lunes, 30 de diciembre de 2013

Al otro lado de la puerta

Llamaste a la puerta, aun cuando tenías llave para entrar. Lo siento, dijiste. No dijiste hola, me alegra verte. Solo dijiste lo siento, tantos años después. Como si el tiempo pudiera borrarlo todo, o detenerlo todo, o volverlo todo a un espacio pretérito que ya ni recuerdo. Me fui, dijiste, no sé bien por qué. O lo sé y no sé decírtelo. No importa, te dije, y si me importó, ya lo olvidé. Tú insistías en que no podría perdonarte nunca, que lo que hiciste no se debe hacer, así, sin más, salir corriendo, salir de una vida para ir a otra, o ir a ninguna parte. Volví a decirte que no importaba, que el tiempo pasó, que todo está olvidado.

Pensabas que estaría triste como un gato moribundo, pero me encontraste con los labios alegres y una vida desahogada, con los ojos libres y el corazón encaprichado por cosas nimias que me hacían feliz. No podías comprender que todo fuera distinto, tan diferente que yo era otro que no conocías. Yo sí te conocía a ti, porque no cambiaste en todos estos meses. Venías con la vida que un día dejaste, pero esa vida ya no existe, si es que un día existió. Y si existió, se quemó con todo lo demás. De entonces, ya no queda nada, apenas leves recuerdos que no ayudaron en nada a construir el futuro.

Un día los recuerdos se fueron, le dije, se esfumaron. No tuvimos que hacer mucho esfuerzo. La visa te lleva y te trae, y de un día para otro estás en otro lugar haciendo otras cosas que nunca imaginaste. Eso debe ser la vida, he pensado muchas veces. Estar de allá para aquí sin saber por qué ni hasta cuándo, y de un momento para otro todo cambia así porque sí, sin que tú hagas nada, igual que la tarde se va poniendo y deja paso a la noche. Es igual. Tú te estás quieto, sin decir apenas nada, sin querer nada mejor para ti. Pero he ahí que alguien se acerca y te abraza sin que tú se lo pidas, pero se lo agradeces.

Y después se va quedando en tu vida, sin tú quererlo ni despreciarlo. Sencillamente va sucediendo, ocurre. No sabría decirte. Se queda en tu vida hasta que es parte de tu vida. Y más tarde, sin que te des cuenta, los recuerdos se desvanecen y tu otra vida, si lo era, se va difuminando y te arrastra allá donde la felicidad se parece a un café caliente, a un amanecer claro, a unos ojos que nunca dejan de mirarte. Es difícil decirlo, pero ahí dejé de quererte, sin que yo pusiera nada de voluntad ni de riesgo. Ella vino como un viento liviano y borró los malos recuerdos. Se vive bien sin esos recuerdos, lo reconozco. Pero yo no lo quise así. Me dejé llevar.

La felicidad es lo que tiene, te transporta sin te que des cuenta, y tú te crees que todo seguirá igual, pero no, no es así. Un buen día despiertas, y ya no te quieres ir de aquí, quieres quedarte a su lado, donde antes estabas tú, ahí justo, justo donde la puerta se cierra y anuncia que al otro lado el mundo es menos acogedor que aquí adentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario