domingo, 2 de marzo de 2014

Tráfico

Cuando miró a su alrededor, comprobó que no había nadie en el local. No sabía qué hora era ni cuánto tiempo llevaba allí. Había bebido más de lo normal. Pero qué es lo normal, se decía siempre. Dejó en el mostrador el último billete. El camarero le miró con aires de despedirse o despedirlo. En la calle tampoco había nadie. La noche era fría y húmeda. No había tráfico. Tampoco tenía trabajo y, como consecuencia, no había ninguna razón para madrugar. No tenía sueño. Es más, desde hacía meses sufría insomnio. Era lo peor. Las noches inagotables, los amaneceres grises, los días largos como serpientes celosas.

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Cuánto tiempo seguiría así, se decía siempre. Y cuánto tiempo sería capaz de soportar esa vida advenediza. Cualquier día, el destino le daría un vuelco. Ése era el único sueño que acariciaba. No había más sueños. No sabe tampoco cómo comenzó todo. Cómo le tuvo que tocar a él. No sabe cómo ingresó en las colas del paro. Ahora que estaba allí, al otro lado, donde se sientan quienes no tienen futuro, supo dónde se había equivocado, adivinó que los días vividos no vuelven y que los errores pocas veces son propios. Se sentó sin esperanzas en la acera, ajeno a todo cuanto le rodeaba. A esa hora, el tráfico comenzaba a ser intenso.

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