. No hace daño a nadie. Todos los días sube al autobús, recorre la ciudad, sentado siempre en el mismo asiento, a la misma hora, solo, como siempre está. Y vuelve con la mirada extraviada, como si hubiese estado visitando el cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario