lunes, 3 de marzo de 2014

Llegó para quedarse

Un día llegó. Dijo que venía para quedarse. Apenas presté atención a cuanto me prometía. La vida, ya se sabe, te va protegiendo con caparazón de tortuga y, allí escondido, las ves venir con menos perjuicio. Ella se hizo al lugar antes que yo. Parecía que hubiese nacido en aquel paraje. Ella decía que no, que ese paraíso no era el suyo, pero que no le importaba estar allí. Decía que solo quería estar a mi lado y que eso le bastaba. Lo había escuchado tantas veces, que el escepticismo en este caso me engañó.

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Le gustaba, por las mañanas, mientras yo escribía, pasear por el río y escudriñar las pocas esquinas de aquel pueblo. Después se metía en la cocina y llenaba la casa de olores a los que ya no estaba acostumbrado. Le gustaba beber vino conmigo y leer los libros que yo ya había leído. Se detenía en cada página buscando las huellas de otros lectores, traduciendo no solo el contenido de esa obra, sino adivinando todo cuanto aquel lector alcanzó a imaginar. Después me preguntaba sobre pasajes que yo había olvidado y que ella pensaba que yo rememoraba cada tanto.

Siempre le gustaba imaginar qué hacían los demás, qué sentían con una melodía determinada, qué actitud adoptarían si la vida les fuera esquiva y adónde huirían si el destino retorcía sus expectativas. Cuando indagaba en los intestinos de algunos de nosotros, lo hacía como quien juega a abrirte las entrañas de par en par y dejarlas expuestas para siempre a la vista de los otros. Nunca le importó escudriñar nuestros adentros, porque ella era transparente como el agua.

Un día le vi el semblante cambiado, como si hubiera roto una promesa o intentara compartir el secreto más íntimo. Te lo diré sin titubeos, me dijo. Me voy. No dijo nada más. No hubo explicaciones. Yo tampoco dije nada. Creo que alcancé a decir lo siento, o algo así. Ella se volvió. No tenía expresión. Nunca te dejaré, me susurró. No sabría qué hacer lejos de aquí. Después de ti, creo, me dijo, no hay nada. Después salió, como cada mañana, a pasear por el río. Tenía la misma sonrisa infantil del primer día.

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