lunes, 6 de enero de 2014

El tiempo pasa

Miró a un lado, y observó que el sol se ponía en lontananza. Miró al otro, y la oscuridad de la noche era total. Total, que optó por cerrar los ojos y, confundido, se le iluminó la mirada. No reconoció el paisaje que se abría a sus ojos, pero no importaba. Era tan real, que no se paró a pensar que veía con la imaginación y no con los ojos. Cuando se apercibió de tamaño dislate, ya era tarde. Intentó separar los párpados, pero no pudo. Desde adentro, movió las pupilas hasta encontrar una rendija para asomarse a la realidad, pero esta seguía a oscuras. Así que no pudo ver nada. Adentro, donde la imaginación cada vez acaparaba más presencia, el espacio le pareció infinito y desbordante, sin igual, extraño y propio. Pero sobre todo distinto a los demás.

Cuando amaneció, los párpados se sintieron libres de sus ataduras, pero los ojos, vueltos a la realidad, encontraron un mundo gastado y vacío. Se puso la almohada en la cara, para borrar cualquier huella de esta realidad última, pero la memoria ya no pudo vaciar las últimas imágenes que fotografió con el nuevo día. Se desveló para siempre. Ahora, de vez en cuando, intenta soñar, pero al despertar no recuerda nada, como si los sueños pudieran volatilizarse en sí mismos, como si nunca hubieran existido. No sabe cómo explicarlo. Pero es como si a la realidad le hubieran cortado las alas. Un pájaro sin vuelo, piensa. Lo pensó por pensarlo, por dejar pasar el tiempo. Es lo que ahora hace todos los días. Dejar que el tiempo pase.

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