jueves, 26 de diciembre de 2013

Un cielo inmensamente azul

Después de todo, no le importó que aquella crisis financiera y económica lo hubiera masacrado sin piedad. Se dispuso a empezar el año con fuerzas renovadas. Y sabía que, ante todo, para intentar cambiar la vida, había que optar primero por trasformar su propia vida. No lo dudó. Rechazó de plano los lugares comunes, los valores vanamente aceptados como justos, las costumbres que solo conducían a la melancolía. Anuló visitas, rehuyó encuentros y proyectó un futuro a su medida. No rechazó la posibilidad de abandonar el país e instalarse en cualquier otra ciudad aunque no la conociera de antemano.

El mundo, a su edad, le parecía muy ancho y enigmático. Acaso vagar de uno a otro lugar no sería un mal destino. Dispuso un equipaje liviano y exigente: solo aquello verdaderamente imprescindible. Después salió de la casa. No se despidió de nadie. Para qué, se dijo. Pensando a dónde iría, comenzó a andar. Y no le importó que la mañana fuera fría ni que los vaticinios meteorológicos pronosticaran un diluvio sin precedentes. Mirando hacia adelante, el cielo le pareció inmensamente azul.

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