lunes, 6 de enero de 2014

Nadie me espera

No es posible que se haya levantado tan temprano. Anoche volvió tarde. Yo vi la luz del pasillo, oí que se descalzaba los zapatos de tacón, oí sus pies pisar el parqué, sentí cómo entraba en el cuarto de baño y abría la ducha, oí el agua caer impetuosa en su piel sudada. Abracé su presencia cuando se abrigó en la cama, mirando al otro lado donde no estaban mis espaldas. No encendió la luz. Se conoce la casa palmo a palomo. Oí su respiración de mujer asustada o feliz. No sabría distinguir. Ambas se parecen mucho. Después me dejé llevar por un sueño sencillo, nada complicado para mi corazón castigado. Desde que ando en el desempleo, aborrezco los sueños. Nunca sé cómo se presentarán. O si estos serán un anticipo de aquello que la realidad se presta a ofrecerme.

Cuando desperté, ella ya no estaba. Había dejado una nota con dos frases. La segunda decía que deseaba que fuera feliz o algo así. Después volví a meterme en la cama. Hoy y mañana, tampoco pasado, tengo nada que hacer, ni nadie me espera. En la cama, al menos, el frío es menos sólido. Y el tiempo parece que tiene otro compás, como si pudiera controlarlo con la mente. Pero no es así. Pero a mí me basta con intentarlo. Es lo único que puedo hacer.

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